El camino de la Retirada bajo las bombas franquistas: un viaje para combatir la desmemoria

Refugiados españoles, en su mayoría republicanos y miembros de las brigadas internacionales que huían del régimen franquista, retenidos bajo autoridad francesa en el campo de Argelès-Sur-Mer el 8 de febrero de 1939.

Carlota E. Ramírez

19 de enero de 2024 22:39 h

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Resulta casi imposible contemplar esta parte del mar Mediterráneo como lo que es. A pesar de que tenga la playa casi para mí sola a finales de año y el paisaje pida una foto. Aquí, sobre la arena que piso ahora mismo, cientos de miles de refugiados españoles se dejaban caer tras días de caminata en pleno enero huyendo de los ataques franquistas hace 85 años. Algunos amanecían sin vida tras pasar la noche enterrados en la arena para entrar en calor. Y al conocer esta historia, el paisaje que se me presenta delante adquiere otro significado. 

Estoy en Argelès-sur-Mer. Una comuna francesa donde se ubicaba uno de los campos de concentración en los que se retuvo a los exiliados españoles que huyeron de la guerra entre finales de enero y principios de febrero de 1939. Pero ni nuestra ruta ni la suya empieza aquí.

Este es un viaje exprés de tres días para conocer un pasado no tan lejano. 

Día 1. Un paseo por Figueres, la Gernika catalana

Figueres es el campamento base. En el AVE se tardan apenas cuatro horas desde Madrid. El primer plan es instalarme y dar un paseo por esas calles que fueron duramente bombardeadas por el bando franquista —y la ayuda de la Legión Cóndor y la aviación italiana— a finales de enero y principios de febrero de 1939, donde hubo al menos 400 muertos entre sus 14.000 habitantes. Por eso hay quien la llama la Gernika catalana. 

Durante los últimos años de la República, la ciudad fue la sede del gobierno republicano, del catalán y del vasco. Además, era un lugar ubicado en un punto estratégico: por allí pasaron durante los años de guerra cientos de miles de refugiados que huían del franquismo hacia Francia. Entre ellos el presidente de la República, Manuel Azaña, el de la Generalitat, Lluís Companys y el lehendakari José Antonio Aguirre. 

Estos mandatarios y otros diputados del gobierno republicano se reunieron en el Castillo de Sant Ferran el 1 de febrero de 1939 en el que sería el último encuentro de las Cortes. El lugar fue posteriormente bombardeado tras la Retirada de las tropas republicanas. Ese 1 de febrero, el jefe de Gobierno Juan Negrín dio su último discurso ante 62 diputados. 

Ya en el centro de la ciudad de Figueres se encuentra la Plaça del Gra, por el camino hay que fijarse en el contraste entre los edificios nuevos del centro de la ciudad que colindan con las pocas fachadas que sobrevivieron a las bombas. La plaza fue uno de los puntos más atacados por los fascistas y donde tuvo lugar el grueso de las víctimas de los bombardeos. Hoy sirve de mercado al aire libre algunos días de la semana.

Desde allí, y para terminar el día, uno puede acercarse al lugar donde empieza la carretera de la Jonquera, el punto de inicio de la ruta hacia el exilio. Así lo recuerda al comienzo de la calle un mural pintado en una de las paredes de piedra: “Ruta de l’exili. C/Jonquera. En memória dels refugiats”. Al lado hay otra pintura, esta vez del rostro de Federico García Lorca. “En la bandera de la libertad bailé el amor más grande de mi vida”, ha escrito alguien en la pared recordando los versos del poeta. Los adoquines que forman hoy el camino son los mismos que pisaron los miles de refugiados, donde se dejaban las llantas de los carros o tenían que abandonar pesadas maletas, en pleno enero, bajo las nevadas, intentando huir de la muerte.

Día 2. Un camino emocionante a Argelès-sur-Mer y el memorial de la Jonquera

Si has venido en coche, bien, y si no, es hora de alquilar uno y poner rumbo a Francia cruzando la frontera. Pero esta vez no por la autopista, que es el camino más rápido que marca el GPS, sino por la N-II, una radial que sigue uno de los caminos que hicieron los refugiados. En la carretera, hoy asfaltada y sin ningún cartel que indique lo que allí pasó, es casi imposible no imaginarse a familias enteras andando y sufriendo el frío del invierno, abandonando objetos prescindibles —aunque quizá con valor emocional— para no cargar con ellos. Sin saber a dónde iban a parar. 

Tras aproximadamente una hora de viaje se llega al primer destino del día: Argelès-sur-Mer. Un pueblecito francés con encanto situado justo al otro lado de la frontera. Allí espera Olga Arcos, hija del exilio republicano. Ella nació en París y a su acento al hablar español lo llama “el acento del exilio”. Olga forma parte del equipo del memorial situado en el pueblo, un espacio en el que se deja la piel para que no se pierda la memoria de lo que pasó al inicio de la dictadura española. A Argelès-sur-Mer, por ese camino, llegaron alrededor de 100.000 personas huyendo de las atrocidades de los fascistas. 

El memorial cuenta la historia de aquellos exiliados, que acabaron su viaje en la playa de esta comuna, donde las autoridades francesas les retuvieron construyendo sobre la misma arena un campo de concentración. Mientras paseo observando los objetos expuestos de los refugiados que pasaron por allí —dibujos, maletas, mantas, cuadernos…— una señora mayor entra por la puerta y se acerca a Olga. Es emocionante presenciar cómo la mujer le habla de su padre. Cree que es uno de los niños de Argelès-sur-Mer. Y Olga se para a atenderla. No es la primera vez que pasa: hay quien ha conocido la historia de sus padres o abuelos por primera vez a través de las paredes de este lugar.  

