'El Niño': mucho músculo, más cerebro
Por más que el desorbitado éxito de 'El Príncipe' (César Benítez, Aitor Gabilondo, 2014-2015) sea lo suficientemente suculento como para tender lazos con ella, al menos en lo promocional, 'El Niño' (Daniel Monzón, 2014) pone agua de por medio con ese pretendido referente televisivo, de triunfante periplo pero muy diluido interés. Estamos, desde luego, ante una propuesta de gran formato, con muy serias y loables intenciones de bajarse al moro del público de multisala, encomendada por Mediaset a atraer a todos los públicos de igual manera que su serie captó la atención de la audiencia televisiva. Cuenta este “nene” con una anatomía privilegiada para exponer y salir victoriosa del envite en el circo romano de la cartelera veraniega, desde una estrategia publicitaria abrumadora a un reclamo tan atractivo como el de Jesús Castro, joven descubrimiento de gesto incendiario dispuesto a despertar pasiones. 'El Niño' está destinado a encandilar a las masas, a ser el nuevo ídem bonito de la industria que atore sus arcas, sí, pero hablar de su estudiado, agradecido, empaquetado, de su capacidad de atracción, sería reduccionista y, sobre todo, injusto con una película que es mucho más.
Porque 'El Niño' es, ante todo, un fresco amargo, un noir desencantado, si no directamente pesimista, sobre el imbatible mercado del narcotráfico levantado entre dos tierras. Un mastodóntico molino de viento al que nada o nadie puede doblegar, cuyas aspas nunca dejan de rotar ni salpicar a todas partes, ensuciándolo todo. Un ecosistema pegajoso, que tiende a ahogar lealtades en sus aguas, un ciclo eterno salpicado de victorias pírricas, que anula a aquellos que tratan de cortar sus rieles. En la mirada descorazonada de Jesús (Luis Tosar) se tasa el coste de esos peajes: la obsesión por su trabajo le castra social y sentimentalmente, su cuerpo (el de policía, mortificado por la eterna sospecha de la corrupción; el suyo propio, castigado, renqueante, acostumbrado a no descansar) malogra sus intenciones de plantar más batalla a ese Imperio de la Droga eterno. Por ello, en ese espacio de grises destacan sobremanera el azul de los ojos de ese “Niño” (Jesús Castro) que acaba de entrar en el circuito, todavía inmune a los sinsabores del camino: la ingenuidad e inconsciencia juvenil que advierte su apodo lo mantienen aún fresco, vigoroso pero es cuestión de tiempo, veremos, que la fantasía se tope con la cruda realidad.
Como en la más que notable 'Celda 211' (2009), Monzón recurre con éxito a la imagen digital para transmitir una cierta idea de urgencia documental sobre cuanto acontece en el paso del Estrecho. Se esmera en los detalles, en hurgar en la realidad que está desbrozando, sirviendo también, si no como denuncia, al menos sí como llamada de atención sobre un mundo, el del narcotráfico, que nos ha sonado a anglosajón por costumbre, al menos en lo que al audiovisual se refiere. Se esforzará por exponer, con afán casi pedagógico, los mecanismos y rutinas del negocio de la droga, el tedio en que tiende a sumirse la investigación y los peligros que esta entraña. También la irresistible atracción que supone para los jóvenes gomeros. Sus peripecias esconden una emocionante, aunque finalmente agridulce, historia de iniciación y de amistad, elevada por la espontaneidad de las interpretaciones (se hace menester resaltar al ya reincidente Jesús Carroza), que a su vez permiten implementar las únicas dosis de comedia al producto.
Más discutible, eso sí, es el romance entre el personaje titular y Amina (Mariam Bachir), cuyo desarrollo bordea por momentos la postal de almíbar y amenaza (solo amenaza, la jugada está bien pensada) con desnivelar un filme que, por lo demás, bascula ambas esferas de forma ejemplar. Y cuando las confronta, lo hace con contundencia y espectacularidad. Véase la persecución acuática nocturna, que hace palidecer la paupérrima secuencia inicial, atiborrada de CGI, de Los Mercenarios 3 (The Expendables 3, Patrick Hughes, 2014), por citar a uno de sus contendientes más inmediatos en la taquilla; o la larga carrera automovilística que nos aguarda en el último acto, una huída a ninguna parte con la que el joven protagonista consolida su estatus de forajido mítico, de otra época, que ha venido intuyéndose durante todo el metraje. Es en esos despliegues perfectamente planificados y ejecutados, en la rotundidad de su puesta en escena, donde el director y coguionista se iguala a sus verdaderos referentes, a Frankenheimer, a Siegel, a Donner, a Badham. Cineastas aguerridos, con músculo y contundencia, sabedores de lo que se necesita para contar una historia de éxito, con éxito. De que tanto o más importante que un buen físico, una fachada impoluta, es procurarle un buen cerebro, y de eso, este Niño está bien provisto. Monzón, qué bien lo has criado.
A continuación el trailer de 'El Niño':