#MeTooEscritoresMexicanos
El escritor macho no es único en su especie, pero del resto de machos le diferencian tres cosas: su tendencia a definir tu aspecto físico con metáforas alambicadas, su capacidad para entender mejor que tú la literatura y el mundo en su esencia, y a veces, solo a veces, su manía de disculpar el comportamiento de algunos Escritores Machos Alfa, véase Ted Hughes o Antonio Machado, o véase Pablo Neruda o J. D. Salinger, porque la persona y la obra cómo van a ser lo mismo, ¡revanchistas!, ¡joder!
El escritor macho es, por lo tanto, un animal fiel a los suyos. Un animal de compadreo, que solo busca el conflicto cuando sospecha que otro escritor macho le puede quitar un premio, o que otro escritor macho le ha arrebatado la atención del editor macho al que los dos veneran. Que en la vida no se puede tener todo lo sabe el escritor macho.
Pero que las féminas no forman parte de eso a lo que llama todo, también es su causa.
A las perras féminas –como las llamaba la narradora puertorriqueña Rosario Ferré en El coloquio de las perras, un irónico ensayo donde desmantelaba ya en los años noventa las narrativas misóginas de los Escritores Machos Alfa Latinoamericanos– el escritor macho las considera de otro planeta. De otra galaxia. De ese mundo en el que todo es para él, porque el escritor macho tiene el don de la palabra que, como todos saben, después de unos tragos se convierte en el don de la babosería.
El escritor macho merodea por selvas y por bosques con su pelaje amable de intelectual. El escritor macho se alimenta de botellas de vino y de un cierto número de drogas que ni siquiera ha pagado él. El escritor macho copula como el mejor de los machos, es decir, sin el consentimiento de la fémina a la que cree haber cortejado. El escritor macho cree que aúlla, pero su quejido es penoso y torpe. El escritor macho es de una raza pura, necesaria, universal. Pero el escritor macho, por suerte para todos menos para él, se encuentra en estos momentos en peligro de extinción porque las que llevan siglos sufriéndole han empezado a darle caza.
Hace menos de 48 horas decenas de mujeres de México han comenzado a recopilar historias de escritores de tal país que desde hace décadas las han violentado, maltratado física o psicológicamente, insultado, robado, raptado o violado. Bajo el hashtag #MeTooEscritoresMexicanos se ha abierto la puerta a denuncias que ya eran secretos a voces dentro de la cultura mexicana. Como reportan ya en algunos medios nacionales como México.com, todo ha surgido después de que el 21 de marzo, Día Mundial de la Poesía, Ana Ge denunciara públicamente al escritor Herson Barona en su cuenta de Twitter. A las palabras de Ge siguieron las de otras mujeres con historias similares sobre Barona –de las cuales él ya se ha defendido en un comunicado– y sobre otros escritores –la lista es larga, las acusaciones van desde Gerardo Grande hasta Rodrigo Castilla o Alfredo Padilla–. También comenzaron a llegar mensajes de preocupación y apoyo de figuras como Brenda Lozano, Valeria Luiselli, Aleida Belem Salazar, Esther M. García o Cristina Rivera Garza, quienes han lanzado un rotundo #YoTeCreo ante la avalancha de nombres de presuntos agresores del mundillo.
Todo lleva años esperando saltar por los aires. Y, sin embargo, todo acaba de empezar. Según algunas de las implicadas en la cuenta @metooescritores, la cantidad de información, de casos a estudiar y de experiencias desgarradoras es cada vez mayor. No se va a quedar ahí. No vamos a dejar que vuelva a ocultarse, como tampoco voy a dejar de apoyar a quienes denuncian a esos escritores macho a los que por mucho tiempo y con ceguera he considerado amigos. Ya está. Ya estamos. Las perras ya vamos a ladrar en serio. Ojalá que lo de nuestras compañeras de México solo sea el primer paso para que el escritor macho se acabe allí, o acá, o donde quiera que estuviera descansando en paz con su pulgosa cola.