En la década de los 80, el entonces alcalde de Barcelona, Pasqual Maragall, se interesó por el arquitecto más destacado del momento, que resultó ser el neoyorquino Richard Meier, apodado el “Dios blanco”. Maragall invitó al arquitecto a explorar varios solares disponibles en la ciudad y, al concluir, le ofreció un encargo inusual: “Haz lo que quieras, donde tú quieras”. Después de este encuentro, Meier propuso construir un museo en el corazón del Raval, antiguamente conocido como el Barrio Chino, que se caracterizaba por sus estrechas callejuelas, edificaciones antiguas y deterioradas, y un cierto clima de inseguridad.
En 1988 se formalizó el trabajo, en 1990 se colocó la primera piedra y en 1995 Barcelona inauguró el MACBA, un museo de arte contemporáneo con la distintiva factura de los edificios de Meier. Así fue como, en medio de una de las tramas urbanas más densas y consolidadas de la ciudad, surgió como un Objeto (no) Volador No Identificado una imponente estructura blanca con enormes paños de vidrio que destinaba la mitad de su espacio interior a una rampa y a un gran vestíbulo a toda altura.
Esta anécdota la relata frecuentemente Llàtzer Moix, posiblemente el cronista arquitectónico más destacado de Barcelona de las últimas décadas, para ilustrar el fenómeno que experimentó la Ciudad Condal durante el período preolímpico. En su libro La ciudad de los arquitectos (Anagrama), Moix cita sin nombrarlo a uno de los principales gestores de la transformación urbanística y arquitectónica barcelonesa de los años ochenta con la siguiente frase: “Hubo una época en la que mandaba Falange, otra en la que mandaba el Opus y en Barcelona, hubo una época en la que mandaron los arquitectos”. Durante las décadas de los 80 y 90, la ciudad se dedicó desde el ámbito político a aprovechar el talento de los mejores arquitectos del mundo, con el respaldo de profesionales locales, para diseminar su creatividad por la ciudad y renovar su imagen haciéndola atractiva para turistas e inversores internacionales.
De esta colaboración tan productiva entre grandes arquitectos y el sector público en un momento de grandes expectativas y posibilidades de cambio surgieron varios edificios icónicos que, sin embargo, han tenido un éxito dispar. Mientras que el MACBA de Meier ha arraigado en el imaginario de los vecinos del Raval y de los visitantes y ha revitalizado una zona deprimida (muy lejos, claro, de considerarse lo que se conoce ya popularmente como efecto Guggenheim), hay una gran mayoría de edificios de esa época y posteriores, con la firma de arquitectos estrella, que apenas son conocidos o incluso son objeto de críticas y rechazo.
Hubo una época en la que mandaba Falange, otra en la que mandaba el Opus y en Barcelona, hubo una época en la que mandaron los arquitectos
A menudo se comenta informalmente que Barcelona alberga las peores obras de los mejores arquitectos, muchos de ellos galardonados con el premio Pritzker, lo que equivaldría a un premio Nobel en arquitectura. Tildar sus edificios como los peores es, sin duda, una sentencia demasiado osada y seguramente falsa. No obstante, repasamos la lista con algunas de las obras que podrían inducir a pensar en este dudoso honor.
Torre de Collserola de Norman Foster, 1992
Foster es uno de los arquitectos más laureados y mediáticos del último siglo. Pritzker en 1999, su firma Foster+Partners tiene oficinas con cientos de arquitectos por todo el mundo. Con motivo de la celebración de los Juegos Olímpicos, el Lord británico ganó un concurso para proyectar una torre de telecomunicaciones en la sierra de Collserola, el telón de fondo de la ciudad de Barcelona, imponiéndose nada menos que a Ricardo Bofill y Santiago Calatrava.
Su propuesta, que se construyó entre 1990 y 1992, se basa en un núcleo estructural de hormigón armado hueco que se eleva casi 300 metros si le sumamos la altura del mástil superior. Sobre él cuelgan 13 plantas que dibujan un triángulo de Reuleaux (con los vértices curvos), geometría que favorece la resistencia al viento. La torre se ancla a la sierra con varios cables atirantados y gran parte de su piel está cubierta por antenas de telecomunicaciones que hoy, 30 años después, aún dan servicio. El diseño de Foster se enmarca dentro del movimiento high-tech y, como elemento aislado, sobresale por su esbeltez y sus formas depuradas.
Con los años, se ha convertido en un faro de la ciudad de Barcelona, visible a decenas de kilómetros desde cualquier carretera que conduzca a la capital catalana. Su encaje paisajístico, sin embargo, presenta las objeciones obvias que plantea una torre mastodóntica repleta de antenas en medio de la montaña y con un templo neogótico de vecino, el del Tibidabo, en sus antípodas estilísticas.
