Sardá se retira, quizás no tan a tiempo, y le deja una buena papeleta a la competencia. La de Telecinco se da por descontada. Se les acaba el cuento a quienes han conseguido agazaparse en la madrugada justificando cuotas de pantalla ridículas con el manido discurso del «con «Crónicas» no hay que competir» o el aún más hipócrita del «somos la digna alternativa a esos programas nocturnos donde todo cabe». Ya no cuela. Algo habrá que inventar para seguir llevándoselo crudo aunque no te vea ni el tato. No se trata de defender lo zafio ni situar el rasero por abajo, ni mucho menos, pero ya va siendo hora de que algunos, sobre todo los que viven (léase chupan) del erario público, se enteren de que la televisión es un servicio, sí, pero también una empresa, con sus nóminas y su responsabilidad, y corresponde a sus gestores al menos no perder dinero. No hablemos de ganarlo. «Crónicas» deja atrás un reguero de polémica, pero también un modelo capaz de atrapar a la audiencia durante ocho años y poner en valor una franja horaria en la que para muchos aún son pardos todos los gatos. Los mismos que intentan hacernos pasar por liebre con una tramposa guarnición de pluralismo, diversidad y aromas de humor inteligente. Se va Sardá. Veremos cuántos van detrás.