Cinco pueblos del Pirineo de Girona para una escapada cargada de encanto y naturaleza
Los Pirineos nunca defraudan, sobre todo si vamos con ganas de disfrutar de la naturaleza y de pequeños pueblos de montaña llenos de encanto. Y si eso es lo que te apetece, quizá el Pirineo de Girona es justo lo que estás buscando. Regiones como la Garrotxa, el Ripollès y la Cerdanya reúnen algunos de los paisajes más llamativos y hermosos de toda la geografía catalana, y entre una y otra hay un buen número de pueblos que tienen mucho que contar mientras disfrutamos del entorno natural que los rodea.
Santa Pau, Beget, Camprodon, Ripoll y Llívia son cinco de esos pequeños municipios que no deberíamos dejar de incluir en nuestra ruta para que nuestro viaje gane en interés cultural, pues a nuestro paso es fácil sentirse en pleno Medievo mientras nos sumergimos en sus estrechas callejuelas de piedra y su patrimonio arquitectónico con siglos de historia.
Uniendo unos con otros conseguimos el itinerario perfecto para conocer algunas de los escenarios más llamativos de la Garrotxa, el Ripollès y la Cerdanya, donde los montes, los valles y los ríos llenos de vida nos reciben con los brazos abiertos
En la Garrotxa: Santa Pau y Beget
La Garrotxa no necesita mucha presentación. Entre otras cosas porque alberga el singular Parque Natural de la Zona Volcánica de la Garrotxa, donde en solo 12.000 hectáreas se agrupan hasta cuarenta volcanes escondidos entre la vegetación. En su peculiar paisaje se pueden distinguir los conos que la antigua actividad volcánica dejó aquí para siempre, donde la naturaleza se abrió paso para cubrirlo todo de verde.
La zona de la Alta Garrotxa, donde abundan los parajes de alta montaña, fue declarada Espacio de Interés Natural y forma parte de la Red Natura 2000, y aquí no se pueden pasar por alto poblaciones como las de Oix o Beuda. Olot, la capital de La Garrotxa, también se merece una visita, aunque Santa Pau y Beget son las que acaparan mayor protagonismo.
- Santa Pau, entre volcanes
Santa Pau no solo destaca en La Garrotxa, pues es uno de los pueblos con mayor encanto de toda Catalunya. Sus murallas y sus callejones empedrados te trasladan a otra época en plena zona volcánica, y entre su patrimonio arquitectónico resalta además una de las plazas porticadas mejor conservadas de toda la comunidad. Cuenta con más de 700 años de historia y en sus alrededores el verde de la vegetación se funde con el negro del basalto y las tonalidades cobre de la lava. Por tener, Santa Pau tiene hasta sus propias judías de renombre, con Denominación de Origen incluída.
- Beget y su encanto medieval
Seguimos en época medieval a través de las calles de Beget. Pertenece al término municipal de Camprodon y está lleno de magia y encanto. Para visitarlo hemos de llegar hasta la Alta Garrotxa, ya cerca de los primeros desniveles de los Pirineos, y entre sus edificaciones de piedra, sus callejuelas estrechas, las plazas centenarias y sus monumentos románicos, como la iglesia de San Cristóbal o los puentes que unen sus tres sectores, parecerá como si hubiésemos retrocedido varios siglos atrás. Se ha ganado por derecho propio ser uno de los pueblos más pintorescos y turísticos de la Cataluña montañosa, y además se ubica en un entorno idílico para la práctica de senderismo.
En el Ripollès: Camprodon y Ripoll
El Ripollès es uno de esos lugares que no deberíamos perder si somos verdaderos amantes de la montaña pues en él el terreno asciende hasta los casi tres mil metros en cumbres como el Puigmal o el Bastiments. Tiene todo lo necesario para ser el paraíso del esquí, el BTT y el senderismo, y culturalmente tampoco se queda atrás, con localidades llenas de historia como San Joan de les Abadesses, Campdevànol, Gombrèn-Montgrony, Ripoll y Camprodon, mereciendo estos dos últimos una mención aparte.
- Ripoll, capital del Ripollès
Ripoll es clave para comprender la historia y la identidad catalana, pues conocer el monasterio de Santa Maria de Ripoll es sumergirse en los orígenes de Catalunya. Jugó un papel fundamental en la Europa medieval y fue fundado por el conde Wifredo el Velloso en el año 879. Arquitectónicamente no tiene desperdicio, pues su gran portada del siglo XII, el claustro de doble planta, las tumbas condales y la necrópolis son dignos de admirar. Cuenta con su propio Centro de Interpretación, que resulta especialmente útil para ponerlo en contexto. Ripoll es una parada obligatoria en itinerarios como la Ruta del Ter, la Ruta del Hierro y del Carbón o Los Caminos del Obispo y Abad Oliba, de especial interés románico.
- Camprodon, en el corazón de los Pirineos
Camprodon es sin duda uno de los pueblos más conocidos del Pirineo Catalán. Su ubicación en la confluencia de los ríos Ter y Ritort le da un encanto natural especial, y si a eso le sumamos su arraigada cultura e historia, hace que su patrimonio destaque sobre el de muchos otros. Aquí los paisajes, la gastronomía, la fauna y la naturaleza en general van de la mano, y es un municipio vivo a lo largo de todo el año. El origen del pueblo lo encontramos en el Monasterio de San Pedro, construido a mediados del siglo X por Wifredo II de Besalú, y uno de sus símbolos más conocidos es el Puente Nuevo, del siglo XII. Además de otros monumentos religiosos, como la iglesia de Santa María, puede ser interesante visitar el Museo Isaac Albeniz, que nació en la villa en 1860.
En la Cerdanya: Llívia
Siempre, sea cuando sea, la Cerdanya llama la atención por la diversidad de sus paisajes. En este gran valle encontramos el Parque Natural del Cadí-Moixeró, cumbres como las de Tossa Plana de Lles o el Puigpedrós, y protagonistas como el río Segre. Su variedad hace que sea un lugar perfecto para llevar a cabo multitud de deportes al aire libre, de senderismo y alpinismo a esquí nórdico y marcha con raquetas de nieve en invierno. Todo el territorio queda salpicado por pequeñas ermitas e iglesias románicas, y eso hace que forme parte de la Vía Románica que cruza el Pirineo catalán. Si has de elegir hay un municipio en el que sin duda merece la pena detenerse: Llívia.
- Llívia, una isla en medio de Francia
Llívia tiene la peculiaridad de ser una pequeña isla catalana en territorio francés, pues quedó totalmente rodeada por el país galo más allá de la línea fronteriza entre Francia y España. El municipio nació, como en tantos otros casos, a los pies de un imponente castillo, hoy en ruinas. Llívia destaca por ser un pueblo acogedor en la falda del pico Carlit y por estar rodeado de lagos, bosques y prados que invitan a salir a respirar aire puro. Aquí, en 1415, el boticario Jaume Esteve inauguró la que es considerada una de las farmacias más antiguas de Europa, y perteneció a la misma familia durante 23 generaciones hasta que cerró en 1942. Hoy la Farmacia Esteve nos deja ver sus libros de fórmulas y sus tarros de cerámica de color azul en forma de museo.