El lejano paso de Oum Toboul
El objetivo de esta semana era realizar el paso de fronteras entre Argelia y Túnez, que no estaba nada claro, pues sabía que estaban cerradas excepto para residentes y comercio.
No obstante, y ante la promesa diplomática de que estaba todo solucionado para mí, decidí aventurarme pues la alternativa era un rodeo enorme. Demasiada vuelta sin sentido.
Empecé la semana en Orán, una bonita mezcla de pasado español, turco y francés, que le da a la ciudad un aire muy especial. De España quedan muchos recuerdos, la fortaleza de Santa Cruz, nombres y hasta una plaza de toros, la única africana, aunque parece que los bares desaparecieron todos. Una lástima.
Allí me despedí de Jesús, mi compañero de aventura y además conseguí dar esquinazo a los escoltas. Desde entonces ando solo, destrozando el francés y el árabe, y con largas conversaciones con mi GPS, que por cierto me tiene hasta los mismísimos, porque últimamente no da una.
La ruta había perdido la aventura del desierto, no exploraba lo desconocido, no había dunas que escondieran la ciudad perdida de Sefar, ni lugares en el mapa en el que pone que aquí hay ‘djins’ ( espíritus malignos ), pero seguía alimentado por la fantasía del lejos. Iba feliz rodando de Orán a Argel ‘la Blanche’ y de allí a Constantine, Annaba y por fin a El Kala y el paso fronterizo de Oum Toboul.
Iba feliz pero hambriento, que es lo que tiene viajar durante el mes del Ramadán. No hay restaurantes abiertos sino comedores locales para los viajeros a las horas entre el ‘iftar’ o la ruptura del ayuno y el ‘sukhur’ o última comida de la noche. Y entremedias la nada, tan solo un esporádico mordisco a un trozo de fuet y alguna pieza de fruta. Mi sueño más excitante convertido en bocata de ‘caramales’. Carpanta motorizado.
De esta semana de ruta me quedo con la Medina de Argel, donde lo mejor es perderse. También la ciudad de Constantine, con casas colgadas sobre un enorme escarpado que mis amigos comparaban con una mezcla entre Ronda y Cuenca, pero con mezquitas. Y el foro romano de Annaba, la antigua Hippona, capital de Numidia…
Sin embargo, el paso de Oum Toboul fue mi primer gran choque con las dificultades del viaje. Llegarán más. Durante cinco días acudí puntualmente a mi cita con el puesto fronterizo, con mi mejor sonrisa y ensayada cara de pena, intentando cruzar al lado tunecino y por cinco veces fui rechazado. Oum Toboul se convirtió en ‘el País de las últimas cosas’, que definía Paul Aster, donde todas las certezas de apoyo prometido se fueron esfumando y la catástrofe final se hizo realidad.
Al otro lado quedaba Túnez y una esperada cena con los amigos de la Embajada de España en Libia. Regresaba sobre mis pasos mientras buscaba alternativas.
No me rindo, el viaje continúa.
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