Ministras sin dueño
Comparar tiene riesgos y tiene sesgos. Y entre los sesgos está que, por ejemplo, al comparar la paridad del gobierno de Sánchez con los de Zapatero aflore ese machismo que no solo juzga la valía de una mujer como no lo hace con la de un hombre, sino que termina reduciendo todo a ver quién tiene la cuota más grande. Así que, cuidado compañeros (porque los temas políticos los analizan y comentan sobre todo ellos) que si este Gobierno avanza en el concepto de paridad no es solo por la cantidad ni por los méritos de las ministras que llegan o se van, sino por algo que va más allá.
En el año 2004, cuando por primera vez llegó la paridad a la composición de un gobierno, las mujeres representaban en el Senado una cuarta parte del total (26%) y en el Congreso un poquito más, algo más de un tercio (36%). Una situación distinta a la que nos encontramos hoy donde la representación femenina alcanza a la baja el 40%. Este no es un detalle insignificante al analizar con perspectiva el tema de gobiernos y paridad. En aquel contexto, formar un gobierno donde las mujeres fuesen la mitad suponía resquebrajar una de las reglas básicas del nacionalcatolicismo y del patriarcado institucional: la política como cosa de hombres. Aquel cambio de tendencia, sin duda, tuvo su efecto propio de evolución. Marcarse como objetivo frenar la ausencia de las mujeres en los puestos de gobierno y representatividad hizo que la paridad entrase en la agenda, al menos dialéctica. Sin embargo, aquella paridad socialista terminó convirtiéndose más en un gesto que en una revolución. No solo porque el propio Zapataro terminase su mandato renunciando a la paridad, sino porque ningún otro gobierno de España se lo ha tomando en serio.
Desde entonces, la vida política se ha venido reafirmando como un asunto de hombres (algunos de ellos feministas) donde la presencia de mujeres cuando no es instrumentalizada o tutelada, es vapuleada con comentarios machistas fuera de lugar que vienen tanto desde dentro como fuera de los hemiciclos. En estos casi 15 años, la paridad no ha sido garantía de respeto ni de desarrollo profesional para una mujer sino sinónimo de cuota, de papel secundario y de beneficiaria privilegiada de la precariedad. Y es que, como dice Podemos Feminismos, “la paridad no puede plantearse como un techo sino como un suelo”, como un punto de inflexión del que partir para provocar cambios cualitativos que van más allá de lo cuantitativo, de las cuotas. La paridad es un instrumento, no un producto de limpieza más que dar a la mujer.
Es ese avance hacia un cambio cualitativo, a ese trascender de los porcentajes lo que se desprende en estos primeros momentos del nuevo Gobierno. Esa es la novedad, no la paridad. Y ese avance se detecta no solo porque el número de ministras excede al de ministros o por un tema de mayor o menor valía de las nombradas frente a las que ya lo fueron en otros gobiernos paritarios. El avance cualitativo no lo protagoniza Sánchez, sino las mujeres que conforman su Gobierno y si es así es por un tema de coherencia con las demandas feministas que se vienen haciendo. Con estos nombramientos estas mujeres rompen un techo de cristal en sus propias carreras profesionales, superando con ello las barreras que el patriarcado pone a las mujeres que quieren proyectar su talento en puestos de gobierno y responsabilidad. Al aceptar sus carteras asumen otra responsabilidad, la de ser pioneras en sus respectivas materias para aquellas que las quieran secundar.
Desde esta óptica, la de las competencias profesionales y la experiencia, no tienen cabida comentarios como los de quienes afirman que Pedro Sánchez hace una apuesta decidida por “la mujer”. Porque si miramos a las nuevas ministras como expertas de lo suyo la apuesta no es estrictamente por “la mujer” (que también) sino por tener a una persona cualificada, valorada y reconocida al frente de tamaña responsabilidad.
Esa debe ser la mirada de la igualdad, la que busca introducir la paridad, la mirada que ni tutela ni es condescendiente con una mujer cuya trayectoria profesional la puede hacer merecedora de la oportunidad de progresar en un puesto de responsabilidad. Esa es la representatividad que se persigue con las cuotas de la paridad. Ahora, llegados a este punto, reconozco que lo que me suscita verdadera curiosidad es cómo se van a manejar los hombres de la nueva política (los que viven en ella y de ella de muy distintos modos) ante un Gobierno con tanta mujer. Hasta ahora, mi experiencia es que no pueden evitar tirar de estereotipos y clichés para interpretar las discrepancias, las diferencias y los conflictos que protagonizan con una mujer; pero quizá esta vez, quién sabe, si también a ellos se les presente la oportunidad de romper otro techo, el de la cultura patriarcal. Mientras, eso sucede (o no), la mayor de las suertes feministas a estas ministras que ojalá allanen el camino a otras mujeres, las bolleras, las racializadas, las disidentes, las inmigrantes, las gitanas, las que tienen diversidad funcional, las trans… Para el próximo gabinete abordar esa otra representatividad no estaría nada mal.