Navidad sangrienta en Podemos
Nunca ha habido políticos en España que se hayan tocado, abrazado y besado tanto como los dirigentes de Podemos. Comparados con lo que se ha visto en el PSOE en los últimos meses, son Love Actually, el Kamasutra y una canción de Barbra Streisand, todo junto y envuelto en papel de regalo con un inmenso lazo. Pero un partido acostumbrado a quemar etapas a velocidad supersónica ha terminado por confirmar la idea de que no hay matrimonio sellado por el amor eterno que no pueda saltar en pedazos. Sus dos principales dirigentes han pasado de enviarse cartas públicas llenas de cariños y arrumacos a lanzarse la vajilla, los muebles y los cuadros a la cabeza. Y a llamar a sus amigos para que sacudan al otro. Porque no sabes lo que me ha hecho.
Si habíamos pensado que la relación entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón era un canto a la monogamia política, ahora parecen más Richard Burton y Elizabeth Taylor. En las épocas malas.
La Navidad sangrienta de Podemos se desencadenó el 23 de diciembre cuando Iglesias culminó su respuesta al mayor desafío que ha sufrido desde la fundación del partido. Fue en marzo, cuando el sector crítico –se le puede llamar ya así, ¿no?– lanzó una dimisión en bloque en el Consejo Ciudadano de Madrid contra el secretario general, Luis Alegre.
Iglesias respondió con la destitución del secretario de Organización, Sergio Pascual, y un aviso a los que se habían enfrentado a alguien de su confianza, personal y política. Les advertía de que estaban haciendo el juego a aquellos que en el sistema político (los “sectores oligárquicos”) pretenden acabar con Podemos: “La tantas veces proclamada división interna de Podemos ha sido agitada con frecuencia en los últimos tiempos en direcciones diferentes. Cualquier debate, real o inventado, se presentaba como una ruptura letal que trataba de alejarnos de nuestros objetivos para ponernos a discutir de nosotros mismos”.
En la izquierda, la acusación de hacer el juego al enemigo provoca furia sin límite y, si se agrava el enfrentamiento, el riesgo de escisión.
Eran los tiempos tras las elecciones del 20D en que se discutía en el partido si se debía apoyar un Gobierno del PSOE o ir a unas segundas elecciones que Iglesias creía que podían beneficiar a Podemos. En lo segundo, los hechos no le dieron la razón. Pero Errejón no dio en público la batalla por una estrategia diferente a la del líder del partido. Lo que no quiere decir obviamente que pensaran lo mismo.
En septiembre, los errejonistas presentaron una candidatura para hacerse con el control del partido en Madrid con Tania Sánchez, Rita Maestre y José Manuel López, entre otros. Los dos últimos son los portavoces del Ayuntamiento y del grupo de Podemos en la Asamblea. Iglesias se enteró el día antes y se debió de coger un buen cabreo. Era una candidatura hecha al margen y contra Pablo Iglesias, o al menos contra sus planes para el partido en Madrid.
Suele ser un error táctico fatal pillar por sorpresa al líder de un partido. La respuesta puede ser terrible.
Ese desafío lo ganó Iglesias cuando la candidatura que tuvo que armar fue la más votada entre los militantes/inscritos de Podemos. El líder había ganado al Dream Team de los errejonistas, cuyo eslabón más débil –José Manuel López– tenía los días contados.
Pero trasladar a las instituciones las disputas internas suele ser otro error del que se pagan siempre las consecuencias. Se suponía que López era la persona que Podemos creía más adecuada para presidir la Comunidad de Madrid –por eso lo presentaron al frente de la lista–, y ahora, como se había unido al bando equivocado, ya no valía para ser el portavoz del grupo. Sustituirlo suponía reconocer que hay dos Podemos y que para representar al partido en las instituciones hay que ser de la confianza estricta del líder. Alguien estaba pensando si merecía la pena dar ese paso.
La consulta de las normas de Vistalegre 2 –el segundo congreso del partido– arrojó para Podemos uno de los resultados más envenenados que debe afrontar una formación política: una victoria muy estrecha que deja al perdedor con la idea de que la próxima vez puede ganar. La propuesta de Iglesias superó a la de Errejón por 2.400 votos (2,4 puntos porcentuales).
