¿Adónde va el nacionalismo español?
La cosa aún no se ha salido de madre, pero la ola de nacionalismo español que ha generado el auge del independentismo catalán y que ahora el PP y Ciudadanos están impulsando únicamente para ganar votos es muy inquietante. Primero porque no va a ayudar en nada a abordar con un mínimo de inteligencia la crisis catalana, sino todo lo contrario. Segundo, porque si la tendencia se mantiene, y nada indica que no vaya a ser así, la convivencia entre españoles de distintas sensibilidades en estas cuestiones puede convertirse en algo imposible.
Que durante más de un día todos los medios de comunicación y muchos ciudadanos a través de las redes sociales hayan estado dándole vueltas a la letra del himno de Marta Sánchez es un síntoma de que en este país la cordura política está bajo cero. Porque si el himno español no tiene letra es por motivos muy serios y que aún siguen plenamente activos. Esa música fue la que Franco escogió como símbolo de su victoria sobre media España y la que la transición mantuvo, pero sin atreverse a llenarla de palabras porque nunca habría alcanzado un consenso al respecto con los herederos de los derrotados. Y porque el contenido mismo de la idea de España, que necesariamente ha de ser la base de ese himno, sigue aún pendiente en un país en el que muchos catalanes, vascos y gallegos tienen muy claro que no se sienten españoles.
De repente, todo eso parece haberse olvidado, como si no existiera. Y todo para ganar unos votos. Si alguien piensa todavía que la señora Sánchez ha actuado sola, por su cuenta, que se lo vuelva a pensar. El que Mariano Rajoy, el político que más tarda en reaccionar de todos los que existen, saliera apoyando la iniciativa de la cantante al poco de que se conociera debería de disuadirle. No, lo de la letra es una maniobrita más de las que el PP y el gobierno están lanzando desesperadamente, una detrás de otra, para tratar de frenar la sangría de votos que Ciudadanos parece estar haciéndole y para tratar de demostrar a su deprimido público que todavía puede están vivos.
Como su denuncia de la financiación irregular de Cs por un importe de… 14.000 euros. O la propuesta, que seguramente nunca se formalizará porque carece de base jurídica, de reventar el modelo catalán de educación. Chorradas que sólo sirven para que los tertulianos se ganen el sueldo y para que algún cuadro intermedio del partido o del gobierno se sienta muy satisfecho de que los de arriba le han comprado su ocurrencia.
Pero lo de la letra del himno puede tener algo más de trascendencia. Si no en la práctica política e institucional, que ahí no parece tener recorrido alguno, sí en el ambiente. Que está muy cargado. Aunque muchas de las banderas españolas que se colgaron tras el 1-0 catalán hayan sido retiradas, basta poner la oreja en la calle para concluir que las actitudes que movieron a ese gesto siguen en auge.
Y lo que es peor, que los sectores más radicales del españolismo están cada día más calientes. Sean gente corriente, miembros de las fuerzas y cuerpos de seguridad que no dudan en manifestarlo en internet, élites funcionariales, profesionales del derecho o dirigentes empresariales. Son muchos y, además, tienen la voz cantante en el día a día de la vida social. Sobre todo, si no hay voces autorizadas que traten de contrarrestar su mensaje.
Que el nacionalismo esté en auge no es novedad en Europa. En todas partes ha resurgido con fuerza en el marco de la crisis política que, siguiendo a la económica, ha trastocado el sistema vigente desde hacía más de tres décadas. Y en el caso de los antiguos países socialistas tras el fracaso de las fórmulas ensayadas en la transición.
En Gran Bretaña ha ganado el referéndum del Brexit. En Francia ha amenazado con hacerse con la presidencia. En Italia es muy probable que dentro de dos semanas gane las elecciones. En Hungría y en Polonia gobierna con holgura. Y la lista es más larga. Pero, aunque con matices entre cada uno de ellos, el elemento común de esos nacionalismos es el rechazo del extraño, casi siempre del inmigrante, y la afirmación de lo de casa, de lo de siempre, aunque esté trasnochado.
En España es distinto. El nacionalismo español, por lo menos hasta ahora, no se manifiesta contra los trabajadores extranjeros, aquí la xenofobia no es intensa o cuando menos está contenida. Aquí los malos son los catalanes, a veces sin muchos distingos entre independentistas y quienes no lo son. Eso ahora, que antes eran vascos.
Está claro que una causa planteada en esos términos es una contradicción en sí misma y que no lleva a parte alguna. Porque la animadversión hacia los nacionalismos periféricos se debe a que estos dicen que quieren separarse de España y eso se considera una afrenta intolerable. ¿Pero cómo van a acabar con esos planteamientos si la intolerancia, si no las agresiones, del nacionalismo español hacen que cada día más catalanes y vascos crean que es imposible convivir con el resto del Estado, que la única solución es marcharse cuanto antes se pueda?
Desde ese punto de vista, la fiebre del españolismo es irracional, no lleva a parte alguna y sólo podría conducir a una tragedia si se dieran unas condiciones que hoy afortunadamente ni se atisban, pero que sí se dieron en el pasado.
Esa irracionalidad debería por tanto quitarle un tanto de hierro al asunto. Pero, en todo caso, en un horizonte a medio plazo. Porque hoy por hoy la situación es inquietante. A pesar de haberse equivocado gravemente en su estrategia y en su táctica, el independentismo catalán está ahí y va a seguir estándolo, alimentando cada día el nacionalismo español y ofreciendo al PP y a Ciudadanos oportunidades para mejorar sus posiciones en su batalla por la hegemonía en el centroderecha.
Y aunque ha llamado positivamente la atención el comentario del PSOE a la iniciativa de Marta Sánchez –“el himno español no tiene letra y ya está”-, que rompe la trayectoria aquiescente con el PP que los socialistas han mantenido hasta ahora en esta cuestión, todo indica que va a seguir así. Y no sería extraño que futura campaña electoral se dirimiera en torno al asunto catalán.
Pero si ya hoy los programas informativos y debate de las televisiones son insoportables porque no salen del carril de ese enfrentamiento sin salida, ¿cómo será dentro de unos meses la convivencia entre españoles si siguen alentándose nuevas ocurrencias como la de la letra del himno que sólo pueden deteriorarla?