Cudillero, el fotogénico concejo asturiano que no tiene nada que envidiar a Cinque Terre
Con un anfiteatro de casas multicolor, un dialecto propio, una gastronomía recién sacada del mar y un entorno verde donde no faltan las playas, este puede ser el destino perfecto para una escapada
Dicen de Cudillero que es el pueblo invisible, pues de todas las villas marineras que hay en Asturias esta es la única que no se ve ni desde la tierra ni desde el mar. Se esconde en un recodo natural de la costa asturiana y se descuelga desde las alturas entre las laderas de dos colinas hasta llegar a la orilla del Cantábrico. Y así, con sus coloridas casas que se encaraman unas sobre otras para asomarse a su puerto, nace el que sin duda es uno de los pueblos más bonitos de España. Porque sí, será invisible, pero cuando por fin lo descubres, te regala una postal de difícil olvido que recuerda irremediblemente a la que ofrecen los pueblos costeros del Cinque Terre italiano.
El anfiteatro lleno de color que forman las casas marineras de Cudillero es su seña de identidad, pero basta con dedicarle un fin de semana para comprobar que aquí se esconde mucho más que una cara bonita. Cudillero es conocido como la Villa Pixueta en alusión al pixueto, el dialecto socio-lingüístico tradicional del lugar que poco a poco va cayendo en desuso, pero que sigue dando nombre a sus pescadores. Y es que aquí todo huele a mar, sabe a mar y suena a mar, tal y como te recordará el graznido de las gaviotas desde el momento en el que pongas tus pies en este concejo.
Cudillero por dentro y por fuera
Cudillero es capaz de mostrarnos caras muy diferentes. Sin lugar a dudas, nuestro primer destino será su anfiteatro urbanístico, pero después podremos seguir por zonas muy distintas que llamarán igualmente nuestra atención. Caminar la zona vieja de este pintoresco pueblo marinero, declarado Conjunto Histórico Artístico, nos dará la posibilidad de perdernos, literalmente, entre sus numerosos recovecos y callejones.
Nos asomaremos a miradores, bajaremos escaleras infinitas, atravesaremos pasadizos e iremos dejando a un lado y a otro llamativas casas de pescadores en las que aún es posible encontrar algún que otro curadillo, pequeños escualos que se secan y curan colgando en las terrazas y balcones al estilo más tradicional, y que antaño aseguraban la conservación de la comida a lo largo del año. El ambiente marinero nos abraza a cada paso y, conforme subimos o bajamos por sus calles, el rostro de la villa pixueta va mudando, pues desde cada perspectiva muestra una cara diferente. Abajo, en el centro del anfiteatro, encontramos un lugar ideal para sentarse y tomar algo rodeados por la imagen más pintoresca de Cudillero.
Pero luego está el otro Cudillero, el de fuera. Más allá del barrio de pescadores, si subimos nos sorprenderá encontrarnos con El Pito, a apenas dos kilómetros de distancia, con sus espectaculares casas indianas y el llamativo Palacio Selgas, un espléndido conjunto del siglo XIX más conocido como el ‘Versalles asturiano’, tanto por su concepción paisajística y arquitectónica como por las valiosas obras de arte que contiene.
Para conseguir las mejores panorámicas de Cudillero, no hay mejor opción que recurrir a sus miradores. Uno de ellos es el mirador de La Garita, ubicado en el lado este del anfiteatro, desde él tendrás vistas tanto hacia el puerto de la villa como hacia el faro. Otro es el mirador de El Picu, justo en el centro pixueto. Otro el de la Casa del Fuego, en la parte oeste de Cudillero, y otro el de la Atalaya. Y así, desde diferentes ángulos, conseguirás contemplar la villa pixueta de la mejor manera posible.
El Cudillero de las playas y acantilados
Y ahora sí, salimos del Cudillero más urbano para descubrir sus alrededores verdes y naturales. Antes de alejarnos mucho, no podemos pasar por alto el faro de Cudillero, que vigila la vida pixueta desde las alturas y, tras pasar por él, ya podemos poner rumbo a algunas de las playas y miradores más llamativos de sus alrededores. Si buscamos paisajes de esos que se graban en la memoria, entonces nuestro rumbo lo debe marcar el Cabo Vidio, donde se encuentra el último faro que se construyó en Asturias. Los acantilados de Vidio son capaces de quitarnos el hipo y, para mayor disfrute, en dirección oeste y delicadamente asomados a la costa un buen número de bancos nos invitan a descansar, desconectar y a esperar la puesta de sol en un paraje privilegiado.
Si lo visitamos en verano y aprieta el calor, habrá que aprovechar que estamos en la costa para descubrir las playas de Cudillero. Hay varias y muy distintas entre sí, pero todas ellas especialmente pintorescas. Las hay grandes, pequeñas, salvajes, con ríos, sin ríos, con piscinas naturales, sin ellas, e incluso con un molino a pie de mar, como La Vallina. La playa de Concha de Artedo y la del Silencio son quizá las más imponentes y representativas, pero también otras como las de Gueirúa, Oleiros, San Pedro de la Ribera o Puerto Chico se encargan de completar la oferta playera de Cudillero.
Un homenaje gastronómico
Seamos sinceros: nadie va a Asturias sin intención de disfrutar de su gastronomía. Y eso, en Cudillero, sería imposible. Aquí los fogones cocinan los mejores frutos del mar y de la tierra, aunque como podrás imaginar el marisco y el pescado son los grandes protagonistas. Para ir entrando en ambiente, nunca está de más echar un ojo a las pescaderías pixuetas y así empezar a disfrutar del espectáculo, tanto por la calidad y la frescura como por su forma de presentarlo. Percebes, bugres, centollos, bueyes de mar o andaricas son un anticipo de lo que nos espera en los restaurantes.
Evidentemente, no te puedes ir de Cudillero sin probar el curadillo, ese mismo que has visto secando en terrazas y balcones. Pero tampoco el pastel de cabracho, el besugo, el rodaballo, la merluza, el xargo (sargo), el mero o por supuesto el pixín (rape); ya sea a la brasa, a la sidra, frito, con setas o con fabes. Porque eso sí, platos tradicionales como las fabes en sus múltiples versiones o la marmita de bonito asientan cualquier estómago. Para terminar con un dulce típico que no falten las natas de aldea, habitualmente con nueces y miel, pero ojo con ellas, que causan adicción.