Centro Meteorológico de Barcelona de Álvaro Siza, 1992
A sus 90 años, Siza es indudablemente el gran maestro de la arquitectura portuguesa del último siglo. Ganador del Pritzker en 1992, construyó, con motivo de los Juegos Olímpicos y a pocos metros de la playa de la Nueva Icaria, un pequeño edificio con una planta en forma de dónut. La composición de su fachada se distingue por un basamento de hormigón visto, un acabado de piezas cerámicas blancas, aberturas verticales longitudinales y un discreto voladizo que se asoma como una barbilla frente al mar.
Sería atrevido calificar una obra de Siza como mala, y en el caso específico del Centro Meteorológico, tampoco sería preciso. Simplemente, se trata de una obra menor e intrascendente en comparación con otras creaciones magistrales suyas, como la Fundación Serralves de Oporto, el Pabellón de la Expo del 98 de Lisboa, la Casa de Té en Leça da Palmeira o la Piscina das Marés en Matosinhos. El Centro Meteorológico es un edificio con vistas inmejorables donde trabajar y, debido a su geometría convexa, opacidad y baja altura, constituye un ente algo autista y poco relevante a lo largo del frente marítimo.
'El Pez' de Frank Gehry, 1992
Ganador del Pritzker en 1989, el canadiense Frank Gehry es uno de los arquitectos más famosos del planeta por llevar el movimiento del deconstructivismo arquitectónico hasta los límites más insospechados que podía alcanzar la tecnología de la construcción. En España, es reconocido por el diseño del Guggenheim de Bilbao y las Bodegas Marqués de Riscal. Sin embargo, en Barcelona, su obra pasa a un segundo plano ya que se acerca más al ámbito de la escultura que al de la arquitectura.
'El Pez', apodo popular de la obra, se fundamenta en una estructura de perfiles metálicos de 56 metros de largo por 35 de alto que sostienen un velo de finas planchas de acero de color ocre. Estas se entrelazan formando una geometría sinuosa que evoca la forma de un pez (también podría recordar a un sombrero) saltando sobre el Mediterráneo. Situado en primera línea de mar, a los pies de la torre del Hotel Arts y sobre el Casino de Barcelona, 'el Pez' se distingue estéticamente por la ligereza de sus ondulaciones y los reflejos dorados que emana cuando la luz del sol lo atraviesa, realzando la belleza del frente marítimo barcelonés. El único reproche a la obra de Gehry en Barcelona es que se limite a una escultura que, además, debería erigirse con mayor protagonismo en un emplazamiento con menos volúmenes construidos a su alrededor.
Auditori de Barcelona de Rafael Moneo, 1999
Este edificio, con una impresionante superficie de 42.000 m2, lleva la firma del distinguido y veterano arquitecto navarro Rafael Moneo, galardonado con el Premio Pritzker en 1996 y con una estrecha relación con Barcelona, donde fue profesor en la Escuela de Arquitectura. Se ubica cerca de la Plaza de las Glòries, un punto neurálgico de la ciudad donde convergen tres de sus avenidas principales. Moneo diseñó una inmensa estructura de hormigón cubierta por paneles de acero inoxidable en todas sus fachadas. En su interior, L'Auditori alberga la Escola Superior de Música de Catalunya, salas de ensayo y de grabación, un museo de música y diversas salas de conciertos. La principal tiene una capacidad para 2.500 espectadores y se caracteriza por un panelado de madera clara, inspirado en la arquitectura nórdica. Un rasgo distintivo del conjunto es el atrio central de acceso, que cuenta con un cuerpo cuadrangular de cristal, ideado conjuntamente con el artista madrileño Pablo Palazuelo.
Aunque Moneo resuelve con acierto la complejidad de un edificio multifuncional que combina estancias diversas con tamaños y necesidades muy variables, L’Auditori se expone como una caja oscura, alargada, hermética e infranqueable, que no contribuye a dinamizar una zona que hasta hace poco estaba afectada por el cruce de infraestructuras. A diferencia del Kursaal, obra del mismo arquitecto inaugurada también en 1999 que se ha convertido en un icono reconocible de San Sebastián, L’Auditori, especialmente en su aspecto exterior y en su relación con el entorno urbano, se percibe como una obra secundaria dentro de la exitosa carrera de Moneo.
