Siente a un franquista en el plató
Se ha puesto de moda estas semanas de canícula en bucle argumental llevar a un/a franquista a las teles, al plató o al dúplex -¿perdona?, no escucho bien con el retardo, y así se gana un plató el interfecto- , para que evacúe ditirambos al dictador Franco; de repente presentado como luz de donde el sol la toma en lo tocante a estrategia militar, un Moltke de El Pardo, vaya.
Con el paso del tiempo, Franco se ha agigantado y sería hasta alto, según sus hagiógrafos locuaces, un piropo más y NBA. La pregunta es: ¿por qué llevan mis colegas a estos sujetos ultras, franquistas, grasientos, y les dan carrete? ¿Cómo es posible que tengan minutos, y no basura, por parte de gentes engominadas intelectualmente, capaces de presentarnos a Franco como un trufado de Napoleón, Churchill y Montgomery, y su comando color caqui en la batalla del Alamein?
Es posible que se trate de cuestión de picos de audiencia, de sumar espectadores, como cuando llevaban a Revilla y sus anchoas -¡pedazo de foto con el canalla que lleva a Charles Mason en la camiseta y hace una peineta!-; es probable que todo tenga que ver con el tontorrón adorno según el cual todas las opiniones son respetables, una sandez propagada por el uso y que no se sostiene argumentalmente:¿es igual de respetable la opinión de quien defiende la ablación de clítoris de quienes la negamos y pedimos cárcel por ella?.
El caso es que estamos en que siente un franquista a su mesa. Con cámaras , mejor. Se empatan así opiniones inigualables y aparecen militares franquistas y jefas de prensa del Caudillo, comprendedores y justificadores del golpe de Estado contra el gobierno legítimo de la República, como si estuvieran cargados de razón.
A esta patulea ultra, que nunca se ha visto en otra en cuanto a protagonismo, tienen que rebatirla pacientemente militares demócratas, esos que dicen algo tan obvio como que los militares deben obedecer a los civiles y no salirse de la Constitución.
Los que hace años llamaríamos ‘turiferarios del régimen’ o ‘nostálgicos del franquismo’, se ponen ahora estupendos y evacúan un manifiesto que parece redactado por Pemán, José María, que veía en las entradas de Franco bajo palio en las catedrales un síntoma de que en España había vuelto a amanecer.
El manifiesto predemocrático de los militares contra la exhumación de los restos del dictador debería ser motivo de pena, retirada de pensión o apercibimiento, pero no de reiterada propaganda mediática en régimen de supuesto respeto de todas las opiniones, que nunca serán iguales.
Al menos tenemos una reacción de militares demócratas, que dicen que Franco no merece ni respeto, ni desagravio, que además era un militar de chichinabo, mediocre antes que supuesto austero.
Todo parece que se excita ante la inminente salida de los restos inhumanos del dictador de Cuelgamuros, como enuncia Nicolás Sánchez Albornoz. Nicolás, sí.
De la misma forma que no podemos empatar la voz de un criminal con la voz de su víctima, tantas veces muerta, no deberíamos presentar como iguales las palabras de gente que nos hubiera metido en la cárcel o nos hubiera fusilado, con las de personas demócratas, militares o no. No hay empate posible entre golpistas y demócratas.