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El Día Nacional del odio

Sánchez no negociará sus cuentas con los nacionalistas hasta que vayan al Congreso

Antón Losada

Llevamos ya suficientes ediciones y experiencias acumuladas con el 12-O como para empezar a valorar que, efectivamente, como anhelaban sus promotores, el día vaya camino de institucionalizarse como una fiesta celebrada con orgullo y pasión por ciudadanos del uno y otro confín del Estado. Solo habrá un pequeño problema, un detalle menor, y será que lo único que les une en la celebración es el odio. Cuando acudes a un desfile donde solemnemente van a marchar aquellos que consideras tu ejercito y tu bandera y te pueden las ganas de abuchear e insultar a otro, lo que te ha llevado allí es el odio, no el patriotismo.

Se equivoca Pedro Sánchez al responder que no iba a ser menos que Felipe González o Zapatero. Se le olvidó añadir a la lista a Adolfo Suárez, increpado ferozmente por unos y por otros hasta la destrucción, o a Mariano Rajoy, perseguido como su familia hasta la puerta de su casa, incluso a José María Aznar. La distancia entre el odio y la protesta resulta tan tan sideral que se aprecia a simple vista. El odio, como el amor, no es patrimonio exclusivo de la derecha. Hay una izquierda que parece encantada de que la odien, como si ese rencor les otorgara la razón. La respuesta ante la inquina de unos pocos es aplaudir el civismo de los miles de ciudadanos que se congregaron allí para celebrar una fiesta. Colgarse los abucheos como si fueran un mérito o una medalla solo les regala un valor y una representatividad de la cual carecen por completo.

No se equivoca menos la ministra de Defensa, Margarita Robles, al convertir a la minoría del odio en protagonista y calificar sus broncas como una falta de respeto “a todos los ciudadanos de España”.  Los insultos no tienen valor por si mismos, sólo si se lo concede el ofendido. Se equivoca aún más Pablo Casado, quien no comparte que se abuchee a las instituciones pero lo entiende porque “la gente está muy cabreada” y son “gritos de rabia”. Suena a algo más que justificar el odio. Suena a legitimarlo porque, en el fondo, el insultado se lo ha buscado.

Cuando berrean contra los demás son la voz del pueblo y tiene razón, cuando chillan contra ti son violentos y radicales y suponen una amenaza. Ese cinismo ha matado más democracias que los golpes de Estado. El mismo cinismo que replican los medios de derechas y los medios de izquierdas al usar los gritos y los abucheos que les gustan para legitimar sus posiciones políticas y editoriales, proclamando en sus portadas y artículos de opinión que el odio les da la razón.

Pero, oye, sin complejos; nunca dejéis que la realidad estropee un buen titular. Así que sigamos adelante por este camino tantas veces transitado en la historia con consecuencias desastrosas. Sigamos concediendo crédito, valor y presencia a quienes no representan a nadie más que a su propio resentimiento, hasta que parezcan miles y millones tras de ellos. Sigamos ofreciendo amparo y presencia a su discurso del odio porque pensamos que nos conviene hasta que, a fuerza de escucharlo repetido, a alguno empiece a sonarle legitimo y hasta razonable. El odio es como la mentira, mil veces repetido acaba siendo verdad. 

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