Aranda de Duero en un fin de semana: un mundo de bodegas subterráneas
“Paramos a comer un lechazo asado y seguimos”, dicen algunos viajeros con prisas. Situada de camino entre Madrid y Burgos, la villa de Aranda de Duero se convierte en un alto en el camino imprescindible para los amantes de su gastronomía más típica. Pero si le dedicamos más tiempo y pasamos en ella al menos un par de días, podemos descubrir una pequeña ciudad llena de encanto, con un cuidado patrimonio plagado de historia y con un subsuelo lleno de bodegas subterráneas.
Aranda de Duero es vino. Lo lleva en la sangre. Es la mayor de las poblaciones de la Ribera del Duero y eso la convierte en un fantástico epicentro para el enoturismo, con buenas y variadas actividades. Pero más allá de su famoso lechazo al horno y de sus vinos, merece la pena recorrer sus calles y adentrarse en su casco histórico, que presume de ser el protagonista del 'plano de Aranda', realizado en 1503 y considerado el mapa urbano más antiguo del país. Si te animas y quieres dedicarle al menos una completa escapada de fin de semana, hay varias cosas que conviene no pasar por alto.
7 km de bodegas subterráneas
A Aranda de Duero se va a ver vino, a aprender de vino y, si nos gusta, a beberlo también. Es la cuna de la Ribera del Duero y el vino es parte de su historia y su cultura, por lo que resulta prácticamente imposible pasarlo por alto. De hecho, sus bodegas son uno de los principales reclamos que llevan a visitar este municipio burgalés. Aquí se concentran 135 bodegas con las que empaparnos de su tradición vinícola, pero además Aranda tiene la peculiaridad de contar con una enorme red de bodegas subterráneas. Siete kilómetros de galerías excavadas entre los siglos XII y XVIII entre las que se encuentran auténticas maravillas de gran valor patrimonial. Las condiciones ambientales de las cuevas, a una profundidad media que oscila entre los 9 y los 12 metros, con una humedad determinada y una temperatura constante de entre 11ºC y 13ºC, hacen sin duda que los vinos de Ribera del Duero se encuentren entre los de mayor prestigio del mundo.
Desde 2015, las bodegas de Aranda están consideradas Bien de Interés Cultural en la categoría de 'Conjunto Etnológico' y varias están abiertas al público y se pueden visitar. Una de las que sin duda te llamará la atención es la Bodega de la Ánimas, que está musealizada para dar a conocer mejor el proceso de elaboración y conservación de su vino, y alberga además el Centro de Interpretación del Vino CIAVIN. Otra opción interesante, y de entrada libre, puede ser El Lagar de Isilla, donde podemos recorrer las galerías subterráneas de su bodega histórica a 12 metros de profundidad bajo el casco antiguo de Aranda de Duero.
Un patrimonio con encanto medieval
Aranda de Duero comenzó a vivir su periodo de mayor esplendor durante el reinado de Enrique IV, a finales del siglo XV, y eso le dio alas para crecer en tamaño e importancia. De entonces conserva un casco histórico que merece la pena recorrer sin prisas, con un trazado de calles caprichosas y sinuosas, y hay que asomarse a la verde orilla del Duero antes de pasar a Plaza Mayor y comenzar a entrar en materia.
La pequeña Plaza del Trigo es un buen ejemplo de ese encanto medieval que desprende Aranda de Duero. A un paso se encuentra la iglesia de Santa María la Real, uno de los platos fuertes de nuestra nuestra visita y el monumento más representativo de la villa. Su monumentalidad gótica del siglo XV es todo un símbolo de la importancia que tuvo la ciudad para la Corona de Castilla y lo primero que llamará nuestra atención será su imponente pórtico, que es prácticamente un retablo hecho en piedra donde una virgen María amamantando a su hijo se lleva el protagonismo entre multitud de imágenes de apóstoles, evangelistas, santos y santas. Su interior no se queda atrás, pues damos con un amplio templo de tres naves a las que se une una cuarta con varias capillas. El púlpito de nogal de mediados del siglo XVI sin duda se merece que también le dediques unos minutos.
Si queremos más, puede resultar interesante hacer una visita a la iglesia de San Juan Bautista, no ya tanto por su templo gótico del siglo XV en sí, sino porque en su interior se encuentra el Museo Sacro de Aranda de Duero. Allí daremos con una completa muestra permanente de obras de gran valor de la diócesis de la localidad, entre las que destacan el retablo de Las Calderonas, del siglo XVI, o los relieves originales de las puertas de la iglesia de Santa María la Mayor. Y el Palacio de los Berdugo, del siglo XV, es uno de los ejemplos de arquitectura civil más espectaculares de la ciudad.
Una gastronomía con nombre propio
Llegamos a otro de los grandes reclamos de nuestro viaje: su gastronomía. Para muchos, decir Aranda de Duero significa decir lechazo, y en muchas ocasiones no hacen falta más excusas para llegar hasta aquí. El lechazo asado al horno de leña en una fuente de barro es una tradición que los más carnívoros seguramente no quieran pasar por alto. Desde 1997 el cordero lechal cuenta con Indicación Geográfica Protegida y también sus chuletillas son un plato típicamente arandino. Aquí evidentemente todo se ha de acompañar con un vino con Denominación de Origen Ribera del Duero, pero hay vida más allá del lechazo y el vino. La morcilla de Aranda, el calducho (el caldo resultante de la cocción de las morcillas al que se le añaden algunas rebanadas de pan), la sopa de ajo, los quesos de oveja también con Denominación de Origen Quesos Región del Duero y la Torta de Aranda, un pan similar a una torta de aceite, pueden completar cualquier menú verdaderamente auténtico en nuestro paso por Aranda de Duero.