Desobediencia
Llevamos unos meses reuniéndonos en torno a un grupo de madres y padres heterodisidentes. Eso quiere decir pomposamente que criamos lejos de los modelos familiares heteronormativos y, dicho en fácil, que somos una panda de madres lesbianas, padres trans y alguna polifamilia. En nuestro pequeño grupo de trabajo hay un hombre trans al que su propio padre le ayudó a colocarse su primer binder y que ahora es papá de una bebé que chupa la teta de su madre durante las sesiones. Hay parejas de lesbianas casadas con todas las de la ley y madres de familia. Hay una familia monoparental de madre lesbiana y sus dos hijes. Hay madres de niños y niñas, pero también de adolescentes que se identifican ya como género fluido o agéneros.
Hay una madre a la que el otro día en el parque, mientras su hijo barría las hojas con su nuevo set de limpieza, un señor le soltó: “mírala a ella, barre que barre, toda una ama de casa”. Hay una madre lesbiana indignada porque no para de recibir comunicaciones del colegio de sus hijos en las que convocan a la asamblea a “la sra. madre y al sr. padre de familia”. Hay otra a la que el pelo largo de su hije ha llevado a creer a todas las señoras del bus que se trata de una niña o solo porque lleva una mochila lila. Hay una madre lesbiana a la que un familiar le dijo: “madre solo hay una”, refiriéndose a su pareja, la que parió al bebé, y pasándose por el forro su maternidad. Hay tres mapadres a los que no quisieron dejar entrar juntos a ver la ecografía de su bebé.
Algunos dirán vaya pijadas a las que te dedicas. Algunos no valorarán la importancia de ir desmontando el chiringuito tradicional, de denunciar sus prácticas discriminatorias y desiguales, de procurar impregnar de feminismo, diversidad, de cuidados, de nuevos vínculos la convivencia. Algunos no valorarán que haya gente pensando cómo hacer para tomar las Ampas de los colegios, los consultorios pediátricos, los parques, la secciones niños/niñas, rosa/azul de las tiendas de ropa; la sección de barbies y la de pistolas de las jugueterías; los libros del príncipe y la princesa… para combatir la exclusión, los estereotipos y roles de género, para nombrar lo que no se nombra hasta ahora porque se reprime su expresión, porque se censura su identidad, se persigue su orientación; para contar que estamos criando, educando, queriéndonos de otra manera, y que nos gustaría que eso se reflejara algún día en el mundo en el que se mueve nuestra prole.
Pero sí, aunque haya quienes no lo entiendan, estamos en ello, bueno, estábamos en ello, sintiendo digamos que trabajamos para seguir construyendo, pero situadas, partiendo desde cierta ganancia que proviene de haber ido dando la lucha, de haber conquistado ciertos derechos, aunque aún falte mucho por conseguir. Ni comparar la realidad española con las atrocidades que todavía ocurren, sin ir muy lejos, en mi propio país, donde no hay matrimonio igualitario, ni ley de identidad de género, donde hasta ahora grupos de poder religioso pretenden intervenir en políticas públicas. Llámales pijadas a lo que nosotros llamamos resistencia o desobediencia, el hecho es que estamos en ello.
Pero el otro día nos dimos cuenta de algo. Alguien mencionó los oscuros tiempos que corren por culpa de los innombrables. Y empezamos a pensar en lo que podría ocurrir si esta alianza, si este contubernio reaccionario llegara al poder. Y no, lo peor que se nos ocurrió no fue: devolvernos al armario de donde preferirían no habernos visto salir. Dos de nosotras dijeron que tenían miedo de que les quitaran a sus hijos. Yo era la primera vez que lo pensaba pero si lo meditas un momento no es tan descabellado. Y entonces, por un momento sentimos miedo. Alguna contó que sus padres pensaban votarlos. Haber llegado hasta aquí y que todo se vuelva a poner en duda, incluso lo esencial, que tu familia vote por eso, que tengamos que dejar de ocuparnos de estas “pijadas” para empezar de cero, de abajo, de dentro.
Que nos dejen sin ley del aborto. Que nos dejen sin ley de violencia de género. Que nos expulsen. Que nos devuelvan a la casa, al armario, a la iglesia, al agua, a la guerra, a nuestro maltratador, a la muerte. Sí, podríamos habernos quedado quietas o temblando en casa con la posibilidad de dar tantos pasos hacia atrás en igualdad y diversidad, pero hemos salido el martes en todas las ciudades españolas; no, no lo ha hecho ningún partido, ni de centro, ni de izquierda, ningún otro colectivo, asociación, sindicato, hemos sido nosotras, ha sido el feminismo el que acaba de plantarle cara una vez más a la fantasmada de los ultras y seguirá haciéndolo. Pero no olvidemos que nuestra peor pesadilla, que nos quiten a nuestros hijitos, es lo que ya le hacen a muchas madres migrantes en Melilla. Lo peor que nos podría pasar es lo que ya le pasa a muchas. Hagámoslo todas.