Crítica Vertele

'Maniac', terror estiloso y en primera persona con un entregado Elijah Wood

Justo antes de que advinieran los créditos de 'Taxi Driver' (ídem, Martin Scorsese, 1976), un Travis Bickle en apariencia rehabilitado echaba un último vistazo al retrovisor de su vehículo, antes de volver a poner su vista en el cochino asfalto de Nueva York. El reflejo que le ofrecía el espejo, sin embargo, arrancaba al taxista de su ilusión de normalidad: la mirada devuelta contenía la imprevisibilidad de quien, por más que lo aparente, está fuera de sus cabales, un peligro inminente listo para desbordarse ante el estímulo preciso. Una visión incómoda, por verdadera, que Bickle acababa rechazando, torciendo el cristal en otra dirección.

Estos planos postrimeros de Scorsese parecen conversar con los que sirven como prólogo a este 'Maniac' (ídem, Franck Khalfoun, 2012): el psicópata oculto en la noche, en la carrocería de su coche, admira al objetivo elegido, sin molestarse siquiera por mantener una distancia prudencial que lo mantenga en el anonimato, dejando que ella, la víctima en potencia, lo reconozca y lo tema. A continuación, es el maníaco el que busca verse, el que gira hacia sí mismo el retrovisor, el que no solo no niega su naturaleza y la reafirma. El que está dispuesto a estallar sin remedio.

Ya la 'Maniac' original (ídem, William Lustig, 1980) miraba no tan de reojo al paisaje urbano y a la angustia latente en 'Taxi Driver', configurándose casi como una versión exploit y sórdida de aquella en torno a la desmedida figura de Joe Spinell. Sin embargo, en esta actualización, Khalfoun borra en buena medida el cuerpo del asesino, ese que servía en la original para poner cierta distancia con la truculencia de sus crímenes, y nos obliga a sumergirnos en el asiento trasero de su mente enferma, a través de una narración en primera persona.

Así, mediante la cámara subjetiva, sitúa al espectador en una posición molesta: contemplar frontalmente el horror, como si estuviéramos delante de aquel tormentoso retrovisor de cuyo reflejo no pudiéramos guarecernos. Pensemos, por ejemplo, en el primer plano sostenido de la víctima con el que asistimos al crimen inaugural de la película, que sirve además para cobijar el crédito titular. Quizás, la imagen más perturbadora e indeleble de todo el filme por su pura e inexplicable brutalidad.

Pero el terror no se encuentra solo en la truculencia de los asesinatos y en las cabelleras arrancadas de raíz, sino también en el hastío y el vacío, en la rutina que envuelve a un personaje solitario, aislado, desprovisto de herramientas para socializar con el mundo que lo rodea (ese chat à la Badoo al que echa mano en busca de compañía), rodeado por maniquíes que no pueden abandonarlo. Está en sus jadeos, en la voz quebrada de un Elijah Wood entregado hasta el tuétano. Está también en la insistencia por mostrarnos sus manos, esas manos repletas de arañazos, pellejos y roña bajo las uñas que recuerdan y visibilizan en todo momento la culpa por las muertes que ha dado. De ahí su obstinación en lavárselas continuamente, en frotar hasta desgastar la piel, como si pretendiera así borrar los recuerdos.

La experiencia se torna angustiosa, y por ello, casi celebramos los instantes puntuales en los que el relato decide despegarse (y despegarnos) de su protagonista, pues nos permiten regresar a una cómoda pero efímera distancia. Más que una concesión, es una prueba de la mente rota y disgregada de nuestro conductor durante este viaje.

El 'Maniac' de Khalfoun curiosea en los tiempos muertos de los verdugos imaginados por Dario Argento, en todo aquello que el giallo elidía entre pincelada y pincelada de violencia mayestática. Menos mohosa y más estilosa que su predecesora, y de un vigor plástico incontestable, se establece como uno de los artefactos del horror más sugestivos y violentos de fechas recientes. Khalfoun corona un remake que complementa y completa a la perfección la obra de Lustig a la que rinde pleitesía. Un filme a degüello que, además, viene puntuado por una banda sonora de ensueño para todo vicioso del sintetizador que se precie de serlo. Un regalo para los oídos con el que rebajar, si acaso fuera posible, las atrocidades de las que hemos sido cómplices.

Trailer:

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