Errejón no daba la sensación de sentirse muy derrotado y planteó la posibilidad de presentar una lista para competir por la dirección de Podemos –con la salvedad de que no disputaría el puesto de liderazgo a Iglesias– a menos que hubiera acuerdo previo.
“Hay dos proyectos muy equilibrados, que son complementarios y que tienen que entenderse”, dijo Errejón. Prácticamente, el número dos le había negado la victoria al número 1. No sólo había dos Podemos, sino que encima estaban muy “equilibrados”.
No sabemos si en ese momento el destino de López como portavoz en la Asamblea de Madrid estaba ya sellado, pero sí se creía que el tema se discutiría en enero. Alguien tenía prisa por zanjar el tema. El 23 de diciembre, López fue cesado y relevado por la número dos del grupo, Lorena Ruiz-Huerta, del grupo de Anticapitalistas, el tercero en discordia que va sumando posiciones e influencia mientras los de arriba se siguen peleando.
Ese mismo día 23 por la mañana, Iglesias decía en una entrevista: “Hemos dado la peor imagen de nuestra historia”. Y lo que faltaba por llegar.
A partir de ahí, los dos Podemos se enfrentaron a pecho descubierto en la Cúpula del Trueno de la política moderna (Twitter). Errejón fue el más comedido contra el cese de López (“este no es el camino”), pero algunos de sus seguidores denunciaron lo que consideraban un abuso de poder que no se limitaba a la destitución de López. Hasta se utilizó la palabra “purgar”.
Nada es inocente dentro de Podemos en cuanto al uso de Twitter. Consignas y hashtags vuelan en los móviles y ponen en marcha la política en tiempo real. Es una poderosa herramienta para defender las posiciones del partido y puede ser también un instrumento suicida si se emplea en las luchas internas con el nivel de agresividad visto estos días.
Si los errejonistas habían pasado a DEFCON 2, la dirección del partido subió el nivel de tensión al punto máximo. Hubo un salto cualitativo con el hashtag #IñigoAsíNo. La campaña estaba dirigida directamente contra Errejón y participaron en ella los dirigentes y cargos electos más cercanos a Iglesias: Pablo Echenique, Irene Montero, Rafael Mayoral y otros.
Algunos se arriesgaron a dejar sin batería el móvil. Echenique hizo catorce retuits de mensajes de otras personas antes de escribir el suyo, alguno tan duro como el que acusaba a Errejón de “pretender ganar en los platós de TV lo que se ha perdido en los órganos”. Menos mal que Echenique llama “compa” a Errejón.
Iglesias no intervino en público en el ataque por tierra, mar y aire. Lo dejó para el día siguiente al tuitear un artículo de Manolo Monereo, alguien a quien Iglesias admira profundamente. En este caso, lo confirmó elogiando su “lucidez y decencia”, lucidez que llevó a Monereo a escribir este párrafo:
“Lo nuevo es que el sector o corriente identificada con Íñigo Errejón tenía un arma y la ha usado: hacer pública la ruptura del equipo dirigente forjado en Vista Alegre I y buscar el apoyo de unos medios de comunicación y de unos poderes dispuestos, cueste lo que cueste, a levantar una alternativa desde dentro a Pablo Iglesias. No valoro, constato el hecho”.
Una vez más, la acusación de complicidad con el enemigo, de intentar restar poder a Iglesias, única alternativa para enfrentarse al sistema, de venderse por unos minutos de televisión. No es que haya dos Podemos, es que Monereo (¿e Iglesias?) está convencido de que uno de los dos le está haciendo el trabajo sucio al capitalismo. Y ya sabemos cómo acababan estas cosas en la izquierda en el siglo XX.
Monereo sostiene que Unidos Podemos es “la única fuerza capaz de disputarle el gobierno y la hegemonía a las clases dirigentes”. A menos que Iglesias y Errejón decidan en los próximos días bajar el nivel de alerta a DEFCON 3 –no que firmen la paz porque eso ahora parece imposible–, la única disputa que estará al alcance de Podemos será la de mantenerse por encima de Ciudadanos como tercer grupo parlamentario.