Ni el PP ni Vox van a tumbar a este Gobierno
No debería serlo a la vista de las terribles circunstancias, pero la guerra política sigue muy activa. En los cenáculos madrileños, y en los de otras capitales autonómicas, se conspira sin descanso. Porque el que más y el que menos cree que antes o después la pandemia y sus secuelas económicas colocarán al Gobierno de coalición PSOE-UP al borde del abismo. Vista la agresividad de la derecha en el pleno parlamentario de este jueves, se diría que el PP y Vox están convencidos de que eso va a ocurrir en breve.
Pero la cosa no está tan clara si se avanza un poco respecto de esa primera impresión. Porque a lo que principalmente asistimos en estos momentos, que dentro de unos pocos meses puede ser distinto, es a una versión, más descarnada e indecente que las anteriores, de la pugna entre el PP y Vox por aumentar su espacio político en la derecha. Esta vez únicamente sobre las espaldas del Gobierno, de Pedro Sánchez y de Pablo Iglesias, sin matiz ni digresión algunos.
Es una carrera por demostrar cuál de los contendientes tiene menos escrúpulos, cuál de ellos dice la barbaridad más grande, la mentira más contundente. Porque eso, en su particular visión de las cosas, les hará parecer más fuertes. Los estrategas de ambos partidos deben estar convencidos de que una parte cuanto menos significativa de la población es sensible a este tipo de mensajes, por muy sórdidos y falaces que sean.
Porque una parte siempre ha conectado con ese lenguaje, y la ultraderecha que pulula en ambos partidos no es precisamente pequeña en España. Y porque otra, deben creer en el PP y en Vox, puede estar sintonizando con el mismo a medida que crece el hartazgo, la irritación, si no la desesperación, que están provocando la pandemia, el confinamiento y, sobre todo, el aumento de muertos.
Nada indica que esa actitud política de los partidos de la derecha vaya a cambiar en un tiempo previsible. Sobre todo en el caso de Vox. Reproducir los modos brutales del fascismo de siempre y del que ahora campa en Italia, en Francia o en Hungría es la opción por la que el partido de Santiago Abascal ha apostado desde su nacimiento. Y no es sólo que no le haya ido mal con ella, sino que seguramente no sabe hacer otra cosa. Basta mirar el perfil dominante en sus líderes y en sus cuadros y seguir lo que dicen sus medios afines, y especialmente cómo lo dicen, para comprobar las enormes limitaciones argumentales y políticas de este partido.
Lo malo es que tal y como están las cosas, el PP no tiene más remedio que seguir la senda que marca Vox. Porque la principal amenaza que pende sobre la cabeza de Pablo Casado y su equipo es que puede pasar a ser el segundo partido de la derecha en las próximas elecciones. Que los modos políticos de personajes, como José María Aznar -referente y principal sostén de Casado- nunca hayan estado muy lejos de los de Vox complementa y refuerza la necesidad de no quedarse atrás en la política de tierra quemada que está practicando la derecha.
La cosa sería muy inquietante si hubiera elecciones a la vista. Pero no las hay ni parece que las vaya a haber a medio plazo. Por mucho deterioro que la pandemia y la crisis económica produzcan al Gobierno, éste no tiene por qué tirar la toalla y todo indica que no lo va a hacer. Y, más allá de contratiempos puntuales en el Congreso, Pedro Sánchez sigue y seguirá contando con la mayoría justita que tiene en el Parlamento para poder continuar gobernando. Los partidos nacionalistas no van a dejarle tirado. Y menos cuando unas elecciones con la pandemia y la crisis económica haciendo estragos en la cordura de no poca gente, comportarían el riesgo de una victoria de una derecha brutal y justiciera. El todavía incipiente cambio de actitud de Ciudadanos, que ahora parece tratar de ser distinto del PP y de Vox, también podría avalar esa hipótesis.
Pero que no vaya a haber elecciones no significa que el Gobierno no vaya a tener serias dificultades. Sobre todo porque necesita algún tipo de pacto con la derecha. No sólo porque en la UE se vería muy bien ese acuerdo y eso abriría la puerta a una postura más solidaria con España, que seguramente va a ser, junto con Italia, el país más golpeado por la crisis económica. Sino también porque el Gobierno necesita que el PP acepte alguna de las medidas cruciales e inevitables que tendrían que figurar en un plan de salvamiento económico y social que sería preciso adoptar en breve.
Y, particularmente, las decisiones que se destinen a aumentar la recaudación fiscal. Porque es encomiable la sensibilidad que el Gobierno está mostrando hacia los crecientes problemas de los sectores menos pudientes de la sociedad y las medidas que en ese sentido se están adoptando. Pero sin un golpe de tuerca en los impuestos éstas pueden terminar quedándose en el aire. Aparte de que la UE no se conformaría con mandar dinero si algo de esto no ocurre.
Sánchez ha denominado ese proyecto de acuerdo “unos nuevos pactos de La Moncloa”. Pero si la clave de los originales fue la política de rentas, es decir, la aceptación por parte de las entonces poderosas Comisiones Obreras y del PCE de que se redujeran los salarios reales, la de esta segunda edición sería justamente la política fiscal, en toda su amplia gama de aplicaciones. ¿Qué podría ofrecer Sánchez a la derecha para que entrara en ese juego?
Eso está por ver. Pero no parece difícil que una de las contrapartidas que el PP pudiera exigir, impelido por la banca y la gran empresa, fuera que Unidas Podemos se alejara del Gobierno. Más de un personaje de la vieja guardia socialista estaría también por esa labor.
Pero lo más probable es que ese deseo no se cumpla. Porque Sánchez necesita de Pablo Iglesias. No sólo para seguir saliendo indemne de la lucha parlamentaria en estos meses terribles y no sólo porque a los muchos problemas que ya tiene y los que va a tener no puede permitirse añadir el de una contestación de izquierdas. Sino también, y tal vez sobre todo, porque la clave de su futuro político es la aprobación del futuro presupuesto. Y sin Unidas Podemos no hay presupuesto que valga. Luego, dentro de un año o año y medio, ya se verá. Pero tal y como están las cosas, eso es demasiado tiempo para hacer predicciones.
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