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Si pensabas que las Islas Canarias eran una amalgama de exotismo y contrastes, espérate a conocer La Gomera. La tercera isla más pequeña del archipiélago canario, si tenemos en cuenta a La Graciosa, lo tiene todo para ganarse su apodo de “la isla mágica”. Aquí, y a solo 50 minutos de ferri desde Tenerife, nos espera una de las islas más peculiares y acogedoras de Canarias, donde pequeños pueblos llenos de encanto salpican su accidentada costa y una naturaleza exuberante llena de leyendas nos invita a perdernos en su interior para olvidarnos fácilmente de todo lo demás.
La Gomera transmite autenticidad, tradición, cercanía y, sobre todo, tranquilidad. Este remanso de paz de 369,76 km² vive a otro ritmo, su orografía llena de barrancos y quebradas hace que sus carreteras sean dignas de una montaña rusa con tantas subidas y bajadas, lo que hace que los tiempos se alarguen aunque las distancias sean cortas y eso nos haga olvidarnos pronto de las prisas. La Gomera es la única isla de Canarias en la que no se ha registrado ninguna erupción volcánica en época histórica, pero eso no evitará que nos sintamos en un gran volcán. Por su variedad de paisajes está considerada un auténtico tesoro ecológico y en su interior, a resguardo y viendo pasar el tiempo, una vegetación prehistórica nos trasladará varios millones de años atrás. Parece mentira cómo estando tan cerca, podemos sentirnos tan lejos de todo.
Nombres no le faltan a La Gomera. También es conocida como la “Isla Colombina” pues este fue el último territorio que pisó Cristóbal Colón antes de llegar a América en 1492. Sus aguas fueron entonces el punto de partida para el navegante y hoy son un paraíso para los amantes del snorkel y el submarinismo, pues su belleza natural también reluce por debajo de la superficie. La Gomera tiene una gran personalidad propia y es, además, tierra de tradiciones. Costumbres arraigadas y preservadas gracias a su aislamiento isleño entre las que destaca su artesanía, su folclore y, por encima de todo lo demás, el famoso silbo gomero: un medio de comunicación ancestral que permite a sus habitantes comunicarse de barranco en barranco a base de silbidos y que ha pasado de generación en generación desde hace siglos. Es considerado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO desde 2009 y es desde 1999 asignatura obligatoria en las escuelas de La Gomera; siempre es sorprendente ver cómo silbando se pueden mantener auténticas conversaciones.
En La Gomera vamos a pasar por sus pueblos y sus miradores, pero posiblemente lo que te lleve hasta ella será su naturaleza. La isla es Reserva de la Biosfera desde 2011 y alberga una amplia variedad de flora y fauna, con especies endémicas incluidas. Y aunque esté en peligro de extinción, con suerte podrás toparte con el lagarto gigante de La Gomera, un excelente ejemplo de su biodiversidad más auténtica.
Una amplísima red de senderos conecta la isla por toda su geografía con más de 650 kilómetros señalizados, por lo que te será fácil entrar en contacto estrecho con su naturaleza. Pero ten una cosa en cuenta: el Parque Nacional de Garajonay es el gran tesoro de esta isla. Su bosque de laurisilva, con sus helechos, hayas, acebiños y brezos, es un auténtico fósil viviente y el responsable de hacerlo tan especial. Es una reliquia de los bosques que cubrían la cuenca mediterránea allá por el terciario y su supervivencia es gracias a la humedad que los vientos alisios traen a La Gomera desde el Atlántico. Garajonay es Patrimonio de la Humanidad desde 1986 y su nombre nace con la leyenda del amor entre Gara, princesa de la isla de La Gomera, y Jonay, de la isla de Tenerife, que ante la desaprobación de sus familias decidieron quitarse la vida antes que vivir separados.
Pero hay más, porque además de Garajonay, La Gomera cuenta con otros 16 espacios naturales protegidos, como son la Reserva Natural de Benchijigua, en San Sebastián, o el Parque Natural de Majona, entre San Sebastián y Hermigua. Todos, como decimos, atravesados por la extensa red de senderos gomera.
Lejos de los verdes bosques la naturaleza también reluce en un entorno muy diferente, pues las aguas que rodean la isla están llenas de vida. En ellas se han documentado hasta 21 especies de cetáceos y no es difícil avistar de manera habitual delfines, ballenas o calderones. De hecho, desde el puerto de Vueltas en Valle Gran Rey y algunos días también desde Playa de Santiago, se pueden realizar excursiones diarias para verlos disfrutar de su espectacular hábitat marino.
Y no podríamos cerrar este capítulo sin hablar de Los Órganos, un auténtico monumento natural en el que el acantilado de origen volcánico forma enormes tubos rocosos como si del órgano de una gran catedral se tratase.
El paisaje montañoso de la isla hace que sus pueblos se aferren a sus escarpadas laderas con uñas y dientes, y eso hace que cada vez que llegamos a un nuevo valle nos encontremos nuevos y sorprendentes encantos. Si no sabes por dónde empezar has de tener claro que el Valle Gran Rey debería ser tu primera parada. Es uno de los principales referentes turísticos de la isla, donde la arquitectura tradicional de casas blancas se entremezcla con las palmeras y donde no falta ni un puerto ni varias playas, como las de la Puntilla y la Calera.
Podrías seguir por San Sebastián de La Gomera, que es la capital de la isla y donde más servicios turísticos encontrarás. Nació en torno a una bahía y, si hacemos una parada, viene bien saber que conserva numerosos lugares y monumentos de interés, como la iglesia de La Asunción, el Pozo de la Aguada o la Torre del Conde.
Hermigua también se merece una visita pues cuenta con un emplazamiento privilegiado. Las laderas de sus barrancos son surcadas por numerosos bancales destinados a cultivos, dibujando un paisaje único con plataneras que parecen estirarse para tocar el mar. Mientras que Agulo, el municipio más pequeño de La Gomera, ofrece muy buenos ejemplos de arquitectura local como la iglesia de San Marcos y la plaza de Leoncio Bento.
Aquí, en Agulo, llegaremos a uno de los puntos más espectaculares de toda la isla: el mirador de Abrante. Un espectacular púlpito con suelo de cristal en el que más que asomarnos, flotamos. Su voladizo de siete metros de largo y ubicado a 400 metros de altura nos lleva hasta un emplazamiento clave, frente a las nubes, desde el que podemos contemplar el paisaje rural típico de las Islas Canarias a nuestros pies y, a lo lejos, la majestuosa figura del Teide sobresaliendo en Tenerife.
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