Jon Sistiaga ha logrado consolidar un lenguaje propio en el reporterismo de autor de nuestro país. En su trayectoria profesional ha cubierto para diferentestelevisiones los conflictos más destacados de las dos últimas década: Ruanda, Irlanda del Norte, Colombia, Próximo Oriente, Kosovo, Afganistán, Tailandia, México, Corea del Norte y Guinea Ecuatorial.
El periodista vasco saltó tristemente a la fama durante la guerra de Irak, junto al cámara José Couso, asesinado en trágicas circunstancias por una ataque de las fuerzas norteamericanas contra el Hotel Palestina, y que aún continúa sin resolver. “Solamente una filtración de Wikileaks podrá darnos alguna vez luz sobre lo que ocurrió”.
El reportero muestra desde el análisis y la investigación la esencia de historias que pasan desapercibidas para la actualidad informativa, y habla de las claves de un oficio, que en la era digital, también se ha vuelto trasversal y multimedia.
Hoy jueves 17 de noviembre, Canal+ 1 estrena a las 23.50 horas Los señores de la guerra, un nuevo reportaje de Jon Sistiaga, esta vez de los países más maltratados por la plaga de las guerras: Somalia. La Academia de Televisión ha conversado en profundidad con el reportero sobre el documento que hoy se estrena, así como de otros asuntos de la actualidad televisiva, y el resultado es una entrevista que les ofrecemos a continuación por su interés.
En 1999 durante su etapa como reportero para Informativos Telecinco fue capturado por las tropas serbias. ¿Ha sido la vez que más cerca ha sentido el peligro en su trayectoria?
Situaciones de peligro ha habido muchas e incluso más dramáticas, pero como periodista fue la primera vez que sentí, en primera persona, los peligros de esta profesión y otros peligros añadidos que vienen después. Asumir de repente que tu nombre es conocido o se hace popular por unas circunstancias dramáticas, en este caso por una detención ilegal durante seis días, te convierte en protagonista de una información y tienes que saber cómo gestionar ese protagonismo. En mi opinión, esa es la parte más difícil de este oficio.
Se ha referido a este tipo de situaciones imprevistas que vive el reportero en zona de conflicto como “La niebla de la guerra”…
“La niebla de la guerra” es un concepto militar muy adecuado para casi cualquier situación en la vida. Puedes planificar lo que quieras y pensar que todo está cuadrado y al final algo inesperado lo tuerce. “La niebla” puede aparecer en cualquier momento porque trabajamos en circunstancias y lugares a veces muy extremos donde no podemos controlar todo lo que ocurre a nuestro alrededor.
Acabo de regresar de Somalia donde era incapaz de saber lo que me iba a ocurrir en los próximos minutos. Cuentas con la suficiente seguridad, crees que vas de un punto A a un punto B, haces una entrevista y vuelves a tu punto A, pero en el camino no sabes lo que puede pasar. Hay que saber adaptarse y saber improvisar, esa es la herramienta más importante de un reportero.
El 11-S supuso un antes y un después en la cobertura informativa del terrorismo internacional. ¿En qué cambió el trabajo de los periodistas?
Después del 11-S se desencadenaron dos guerras, una en Afganistán y otra en Irak. Eso hizo que muchos periodistas tuviesen su “bautizo de guerra”. Surgió una industria paralela en algunos lugares como Gran Bretaña y EE UU de cursillos a periodistas sobre cómo manejarse en tiempos de guerra y nació una generación de nuevos reporteros que acudían a lugares de conflicto, a diferencia de la generación anterior, con otros puntos de vista, con más herramientas de trabajo y con otro concepto del compañerismo.
Todo reportero quiere una exclusiva pero ahora no se juega el tipo para conseguirla. La sensación de compañerismo que existía, por ejemplo, entre los reporteros españoles desplazados en Afganistán, o en la guerra de Irak, yo no la había percibido hasta entonces. La información nos llegaba a todos a la vez, la diferencia estaba en cómo contarla para cada medio.
En su libro Ninguna guerra se parece a otra reflexiona sobre el corresponsal de guerra y rinde homenaje a su compañero José Couso, fallecido en Bagdag. ¿Qué destacaría del trabajo que realizaron juntos en la cobertura de la Guerra de Irak?
Habíamos preparado muy bien el conflicto y lo que mejor hicimos fue contar la guerra desde otros puntos de vista donde no era tan importante el soldado o el miliciano. Ya no primaba la escena de combate sino la retaguardia y tratar de explicar y contextualizar un poco para el público español lo que ocurría alrededor.
