Ruta medieval por Vannes, una de las ciudades más bonitas de Bretaña
Esta es la historia de cómo una profunda crisis económica y un poderoso declive hicieron que Vannes, en el oeste de Francia, sea hoy una de las ciudades más bonitas y con más encanto de toda la Bretaña. Bañada por las aguas del golfo de Morbihan y asomada al gran Atlántico, Vannes es una población fortificada que conserva con orgullo su glorioso pasado medieval, aunque hace casi tres siglos estuviera a punto de perderlo todo. Sus murallas, sus casas con entramados, sus palacetes, su catedral y sus puertas monumentales son el mejor legado de una época dorada que, gracias a la pobreza, se conservó hasta nuestros días.
Hay que remontarse muy atrás para comenzar a entender Vannes. La ciudad romana de Darioritum se convirtió en Vannes con la llegada de los celtas y su ubicación estratégica, con acceso al mar pero resguardada en un golfo, hizo que no tardara en florecer y viviera largos periodos de prosperidad. Su puerto fue de extremada importancia hasta la Revolución Francesa, era punto de conexión con América y llegó a tener 15 astilleros, pero los barcos eran cada vez mayores y a vela cada vez era más difícil alcanzar el escondido puerto de Vannes, por lo que a finales del siglo XVIII prefirieron optar por el de Lorient, mucho más cómodo y accesible. El puerto había sido el motor económico de Vannes y a su decadencia le siguió la de toda la ciudad. Entró en un largo declive que marcó su historia para siempre, pues esa falta de medios impidió que la ciudad se modernizara y, en consecuencia, se haya mantenido así hasta nuestros días.
En 1785 el rey Luis XVI puso en marcha un Real Decreto que obligaba a las ciudades de más de dos mil habitantes a implantar un plano de embellecimiento y ensanche de sus calles con el fin de salir de la Edad Media y desarrollar las poblaciones. Pero como este decreto encontró a Vannes sumida en una profunda crisis económica no hubo dinero público para llevar a cabo las modificaciones que imponía el monarca, de modo que sin quererlo conservó su arquitectura medieval durante muchos años más. Tantos, que hoy podemos disfrutar de ella.
Lo que antiguamente fue un importante puerto comercial se redujo en tamaño hasta convertirse en el actual puerto deportivo, donde hoy se encuentra la oficina de turismo de la ciudad y desde donde te recomendamos comenzar la ruta que a continuación te sugerimos por los rincones más bonitos de Vannes.
Una ciudad de murallas y puertas medievales
Vannes ha conservado aproximadamente las tres cuartas partes de sus murallas, y aunque no todas son visibles, un paseo por los alrededores del casco medieval nos ayudará a comprender la importancia que esta ciudad bretona llegó a tener en su día. En otro momento de vacas flacas, Luis XIV en el siglo XVII decidió vender tramos de la muralla a particulares para sacar fondos. Los vecinos comenzaron a comprar la muralla pedazo tras pedazo para aprovechar su arquitectura, instalando viviendas en las torres o sobre los caminos de ronda, y de nuevo sin saberlo, lo que hicieron fue conservar la muralla para la posteridad. Cuando en el siglo XIX se quiso tirar abajo la ciudad se encontró con el problema de tener que volver a comprar la muralla a sus nuevos dueños, pues en gran parte había pasado a manos privadas, y como tocaba indemnizar en un momento poco boyante, el muro defensivo quedó en manos de los vecinos. Y gracias a eso sigue en pie.
En cuanto empecemos a rodear el casco histórico veremos que aún quedan restos de la muralla romana, que fue la principal fortificación del siglo III al XIII, y a lo largo de nuestro paseo podremos admirar 14 siglos de evolución de arquitectura militar defensiva. A nuestro paso vamos a encontrar varias puertas, aún se conservan siete, pero si hay una a la que debemos prestar una especial atención es a la de San Vicente Ferrer, pues el dominico español es patrono de la ciudad. La puerta fue abierta en la muralla a principios del siglo XVII y reconstruida en el XVIII. Bajo la estatua del santo patrono verás el escudo del armiño, símbolo de la Vannes y que te acompañará allá por donde pases a lo largo de tu visita.
