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OPINIÓN | 'Este año tampoco', por Antón Losada

De cómo el 'caso Casado' se convirtió en el 'caso Pedro Sánchez'

Albert Rivera y Pablo Casado

Rosa María Artal

Abrió fuego Albert Rivera. El presidente de Ciudadanos cambió la cuestión que tenía registrada en el Congreso para preguntar a Pedro Sánchez por su máster. Pese a las protestas por lo irregular del procedimiento, Ana Pastor, maestra de ceremonias de la Cámara Baja, la admitió. Por supuesto que las Cortes deben prever excepciones a sus normas cuando el asunto es de urgencia perentoria. Las “dudas razonables” que esgrimió Rivera, vistas en sus medios de cabecera desde hace 3 años como mínimo, no parece que entraran en esa categoría.

En el oportunismo, sí. Liquidado el caso Montón, Albert Rivera venía a salvar al soldado Pablo Casado, pendiente de que el Supremo decida sobre su imputación por su máster judicializado y plagado de sombras reales. La meteórica carrera universitaria del nuevo presidente del PP es digna de entrar en El libro Guinness de los récords. Por cierto, una medida imprescindible y urgente es acabar con los aforamientos, esa extendida anomalía en España. Porque hay justicia más fiable en cualquier juzgado que en el Tribunal Supremo que nombra el Poder Judicial, nombrado a su vez por los partidos políticos.

Albert Rivera había vuelto a sentir la comezón de las “dudas razonables” al leer “algún medio de comunicación”. Basta mirar su Twitter para ver de qué fuentes se nutre, tanto él como el resto de Ciudadanos. El político que se atrevió a insultar a una periodista tan digna como Lidia Heredia de TV3 se “informa” a través de Okdiario y el resto de la caverna, la infracaverna incluso. Y, como aguardando la batuta programada, saltaron a secundar la jugada.

El periodismo español ha vuelto a cubrir otra de sus páginas más negras. ABC sale con un despliegue de artículos para arropar una portada demoledora y rotunda: “Pedro Sánchez plagió su tesis doctoral”. Es mentira. Entre otros, “eldiario.es ha cotejado por sus medios cada uno de los argumentos de defensa esgrimidos por el Gobierno” y concluye que los ejemplos citados no justifican la acusación de plagio. eldiario.es ha demostrado total solvencia y objetividad en los temas de los títulos académicos fraudulentos. También ha revisado la tesis y con el mismo resultado ElConfidencial.

Pero la bola está lanzada y, una vez más, quienes la han tragado se irán a la tumba afirmando su certeza. El Mundo se apuntó por supuesto. En la euforia de la cacería participó hasta Arcadi Espada, uno de los fundadores de Ciudadanos, con un catálogo de insultos intolerable que concluía con frase lapidaria: “La muy citada fama de Quincey: uno empieza asesinando y acaba por no ayudar a cruzar la calle a las viejecitas”.

Estos medios siguen agarrando la presa con los dientes. Más aún, ABC se mantiene en sus trece, poco cuesta. Ahora han pasado además a las dudas sobre la calidad de la tesis. El Mundo trae este viernes un artículo digno de ser llevado a las Facultades para estudiar lo que no es periodismo. Un artículo sin fuentes y con entrecomillados sin nombre que deja la tesis por los suelos. Parece que su redactora, editores y dirección no han visto ni siquiera películas donde se explicitan los mecanismos esenciales del periodismo.

El auténtico festín se lo dieron y se lo siguen dando las televisiones. Con sus pizarras, sus pantallas partidas, sus preguntas capciosas que provocan titular, sus tertulias en las que siempre sientan en el conjunto de la mesa a sujetos de los que denigran el periodismo. Una profesión que deja de ser en sus fauces un servicio a la sociedad, y mucho menos un servicio a la verdad. Su presencia no es pluralidad.

Hay muchos temas de fondo en todo esto. El primero, los títulos universitarios sembrados de dudas, a la vista de los últimos hallazgos. No debe ser general, pero los casos descubiertos suponen una mancha difícil de lavar. Y, por supuesto, hay que aclararlo, publicar los trabajos y exigir responsabilidades por los fraudes, si los hay. No ayuda, nada, borrar 5.400 correos del Instituto en entredicho de la Rey Juan Carlos. El adalid de la honestidad, el ariete justiciero, Albert Rivera, ha perdido en su currículum un doctorado y dos másteres desde que se avistaron sospechas. Y no aciertan ni en las correcciones en las que de doctorado pasó a ser doctorando y ahora ni eso porque no está matriculado y la Universidad le ha desmentido. Prácticamente, el viernes ya lo que tenemos entre manos es el 'caso Rivera', en efecto boomerang.

Sacar la tesis del Presidente del gobierno, que no estaba sobre la mesa, por “dudas razonables” que Albert Rivera leyó en “algún medio”, revela el trabajo sucio de una derecha mediática y política indigna. Ese tipo de prensa, esos grupos de poder capaces de destruir reputaciones sin pestañear, son fábricas de fake news. Siempre lo hacen en defensa de intereses que nada tienen que ver con los de la ciudadanía.

La derecha española utiliza cualquier arma para volver al poder, sin el menor miramiento. No debates ideológicos que es lo correcto, sino zancadillas. La derecha que evita sancionar las políticas ultras de Orban en la UE o que se muestra en toda su verdad a la hora de hablar de Franco. Lean a Carlos Hernández. Ya no hay distinción entre Albert Rivera y Pablo Casado, ambos trabajan para la misma causa y con los mismos métodos. En pugna por ver quién de los dos logra el favor de quienes tanto influyen en el poder conservador. Rivera suele resucitar de sus descensos con estas estrategias de diseño, aunque tan mal trabadas que termina haciendo el ridículo. Al final, si es el caso, gobernarán juntos.

La vía que introduce el tóxico es la opinión. Vemos cómo se agranda por momentos la burbuja de la opinión que lleva camino de aplastarnos. Noam Chomsky no deja de repetir que “La gente ya no cree en los hechos”. Y hace tiempo que se observa y que se ve crecer y extenderse como una metástasis. Edifica su vida en la inestable irrealidad. Cree en lo que siente, en las opiniones. Las opiniones nos inundan de la mañana a la noche, todos los días. Sin aportar en la mayoría de los casos, criterios, hechos, para seguir la veracidad de lo asegurado. Es más barato de producción y mucho más rentable.

Lo más curioso es lo monolítico de la opinión en los grandes medios, de la opinión que disfrazan de información. No responde a la configuración de la sociedad. Solo los países corruptos tienen esta estructura mediática. Tan conservadora, tan afín al poder conservador. Menos mal que la prensa digital está abriendo una brecha y bien potente en su hegemonía.

El periodismo que aprendí, conocí y amé aspiraba a dar información contrastada, a diversificar las fuentes, a sentar las bases para que el ciudadano se formara su propio criterio. A dar opinión, diferenciada de la información, y siempre fundamentada. Entendiendo que esas seguirían siendo las exigencias de los receptores. No enchufarse al partido de las tertulias a ver si gana su equipo. Mi columna aquí es de opinión, que intento sea honesta, como presumo en mis compañeros. Pero, como todas, háganme el favor de revisarla. Si todos diéramos al menos un par de vueltas a los hechos y a las interpretaciones, sería mucho más difícil colar las trampas.

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