Paraíso de bosque, surf y playa: una semana para desconectar de todo en las Landas francesas
Entre el País Vasco francés y la Duna de Pilat, la más grande de Europa, se extiende un kilométrico litoral de playas de arena dorada que descansa a los pies de uno de los mayores bosques de Europa; las Landas son el paraíso natural al que querrás escapar este verano.
La tierra que Napoleón le ganó al océano
Tal vez lo que más llama la atención al adentrarse por las pequeñas carreteras secundarias que vertebran esta gigantesca extensión de bosque a pie del océano sean, precisamente, las perfectas hileras en las que se alzan los pinos marítimos que Napoleón III plantó, allá por el s.XIX, para conseguir desecar aquel terreno inhóspito y cenagoso que se extendía al suroeste de Francia.
El de las Landas es un curioso bosque ordenado que alcanza su pico de belleza durante el amanecer, cuando los primeros rayos del sol se cuelan entre los pinos abrazados por la hiedra y sus troncos, perfectamente alineados, parecen desdibujarse por unos minutos.
En total, son más de 10.000 kilómetros cuadrados de bosque en los que los departamentos de las Landas, Lot-et-Garone y Gironde, han sabido encontrar un equilibrio entre el reclamo turístico y la protección de un entorno natural único en Europa.
A escasos metros de la linde del bosque y separada por la carretera comarcal que ya no abandonaremos en todo el viaje, se alza una duna que comienza en la surfera localidad de Soorts-Hossegor y termina 167 kilómetros más al norte, donde se convierte en la gigantesca Duna de Pilat.
Al otro lado de esta duna infinita, con un frágil ecosistema formado por todo tipo de juncos, plantas e insectos (entre otros) nos esperan algunas de las mejores playas –y olas–de Europa, que convierten a las Landas en un lugar de obligada visita para cualquier amante del surf.
Al otro lado de esta duna infinita nos esperan algunas de las mejores playas –y olas–de Europa
Aires californianos en el Sur
Las vecinas Capbreton, Soorts-Hossegor y Seignosse, tres pequeñas localidades cuya población acumulada no llega a los 12.000 habitantes, son el lugar perfecto para tomarle el pulso a este lugar que, en más de una ocasión, nos trasladará al típico imaginario californiano de playa, surf y vida despreocupada.
Las tres se convierten, cada verano, en un hervidero de jóvenes de melenas despeinadas y descoloridas por la mezcla de sol y salitre, que se mueven de una playa a otra tabla de surf en mano, en busca de la ola perfecta.
Incluso aunque no se practique este deporte, merece la pena acercarse a cualquiera de las playas de esta zona de las Landas –especialmente, durante el ocaso– y dejarse hipnotizar por los acrobáticos movimientos de los surfistas mientras el sol desaparece en el horizonte.
La Plage de Savane-Santocha, en Capbretón, con restos de búnkeres de la II Guerra Mundial y muy cercana a L’Estacade, una preciosa pasarela de madera sobre el mar que une la playa con el bonito faro de Capbreton, es de obligada visita.
Otras direcciones playeras imperdibles son la apartada Plage des Cassernes, situada en un desvío de la carretera que une Hossegor y Seignosse, y la Plage du Penon, de fácil acceso y situada en pleno Seignosse.
A pesar de ser tres de las playas más frecuentadas por los surfistas de la zona, todas tienen una zona acotada y vigilada para el baño y, por su enorme tamaño, resulta relativamente sencillo encontrar un espacio en el que el único ruido que nos acompañará durante la jornada será el incesante rugir del Atlántico.
Una vez agotado el tiempo de playa y surf –que, si se desea, se puede practicar en las decenas de escuelas de la zona–, es el momento de acercarse a alguno de los animados pueblos, en los que las pequeñas tiendas de recuerdos se intercalan con las de algunas de las firmas de ropa y material de surf más famosas del mundo.
Los domingos, miércoles y viernes por la mañana, se celebra en Hossegor el mercado municipal, en el que más de 130 expositores hacen las delicias de los visitantes, que van en busca de productos típicos como embutidos y queso o caprichos de los pequeños diseñadores emergentes que abundan en la zona.
Aunque la oferta hotelera no es escasa –en su mayoría compuesta por albergues y pequeños hoteles boutique–, la mejor manera de disfrutar de la experiencia más auténtica en las Landas es optar por uno de los múltiples y bien preparados campings que existen en la zona. En casi todos existe la opción –más cómoda que una tienda de campaña– de alquilar una mobile-home que nos permita estar en contacto con la exuberante naturaleza marítima.
Si se viaja en furgoneta cámper o autocaravana, y siempre que se evite la primera quincena de agosto, no será difícil encontrar un hueco en cualquiera de las áreas para autocaravanas, bien preparadas con electricidad, carga y descarga de aguas y servicios. Y además, en su mayoría, ubicadas en bonitos espacios naturales.
La mejor manera de disfrutar de la experiencia en las Landas es optar por uno de los múltiples y bien preparados campings de la zona
Perderse por los bosques de Seignosse
“Respira; estás en Seignosse” es el lema que, en sintonía con la experiencia, ha elegido el Ayuntamiento de Seignosse para dar la bienvenida a todo aquel que llega, por carretera, a su término municipal; al que recomendamos dedicar, al menos, un día.