Preguntada por el interés y las visitas al memorial, Olga confirma un dato demoledor que ya se recogía en este artículo de José María Sadia en elDiario.es: los jóvenes franceses y alemanes saben de la Guerra Civil española y del franquismo más que los jóvenes españoles que visitan las instalaciones. 

Desde allí, ya con las imágenes y la historia del campo en la cabeza, la siguiente parada es la playa. Olga señala el sitio exacto en el que empezaba el campo de concentración, donde hoy se alzan hoteles y parkings a pie de playa que están cerrados porque estamos fuera de temporada. Antes de entrar en la playa, un monolito de piedra con algunas placas —de los gobiernos francés, catalán y central— recuerda lo que allí pasó. Otro dato triste: la primera vez que un presidente español viajó a rendir homenaje al exilio republicano de Argelès-sur-Mer fue en 2019 y fue Pedro Sánchez. Unos kilómetros más allá, otra placa marca el final del enorme campo. 

Ando unos metros por la playa, vacía en esta época del año. Como decía al comienzo, es imposible verla con los ojos del turista que va a pasar allí un fin de semana de descanso, sin pensar en el hambre, el frío y el desarraigo. 

La última parada en Argelès-sur-Mer antes de iniciar el camino de vuelta es el cementerio de los españoles, situado en una zona de campings. Allí, en otro monolito de piedra, aparecen los nombres de los republicanos muertos en el campo de concentración junto a otra placa que contiene los nombres de los menores de 10 años que también perdieron la vida. Piedras pintadas con los colores de la bandera republicana y unas flores que alguien ha dejado hace poco rinden homenaje a los que allí descansan. 

Ya en el camino de vuelta, y si da tiempo, es posible hacer una parada rápida en el paso fronterizo de la Jonquera, un pueblo perteneciente a Girona donde se encuentra el Museo Memorial del exilio, financiado por la Generalitat de Catalunya. La exposición permanente presenta el fenómeno del exilio a lo largo de toda la historia, aunque se centra en la Guerra Civil y en la Retirada republicana. Merece la pena guardar un par de horas del día para cerrar la jornada con esta visita. 

Día 3: Portbou y Walter Benjamin, las fronteras y el final de Machado en Colliure

El tercer día el destino está claro: el pueblo francés de Colliure, donde está la tumba de Antonio Machado. Pero aparecen dos paradas improvisadas por el camino. 

Esta vez lo interesante es tomar la carretera de la costa, la N-260, otro de los caminos que usaron los exiliados para salir de España. Para llegar a Colliure hay que pasar por Portbou, donde se refugió y murió el escritor Walter Benjamin huyendo de los nazis. Justo antes de llegar a Portbou cruzamos por un paso fronterizo donde paro un momento a hacer una foto. Todo cerrado y lleno de grafitis. “Para lo que han quedado hoy algunas fronteras”, pienso. 

Y es ahí donde, por casualidad, encuentro otro pequeño recuerdo de los refugiados: el Memorial de l’Exili-coll dels Belitres-Portbou, otro de los puntos de paso del exilio por el Pirineo catalán. En él se pueden contemplar una serie de imágenes del fotógrafo Manuel Moros sobre la Retirada, que fueron realizadas en febrero de 1939, y un par de placas con diferentes inscripciones de Primo Levi y del poeta John Donne. Impresiona comparar las imágenes de Moros con el paisaje veraniego del mar al fondo. Las fotos de los turistas y los restos de la guerra se intercalan con los selfis frente al mar para colgar en Instagram.

Un poco más adelante se encuentra Portbou, donde merece la pena parar cinco minutos y visitar el monumento a Walter Benjamin, Passatges, que el artista Dani Karavan hizo junto al cementerio, donde también se encuentra su tumba. 

Después de esta parada exprés pongo rumbo a Colliure por una carretera en la que voy acompañada del mar. Tras 45 minutos el GPS me indica que “he llegado a mi destino” y lo primero que hago es dar una vuelta alrededor del castillo. Buscando información durante los últimos días, he leído que fue una prisión para militares y republicanos a partir de marzo de 1939.  

Tras el paseo alrededor del castillo voy directa al cementerio. Es emocionante entrar. Quizá el momento más emotivo del viaje. Estoy sola ante la tumba de Antonio Machado, que murió allí en febrero de 1939. Fue uno de los cientos de miles exiliados por el franquismo. La sepultura está repleta de flores frescas, banderas republicanas y poemas y cartas escritos por personas que la visitaron días u horas antes. Una de esas tumbas que se convierten en un símbolo. Esta vez, el de los exiliados por la guerra.

 “No pasarán”, se lee en una de las cartas que alguien ha dejado allí, sujeta con unas piedras. “Murió el poeta lejos del hogar, le cubre el polvo de un país vecino. Al alejarse le vieron llorar, caminante no hay camino, se hace camino al andar”, ha escrito otra persona en una piedra citando los versos de Serrat dedicados al poeta.

Fin del viaje. Vuelta a casa con mucha más información del pasado que sirve también para entender muchas cosas del presente.

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