Un recorrido por el sur de la Provenza francesa siguiendo los pasos de Vincent Van Gogh
Vincent Van Gogh pasó poco más de dos años en la Provenza francesa, donde pintó la mayoría de sus cuadros más reconocidos, como Los Girasoles, La Casa Amarilla, La Terrasse du Cafe le Soir, El Dormitorio o su famosa Noche Estrellada. Este recorrido por el sur de la Provenza sigue los pasos que llevaron al pintor impresionista a enamorarse de la luz y el costumbrismo de la Camarga, de los rincones de Arlés, de las caprichosas formaciones rocosas de las Alpillas y, eventualmente, de los jardines del sanatorio de Saint-Rémy, en el que se internó tras el trágico episodio de la oreja. Un viaje que combina algunos de los pueblos más bonitos de Francia con ciudades históricas, largos paseos por la naturaleza y una simple e indiscutible belleza que cautivará a quienquiera que lo emprenda.
La fortaleza medieval de Aigues-Mortes
La ciudad amurallada de Aigues-Mortes es considerada una de las puertas de la Camarga, el Parque Natural Regional que se extiende alrededor de la desembocadura del Ródano, formando el enorme delta que constituye la primera parada de este viaje.
Las enormes murallas medievales que rodean la ciudad vieja, formando un cuadrado perfecto, son en sí un motivo para hacer un alto en el camino y pasar la mañana paseando por sus calles, coquetas plazas y pequeñas galerías de arte. También puede recorrerse el perímetro de la ciudad desde lo alto de las murallas, pagando una entrada que cuesta ocho euros por persona que nos permitirá deleitarnos todavía más sobre las alturas de esta fortaleza levantada en un terreno totalmente llano.
La tarde puede dedicarse a visitar las salinas de Aigues-Mortes, que datan de la época romana y hoy son lugar de paso de multitud de aves migratorias como el flamenco rosado, símbolo de la Camarga. La visita al complejo de las salinas puede hacerse a pie, en bicicleta o, si se prefiere, en un trenecito turístico, aunque nuestra recomendación es regalarse un paseo durante las últimas horas del día, subir hasta una de las enormes montañas de sal y dejarse sorprender por los colores morados, rosados y amarillos de las aguas de las salinas, que a esa hora libran una lucha encarnizada con los colores del atardecer.
Naturaleza salvaje en la Camarga
Adentrarse en la Camarga más profunda es un deleite para los sentidos: una planicie surcada de pequeñas carreteras que discurren entre infinitos campos de arroz y cereal, lagunas enormes que hacen pensar en un mar en calma y una desembocadura salvaje en la que se agrupan miles de aves: flamencos, garzas y otras aves migratorias.
El avistamiento de estas aves es uno de los mayores atractivos de la zona y puede hacerse, por ejemplo, en el Parque Ornitológico Pont de Gau o, simplemente, paseando por las orillas de sus lagunas y pantanos, ya sea a pie o en bicicleta.
Las otras dos especies representativas (y autóctonas) que decoran el paisaje camargués son el Camargue, una raza de caballo blanco que se cría en semilibertad en la zona desde la época romana y el toro de Camarga. Muchos de los ejemplares de ambas especies se destinan a la corrida camarguesa, una práctica deportiva sin muerte que se practica en la zona desde el s.XVI. Ver las manadas de unos y otros pastando plácidamente entre los prados o cabalgando sobre las aguas es uno de los mejores recuerdos que nos llevaremos de este lugar, en el que Van Gogh retrató varias escenas de campo como El Campesino de la Camarga o los Barcos en la Playa de Saintes Maries.
Antes de abandonar las marismas de la Camarga, a las que recomendamos dedicar al menos dos días, nadie debería pasar por alto la playa de l´Espiguette, cuyos más de 10 kilómetros de largo y 700 metros de ancho son espacio protegido desde 1988. Sus dunas de finísima arena blanca, la atípica fiereza con la que el Mediterráneo rompe contra sus orillas y el que, seguramente, será el atardecer más bonito de este viaje, son tres de los elementos que, acompañados del murmullo incesante de flamencos, grullas y garzas, hacen de esta visita un lugar imprescindible en la Camarga.
Arlés, Patrimonio de la Humanidad
Es prácticamente imposible pasear por la coqueta y monumental Arlés y no caer rendido a sus pies, tal como le ocurriera a Van Gogh durante su estancia en la ciudad entre 1888 y 1889.