Si rodeas la ciudad por el este, donde se conserva mayor parte de la muralla, pasarás primero por la puerta Calmont, del siglo XIV, y que conserva dos pasos, uno para carruajes y otro para peatones, bajo la defensa de una torre. Cuando la atravesemos y salgamos del casco antiguo llegaremos a los jardines del Château de L’Hermine, que ocupan el antiguo foso medieval. Junto a ellos se levantaba el antiguo y destruido castillo de L’Hermine, y sobre sus ruinas encontramos hoy un gran edificio que pertenece a la ciudad, prácticamente abandonado, pero que tiene el objetivo de convertirse en el próximo Museo de Bellas Artes de Vannes.
Si seguimos nuestro camino pasaremos por la puerta Poterne, del siglo XVII, cuando la muralla fue vendida a particulares, y junto a ella encontraremos los lavaderos junto al río. Fueron construidos entre 1817 y 1821, restaurados en 2006, y se integran en uno de los rincones más famosos y bonitos de Vannes. Justo delante tendremos el bastión de la Garenne, del siglo XVII y último elemento defensivo añadido al recinto medieval. Y tras él, tendremos aún dos puntos fundamentales en los que detenernos. Primero, la Tour du Connétable, del siglo XV y la más alta del recinto, que es al mismo tiempo torre y vivienda, y cuyo nombre proviene del condestable Arthur de Richemont, Duque de Bretaña de 1457 a 1458. Y después, la puerta Prison, erigida entre los siglos XIII y XV, y que perdura como la puerta más importante de época medieval. A finales del siglo XVII fue convertida en cárcel y de ahí le viene su nombre actual.
Por las calles de la ciudad intramuros
Una vez puestos en contexto tras seguir los exteriores de la muralla, es momento de adentrarse en el casco medieval de Vannes para comenzar a disfrutar de su arquitectura. Las casas con entramados de madera son sus principales protagonistas, y aunque los palacetes de piedra estuvieran reservados para el clero y la nobleza, los de madera fueron los más populares. Y sí, con madera nos referimos a esas casas que hoy lucen entramados de colores, pues aunque se usara la piedra para el sótano y los cimientos, toda su estructura se basa en postes principales de madera de roble, con ramas de castaño y adobe para cerrar las paredes. Junto a sus puertas, una gran piedra hacía de expositor para los comerciantes, y como podrás ver muchas se mantienen en su sitio.
Si tomamos como referencia la puerta de San Vicente Ferrer y nos adentramos en la ciudad a través de la calle St. Vicent, llegaremos a la Place des Lices, donde los miércoles y los sábados por la mañana se instala un mercado. Un poco más arriba, en la Place Valencia, no podemos pasar por alto la casa de Vannes y su mujer, donde dos personajes de granito amputados de sus manos sonríen en la estructura de una casa de entramado de madera del siglo XVI. Al otro lado de la plaza merece la pena detenerse en el Château Gaillard, de piedra y del siglo XV, donde hoy se encuentra el Museo de Historia y Arqueología.
Para empaparnos bien de la arquitectura medieval de Vannes lo mejor que podemos hacer es recorrer, las veces que sean necesarias, las calles Rue des Halles y Rue St. Salomon. Aquí iremos rodeados en todo momento por pintorescas casas con entramados de madera, tan típicas del hábitat urbano de la época y que estuvo en auge hasta el siglo XVII, cuando progresivamente la piedra fue sustituyendo a la madera. En realidad, durante la Guerra de Sucesión en el siglo XIV la ciudad de Vannes fue asaltada cuatro veces, saqueada e incendiada, y por esa razón no se conservan edificios anteriores a esa época. La casa de entramados de madera más antigua que sigue en pie es del siglo XIV.
Como colofón a nuestra visita a Vannes en el centro de la ciudad medieval nos espera la catedral, la de Saint Pierre, interesante por dentro y por fuera al combinar una gran variedad de estilos. Fue reconstruida desde finales del siglo XII sobre las bases del anterior edificio y podemos ver claramente cómo la torre campanario es su parte más antigua, pues aunque en el siglo XIII ya había comenzado el gótico, se quiso asegurar su robustez recurriendo al románico pero sin dejar pasar la oportunidad de utilizar elementos más modernos como las ojivas. La fachada fue reconstruida a mediados del siglo XIX en estilo neogótico, mientras que en el interior la nave central es del siglo XV y el crucero del XVI. Como curiosidad, en una capilla de estilo renacentista descansan los restos de San Vicente Ferrer, que falleció en Vannes en 1419 y fue canonizado en 1456.