Hicimos una serie de reportajes paralelos, mientras estaban cayendo las bombas, donde tratábamos de demostrar si seguía existiendo vida social, si se jugaban partidos de fútbol de la Liga o si la Bolsa de Irak estaba abierta. Lo que más destacaría es que a pesar de la censura interna que sufríamos intentamos ser los ojos de la guerra y mostrar todo lo que ocurría alrededor.
Hace unos meses ha regresado a Bagdad junto al juez Pedraz y otros testigos del caso Couso. ¿Cómo fue volver al Hotel Palestina?
Todo regreso tiene un punto de catársis. Es como cuando vuelves al lugar del accidente donde te has estrellado con un coche para encontrarte a tí mismo y encontrar explicaciones de por qué te pasó eso. Aunque era una comitiva judicial, fue un poco lo mismo.
Fue volver a aquel hotel, a aquella habitación, al lugar de los hechos, donde intenté palpar cierta presencia que siempre ha estado conmigo. Fue una sensación extraña, inquietante, desasosegante pero también, de alguna manera, liberadora. En cuanto a mi impresión personal del caso y con todo el cariño a la labor del juez, creo que solamente una filtración de WikiLeaks podrá darnos alguna nueva luz sobre lo que ocurrió.
¿Podría hacerse más para evitar la muerte de periodistas en zona de conflicto?
La guerra es un lugar donde hay gente que mata a gente y donde acuden una serie de periodistas para intentar constatar ese terrible hecho. Las víctimas siempre querrán que haya periodistas para denunciar los hechos y los verdugos siempre querrán que no los haya. En ese lugar en el que nosotros nos situamos asumimos un riesgo. Yo no voy a llorar nunca porque me haya pasado algo en un conflicto, asumo el riesgo.
Acabo de volver de Somalia y he tenido que ir con 14 guardaespaldas que no sabía si me iban a vender o secuestrar. ¿Se puede hacer más? El propio periodista puede tener más sentido común y tratar de poner su vida por encima de una información. Desde el punto de vista de los medios de comunicación poco más pueden hacer: unos seguros dignos y no obligar a nadie, que no se obliga, a ir. Desde el punto de vista de los que están en la guerra: matar a un periodista da mucha más publicidad a una causa que masacrar a 200 tipos. El periodista desgraciadamente será portada y pondrá el conflicto en primera plana.
¿Cuál es la misión de un reportero de guerra?
En un conflicto, donde todo pasa y todo ocurre, siempre debería haber un reportero que deje constancia escrita de lo que pasó. A mí no me gusta llamarme reportero de guerra, me considero reportero. El que se autodefine como reportero de guerra es porque le gusta la guerra. Cuando acudo a un conflicto sigo siendo un reportero que está cubriendo una guerra pero que en otras ocasiones se mete en las entrañas de un volcán o denuncia la persecución de los albinos en Tanzania. En cualquier caso nuestra misión
es reflejar y constatar una serie de hechos que servirán para que no haya impunidad.
En 2005 se incorpora a Cuatro, ¿qué destacaría de esa etapa televisiva y de los reportajes en los que trabajó?
Elena Sánchez, entonces Directora de Contenidos de la cadena, me hizo una oferta que no pude rechazar: “Haz lo que más te gusta hacer”. Entonces decidí que lo único que no había hecho hasta entonces eran reportajes de 50 minutos y que por fin alguien me daba el tiempo y el presupuesto para hacerlo. Hice una serie de reportajes, unos cuatro o cinco al año, en los que aprendí mucho. Siempre había envidiado, en ese sentido, a TVE que era el único medio que podía permitirse reportajes como En Portada o Documentos TV.
Vinculado a CNN+ posteriormente, ¿cómo vivió la desaparición del canal en España?
Personalmente me pareció dramático porque lo viví desde dentro. Muchos de los compañeros que trabajaban allí se quedaron en la calle y no pudieron ser recolocados. Desde el punto de vista del periodismo cada vez que se cierra un medio de comunicación algo se rompe también dentro de nosotros. CNN+ representaba en aquel momento una herramienta indispensable de información 24 horas dentro de la sociedad española.
Durante el último año, en el que se podía ver por TDT, se había convertido, no digo en referente, pero sí en ese lugar donde podías encontrar cada diez minutos una actualización de lo que había pasado en el mundo. Era una herramienta imprescindible y me produjo una tremenda tristeza.
Ahora se ha sumado al equipo profesional de Canal + con una serie de reportajes de producción propia. ¿Está el género al alza en televisión?
Desde hace unos años, el espectador es capaz de decodificar las señales de televisión de otra manera. Todos tenemos un móvil con cámara, todos entendemos que se pueden grabar y enseñar historias.