Si vamos en busca de aquellos rincones que enamoraron al pintor, es posible que nuestros pasos se dirijan, inevitablemente, al Café Van Gogh que, a pesar de estar permanentemente abarrotado de turistas con las mismas intenciones relativas al mito, presenta prácticamente el mismo aspecto que en el cuadro Terrasse du Cafe le Soir, uno de los más famosos de Van Gogh.
Después de tomar la foto obligatoria y olvidarse de reprimir la media sonrisa que, con seguridad, se dibujará en nuestra cara al mirar de frente a esta inspiración urbana de uno de los cuadros más famosos del mundo, es el momento de visitar la Fundación Vincent Van Gogh en la que, aunque solo se expone un cuadro original del artista (La Polilla Gigante), se puede disfrutar de interesantes exposiciones de arte moderno y del vínculo de este con la semilla plantada por el pintor.
Pero mucho antes de que las pinturas de Van Gogh le otorgaran la fama que tiene hoy en día, Arlés fue una importante ciudad romana, época de la que conserva un legado impresionante, hoy declarado Patrimonio de la Humanidad. Imprescindibles son las visitas a Les Arènes, un anfiteatro romano en un estado de conservación excelente, el Teatro Antiguo, las Termas de Constantino y los Alyscamps, una antigua necrópolis romana que tanto Van Gogh como su colega Paul Gauguin retrataron en más de una ocasión.
Y aún con todo o pese a todo, lo mejor de Arlés es que pasear tranquilamente por sus pintorescas calles sigue siendo garantía de sorpresa, permitiendo descubrir pequeños y grandes tesoros de la época romana y de la revolución impresionista en cada esquina. Uno de los que más llama la atención es el de la Antigua Catedral y Claustro de Saint-Trophime, uno de los más bellos vestigios del arte románico provenzal.
La magia de las Alpillas
Las Alpillas (les Alpilles, en Francés) es un alto en el camino entre dos ciudades históricas que nos servirá, sobre todo, para dejarnos sorprender por las caprichosas formas de sus elevaciones rocosas y por las preciosas vistas de los primeros campos de lavanda, desde lo alto del castillo de Les Baux-de-Provence.
Este pueblo medieval, coronado por los restos de una fortaleza entre cuyas ruinas ver la puesta de sol resulta una experiencia casi mística, está catalogado como uno de los más bonitos de Francia y, por ello, la afluencia de visitantes es notable.
No obstante, si se eligen las primeras o últimas horas del día, esta inmersión en el medievo merece mucho la pena al estar situado a apenas cuatro kilómetros de Saint-Rémy.
La esencia de la Provenza en Saint-Rémy de Provence
Perderse entre el entramado de callejuelas formadas por casas de colores pastel, disfrutar de un almuerzo en alguna de las terrazas que abarrotan las plazas de suelo empedrado, reservar el miércoles para recorrer con calma su divertido mercado, en el que se pueden encontrar desde productos frescos hasta ropa de segunda mano o artesanías de artistas locales son tres buenas ideas para tomarle el pulso a Saint-Rémy.
Pero si hay una visita imprescindible en esta ciudad que destila espíritu provenzal por sus adoquines es la de Saint-Paul-de-Mausole, el antiguo hospital para enfermos mentales en el que Van Gogh se autointernó entre mayo de 1889 y mayo de 1890, tras cortarse la oreja en un episodio de locura, resultado de una trifulca con su amigo Gauguin. Allí, entre sus muros y jardines —era el único paciente al que se le permitía salir del edificio— vivió su época artística más prolífica, de la que datan, entre otros, Los Lirios o Noche Estrellada.
Hoy en día, parte de este antiguo monasterio sigue estando destinado al tratamiento de personas con enfermedades mentales que siguen encontrando en el arte una forma de expresión. Muchas de sus obras pueden adquirirse en la tienda del Monasterio, del que se pueden visitar sus bonitos jardines, plagados de reproducciones de obras del artista holandés, que pintó los originales sobre el punto preciso en el que se ubican.
En el interior, un bonito claustro del s.XI es la antesala a una retrospectiva sobre la vida de Van Gogh en Saint-Rémy, que culmina con la visita a la habitación (reconstruida) más famosa del impresionismo.
Una visita realmente conmovedora para cualquier amante del arte que marca el punto y final de este viaje tras los pasos de Van Gogh en el sur de Francia.
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