Edificio del Fòrum de Herzog & de Meuron, 2004
El dúo de arquitectos suizos Jacques Herzog y Pierre de Meuron, Premio Pritzker en 2001, ha dejado su huella en la arquitectura del siglo XXI con proyectos maravillosos como la Tate Modern en Londres, el Estadio Olímpico de Pekín, la Filarmónica de Hamburgo y el CaixaForum de Madrid. Contratados para diseñar el edificio emblema del recinto del Fórum Universal de las Culturas en 2004, Herzog & de Meuron emplazaron un prisma triangular equilátero con una fachada rugosa de color azul y diversas aberturas con geometrías que simulaban arañazos gigantes. El edificio, que costó 72 millones de euros, permaneció cerrado durante varios años hasta que el Ayuntamiento lo transformó en el Museu Blau, actual Museu de Ciències Naturals de Barcelona.
La estructura ha enfrentado problemas recurrentes, incluyendo filtraciones de agua desde la cubierta, concebida por cierto para ser inundable, que lo ha llevado a varias reparaciones muy costosas. En el caso del edificio del Fòrum, se puede afirmar, con poco margen de error, que se trata de una de las obras menos afortunadas de un despacho muy consolidado en el estrellato arquitectónico y que tiene uno de los currículums más solventes y exitosos en los cinco continentes.
Torre Glòries de Jean Nouvel, 2005
El arquitecto francés, ganador del Premio Pritzker en 2008, es un defensor infatigable de la arquitectura que inventa y genera singularidad, y defiende que sus proyectos nunca se parecen porque son respuestas específicas para cada encargo que a veces, confiesa, se le ocurren en medio de ensoñaciones. Para la Torre Glòries, al lado de la plaza homónima y en origen Torre Agbar (compañía de Aguas de Barcelona), Nouvel colaboró con el despacho local b720 Fermín Vázquez Arquitectos y cuenta que se inspiró en la Sagrada Familia de Gaudí y en la morfología de la sierra de Montserrat para dar lugar a lo que él llamó una forma puramente barcelonesa. 'El falo, supositorio, cohete…' se inauguró en 2005, alcanza los 144 metros de altura y costó 140 millones de euros. Pese a que a la torre la envuelve una carcasa de lamas de vidrio con los colores azulgranas, su fachada estructural es de hormigón y mayormente opaca, agujereada solo por diminutas ventanas con forma de píxel y con un caparazón superior que sí que es totalmente de cristal.
En su contacto con la calle, la rotundidad de su forma no permite resolver el acceso de una manera adecuada y presenta una puerta desproporcionadamente pequeña y que pasa casi inadvertida. Su presencia dentro del skyline barcelonés es especialmente predominante de noche, cuando se ilumina con varios colores que parpadean sobre toda su superficie. Si bien es cierto que Nouvel consiguió su propósito y le regaló a Barcelona una torre singular, se pasó de frenada con un exceso de pintoresquismo y un toque kitsch. Algo común, por desgracia, cada vez que ha venido un arquitecto extranjero a la ciudad y se ha puesto a Gaudí como referente a imitar.
Las Arenas de Richard Rogers, 2011
El arquitecto británico Richard Rogers revolucionó en su juventud el mundo de la arquitectura de la mano de Renzo Piano con su propuesta para el Centro Nacional de Arte y Cultura Pompidou, en París. Fallecido en 2021 y acreedor del Premio Pritzker en 2007, Rogers es uno de los arquitectos más representativos de la arquitectura high-tech, que se define por la innovación tecnológica y la incorporación de las estructuras metálicas y las instalaciones como elementos estéticos.
En Barcelona, Rogers colaboró con el estudio local Alonso Balaguer para reconvertir la antigua plaza de toros de estilo neomudéjar Las Arenas, situada en la Plaza España y en desuso desde 1989, en un centro comercial. Pese a que el edificio existente no tenía un valor arquitectónico muy significativo, se llevó a cabo una intervención extremadamente compleja para conservarlo. Se vació todo su interior, dejando la fachada en pie para luego levantarla sobre un nuevo zócalo de hormigón que a su vez se sostenía sobre unas patillas de acero que permitían la permeabilidad de accesos desde la calle. Se le añadió una cubierta consistente en una gran cúpula reticular de madera y se coronó con una pasarela que rodea todo el edificio a 27 metros de altura desde donde se obtiene una vista privilegiada de Montjuic y de los edificios de la Exposición de 1929.
Pese al interés del proyecto y a la consecución del reto estructural e ingenieril que supuso, Las Arenas es el claro ejemplo de un matrimonio de estilos y elementos mal avenidos. Al anillo cerámico con arcos que compone la fachada original le asoma por todas partes un esqueleto de acero de colores, además de varias prótesis como escaleras, ascensores u otros edificios adosados que conforman una amalgama de arquitecturas disonantes.