El raccord ha muerto y eso nos permite trabajar de otra manera mucho más rápida. Han surgido una serie de formatos como Callejeros o Comando Actualidad que han mostrado al espectador que se puede percibir la realidad de una manera mucho más cercana. Yo en mis reportajes asumo los códigos de Mi cámara y yo, Reporteros… es decir: cámaras pequeñas, intromisión rápida en la realidad, un punto de voyerismo y un punto de protagonismo del reportero que es el que conecta al final la realidad que está mostrando con el espectador. Además, trato de elaborar reportajes de 50 minutos con una calidad estética extraordi naria y con un tratamiento narrativo muy diferenciado, más cercano al documental.
¿Y cuál es el espíritu de esta serie?
Se trata de bucear un poco en la condición humana, hacer una especie de cartografía del ser humano en situaciones muchas veces límite. Todo mundo tiene un submundo y eso es lo que hay que explicar, porque muchas veces explicándolo comprendes las cosas que están ocurriendo en el primer estrato.
De esta serie de reportajes ha nacido también un proyecto solidario junto a la empresa Kukusumusu ¿Cómo surge la idea de esta campaña?
El proyecto se llama Report T.Shirt. Nos preguntamos si serían capaces de hacer una especie de “dibujomatón” o crónica gráfica de mis reportajes. Les doy la idea, les cuento lo que voy a hacer y ellos tratan de elaborar una camiseta que explique en un dibujo lo que a mí tanto me cuesta resumir en un título. Es una colección muy pequeña que se vende exclusivamente en su web y cuyos beneficios van destinados a Reporteros Sin Fronteras porque no hay ningún ánimo de lucro.
Recientemente narraba en una crónica para El País la explosión de una bomba en Somalia. ¿Llega uno a acostumbrarse a vivir este tipo de situaciones en primera persona?
Hace mucho que no me explotaba una bomba cerca y no, no te acostumbras. Vuelves a hacerte las preguntas ¿por qué he venido?, ¿quién me ha obligado?, ¿qué hago aquí? Eso te dura unos segundos, enseguida sales corriendo, coges la cámara y buscas el mejor lugar para hacer las fotos. Sacas la imagen y con la otra mano estás twitteando que acaba de explotar una bomba cerca de tu hotel. La segunda llamada que haces es a tu familia para decir que estás bien. Hoy el periodista tiene tal cantidad de herramientas para informar que rechazarlas es un grave error que nos puede condenar al pozo de la historia del periodismo.
Ahora que menciona las redes sociales, ¿qué papel juegan en el reporterismo?
Fundamental. Los reportajes hoy tienen que ser obligatoriamente multimedia y trasversales. Si me voy a hacer un documental a Somalia y sé que mi documental en Canal+ no va a programarse hasta dentro de dos meses, debo ser proactivo y tener la capacidad de entrar en la radio, en la Cadena Ser en este caso, contando que estoy en Mogadiscio, hacer un blog para El País de mis seis días en la “capital del caos” y, además, contar cosas que aporten algo a mis seguidores en twitter. Este es el abecedario del nuevo periodismo y hay que estar ahí, creando expectativas.
¿Cómo ve el actual panorama de la televisión en España?
No hay gurú que sepa cómo va a ser el panorama televisivo de aquí a un año. Creo que el Gobierno ha hecho una política nefasta en cuanto a la reorganización de los espacios televisivos o de los espacios radioeléctricos porque se ha repartido demasiado la tarta en una postura probablemente muy democrática, pero que es insostenible. Estamos viviendo un momento, digamos de “decantación” de los medios y veremos quiénes son capaces de resistir y quiénes se van aliando. Creo que todo volverá a recolocarse en un par de años y espero que así sea por el sostenimiento de la industria.
¿Qué cambiaría de la parrilla televisiva?
El espectador debe tener todas las opciones, incluso algo que me pone de los nervios como son los programas donde supuestos famosos se dedican a pegarse puñaladas. No podemos elevar el verdulerismo a categoría de periodismo pero es un género que como dicen las audiencias triunfa, o al menos gusta a una parte de la población. ¿Cambiaría algo? Intentaría cambiar de alguna manera la cultura televisiva que tenemos.
Para terminar, ¿cuál es la clave de la televisión de calidad?
La clave de la televisión de calidad es dar contenidos rigurosos, formativos, sociales, de denuncia, de producción propia, nacional o internacional, que tengan una alta calidad. Algunas televisiones en este país están intentando hacer una especie de programación blanca. El hecho de que hayan empezado a eliminar los programas que más problemas les daban me parece que es un signo de cambio. El ciclo de los programas en los que se devasta a otras personas por mera diversión ha acabado.