Además de la mencionada oferta surfera, Seignosse está rodeada por un impresionante bosque de pinos y helechos en el que perderse es tan sencillo como recomendable, ya sea a pie, en bicicleta o tomando desvíos por pequeñas y serpenteantes carreteras a las que el apellido secundarias se les queda corto.
Esta enorme masa forestal solo se ve interrumpida, de vez en cuando, por pequeños estanques de agua dulce que albergan una rica biodiversidad de especies de aves, mamíferos, anfibios y plantas. En alguno de ellos, como en el Ètang Blanc, es posible bañarse, resultando un buen contraste con las agitadas y gélidas aguas del océano.
Si todavía no hemos reparado en ello, será aquí donde nos demos cuenta de que las bicicletas son un elemento más del paisaje en las Landas, ya que la mayoría de sus pueblos, aldeas y playas, están comunicados por senderos y vías verdes que nos permitirán, siempre que lo deseemos, olvidarnos del coche por unos días.
Seignosse está rodeada por un impresionante bosque de pinos y helechos en el que perderse es tan sencillo como recomendable
Pueblos, lagos y playas salvajes
A unos 25 minutos al norte de Seignosse se sitúa el pequeño pueblo de Messanges, cuya playa es, probablemente, la más impresionante de la zona, y una de las pocas que permite la entrada de perros.
Este interminable y solitario arenal, al que se puede llegar en coche o bicicleta, se extiende bajo un tramo de la duna que, en este punto, ya ha comenzado a ganar altura.
Desde lo alto de la duna se puede disfrutar del espectáculo de ver la playa cambiar de aspecto durante el día, al son que marcan las mareas. El lugar ideal para hacerlo es la terraza del sencillo chiringuito que se ubica en lo alto de la duna, abierto desde el desayuno hasta la cena, y en el que resulta complicado decidir si lo mejor son las vistas sobre el Atlántico o la amabilidad de la familia que lo regenta.
Unos siete kilómetros hacia el interior se encuentra Soustons, un típico pueblo francés de estilo más tradicional que los de la costa en el que se puede contemplar la arquitectura de entramado vascofrancés típica de la zona, así como visitar algunos museos o disfrutar de las innumerables rutas en bicicleta de sus alrededores.
Messanges, cuya playa es, probablemente, la más impresionante de la zona, es una de las pocas que permite la entrada de perros
Todos los lunes del año se celebra el mercado tradicional y los miércoles de verano tiene lugar el mercado nocturno de artesanos, un par de buenas excusas para alejarse de la costa por unas horas.
Para dormir en la zona, Vieux-Boucau, a escasos 6 kilómetros de la playa de Messanges, ofrece varias opciones de alojamiento y una animada calle central que llega hasta la playa. La Crêperie Saint Jours es un lugar de parada obligada en el que se pueden degustar las mejores galletes dulces y saladas de la zona.
Antes de continuar hacia el Norte, hay que hacer un alto en el camino para disfrutar de Azur y sus alrededores en los que no hay que perderse el Ponton du Lac d’Azur, una pasarela de madera sobre el lago en la que es difícil reprimir las ganas de descorchar una botella de vino, abrir un queso local y disfrutar de un pique-nique a la francesa al atardecer.
De camino a la duna más alta de Europa
Tres grandes lagos separan la zona de Messanges de la bahía de Arcachón, lugar en el que se ubica la Duna de Pilat, última parada de este viaje.
El primero que encontraremos, según avancemos hacia el norte, es el Lac de Léon, en el que se pueden practicar actividades deportivas como piragüismo, pesca o paddle-surf.
Cuarenta kilómetros al norte, el lago de Mimizan esconde un curioso paseo conocido como la Promenade Fleurie –el Paseo Florido, en francés–.
Un paseo ajardinado que resulta un remanso de calma en una zona –la comprendida entre la propia Mimizan y Biscarrosse, que alberga el más grande de los tres lagos– en la que el turismo familiar llegado del norte de Francia comienza a hacerse notar un poco más que en el sur.
A lo largo de los 125 kilómetros en los que se disponen estos tres lagos, encontraremos también multitud de playas donde podremos hacer un alto que nos permita llegar a la Duna de Pilat para disfrutar de un atardecer mágico –incluso a pesar de las cientos de personas que se congregan cada tarde– sobre la bahía de Arcachón.
Además de la sensación de inmensidad que provoca llegar a lo alto de la duna, con el océano a un lado y el inmenso bosque de pino marítimo al otro, el descenso de la misma puede hacerse dejándose caer ladera abajo, en una divertida carrera que nos quitará unas decenas de años de encima de un plumazo. Eso sí, hay que estar dispuesto a descalzarse, salvo que se quiera llegar a casa con media duna en los zapatos.
Antes de regresar a casa, que puede hacerse de manera más directa tomando la A-63 que une Burdeos con Hendaya, es recomendable visitar la ciudad de Arcachón, plagada de palacetes y edificios del s.XIX, de la que nadie debería irse sin degustar sus famosas ostras junto a un buen vino de Burdeos.
Un final perfecto para un viaje al que, por su cercanía con nuestra frontera y su oferta de turismo de naturaleza y playa, mucho más relajada y salvaje que la de las playas más frecuentadas de la costa española, querrás regresar en cuanto comiences a pensar en volver a casa.
1