Ascensión Mendieta: esa gigante civil que dio a todos los gobiernos lecciones de dignidad
Ascensión Mendieta (1925-2019) aguardaba sentada junto al nicho del Cementerio Civil de Madrid, en el que estaba a punto de ser enterrado su padre, Timoteo, un sindicalista asesinado por la represión franquista, el 15 de noviembre de 1939, identificado casi ochenta años después. Aunque no se publicitó la hora del entierro, cientos de personas aparecieron para acompañarla en ese momento. Había pasado muchos años luchando, muchos gobiernos democráticos para los que ella fue insignificante, muchos menosprecios parlamentarios, como el de Rafael Hernando, y toda clase de obstáculos que consiguió sortear gracias a un amor y una dignidad que la hicieron invencible ante todos los impedimentos que se interponían a su deseo de dar una sepultura digna a su padre.
Cuando el ataúd con los restos genéticamente idenficados de Timoteo fue depositado en el nicho, estalló en la garganta de Ascensión un grito terrible, un profundo lamento que llevaba setenta y seis años incrustado bajo uno de sus pulmones, enquistado por un duelo nunca elaborado, por el transcurso de lustros repletos de abandono institucional, en los que la familia fue muriendo y depositando en ella la responsabilidad de dar nombre y digna sepultura a los restos de su padre.
A Timoteo Mendieta le fueron a buscar a casa después de comer. Su participación sindical le había puesto en el punto de mira de los fascistas de Sacedón. Llamaron a la puerta y una niña de trece años, Ascensión, la abrió y cuando preguntaron por él señaló la habitación en la que estaba durmiendo la siesta. Se llevaron a Timoteo por la fuerza y lo encerraron en la cárcel de Guadalajara hasta el día en que lo sacaron para asesinarlo y lo enterraron en una fosa común.
Su viuda tuvo que empezar de cero, señalada, vigilada y castigada, viajaba a Madrid para vender, hacer trueques y conseguir algo que sus hijos se llevaran a la boca. Averiguaron dónde podía estar enterrado Timoteo, pero durante años tuvieron que tirar flores por encima de una tapia, porque los salvadores de España les impedían acceder a ese lugar.
Llegó la democracia y la ausencia del padre siguió presente, sin que el final de la dictadura hubiera supuesto la atención debida por parte del Estado democrática y oficialmente 'reconciliado'. Ascensión y su hermana Paz iniciaron la búsqueda de ayuda en las instituciones, querían saber, querían terminar con la incertidumbre de ese padre que, como dijo Ascensión, “había pasado toda la vida bajo tierra”, toda la que le quitaron.
Falleció Paz y Ascensión no cejó en su empeño, acosada por un reloj biológico que no entendía de leyes de memoria, que no le sirvieron para nada, ni de vagas promesas políticas. Pasaron los años y fue capaz de cumplir los 88 subida en un avión, camino de Buenos Aires, para sumarse a la causa argentina abierta contra el franquismo el 14 de abril de 2010, interpuesta por Darío Rivas –recientemente fallecido– y por la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH). Allí pidió ayuda a una jueza argentina que en aplicación del principio de jurisdicción universal había abierto una causa penal contra los crímenes de la dictadura.
Meses después, la justicia argentina ordenó la exhumación de Timoteo. Tras esquivar retrasos de la justicia española y del Ayuntamiento de Guadalajara, gobernado entonces por el Partido Popular, los voluntarios de la ARMH iniciaron la búsqueda, pero descubrieron que los restos de Timoteo no estaban donde el registro del cementerio aseguraba. Así que se llevó a cabo una segunda exhumación y entonces las pruebas genéticas, hechas con urgencia, dijeron quién era y dónde estaba Timoteo.
La exhumación fue financiada por la ARMH, por el sindicato ELOGIT de electricistas noruegos y la ayuda del Equipo Argentino de Antropología Forense. Colaboraron en ella forenses españoles, británicos y portugueses y entre el resto de personas voluntarias las había de varias nacionalidades. Faltaba, como había faltado en toda una vida de búsqueda, el Estado.
La lucha de Ascensión simbolizó el desamparo de las víctimas de la dictadura y la fortaleza de quienes vivieron vidas arrasadas por el fascismo. Su imagen frágil y su dulzura al hablar de su lucha empujaron a muchas otras familias a iniciar la búsqueda de un ser querido.
En el funeral de Timoteo, se oyó a Ascensión dar las gracias “por venir a un acto tan triste”. Su lucha permitió además identificar a otras treinta personas asesinadas en condiciones similares a las de su padre. Cuando el 19 de mayo de 2018 se entregaron en Guadalajara 25 cuerpos identificados, todos los familiares, al recibir los restos, agradecieron a esa frágil y enorme defensora de los Derechos Humanos de Sacedón la oportunidad que había creado con su lucha.
Durante muchos años, Ascensión vivió pensando en cómo habría muerto su padre; si fue al instante, si lo dejaron herido y ocurrió lentamente, incluso si pasó frío. Cuando no podemos despedir y cerrar el duelo tras la muerte de un ser querido, hay piezas que no encajan y que pueden ser arrastradas toda la vida. España es un país en el que cientos de miles de 'Ascensiones Mendieta' han muerto ignoradas por el Estado, escuchando discursos políticos que hablaban de reconciliaciones y de transiciones ejemplares mientras nadie les garantizaba verdad, justicia y reparación.
Cuando en el Cementerio Civil de Madrid, Ascensión sea enterrada junto a su padre, Timoteo, el eje del mundo se habrá desplazado una diminuta distancia para acercarse a la justicia. Pero seguiremos viviendo en un país en el que ninguno de los asesinos, que arrancaron de su siesta a personas que defendían el bien común para asesinarlos, se habrá sentado en un banquillo como acusado. Y esa realidad, esa terrible e insoportable injusticia, seguirá siendo una causa fundamental de muchas de las debilidades de nuestra democracia.