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Vacunas y autismo: mentiras extraordinarias causan daños y derroches extraordinarios

Vacunas y autismo: mentiras extraordinarias causan daños y derroches extraordinarios.

Esther Samper

Decía el célebre científico y divulgador Carl Sagan que “Afirmaciones extraordinarias requieren evidencias extraordinarias”. Como defensor del pensamiento crítico, Sagan argumentaba que las afirmaciones debían tener unas pruebas detrás que las respaldasen. Además, si estas afirmaciones eran realmente extraordinarias, las pruebas que se necesitaban para demostrar que eran ciertas debían también serlo.

En otras palabras, la carga de la prueba recae en quien afirma algo y, por tanto, no son las demás personas las que tienen la obligación de demostrar que esa persona está equivocada. Para ilustrar esta idea explicaba el caso del dragón en el garaje. Si un individuo afirma que hay un dragón en el garaje, es este individuo el que debe demostrar que es así. Los demás no tienen por qué invertir tiempo ni recursos en investigar y rebatir esta extraordinaria afirmación.

La idea anterior parece sencilla, lógica y coherente. En un mundo ideal en el que este principio básico se siguiera al pie de la letra, las mentiras no llegarían muy lejos porque carecerían de las pruebas para darles sustento. La gente, en lugar de creer lo que escuchara, solicitaría las pruebas que hay detrás y, al carecer de ellas, la afirmación caería en el olvido y la persona que clamaba dicho hecho despertaría gran desconfianza. Desafortunadamente, el mundo real es muy diferente. Las creencias están más extendidas que el escepticismo y el pensamiento crítico. Muy rara vez se solicitan pruebas de algo, mucho menos cuando las afirmaciones refuerzan las creencias previas.

En 1998, el médico británico Andrew Wakefield afirmó que había un dragón en el garaje. Wakefield sostenía que la vacuna triple vírica (contra la rubeola, el sarampión y las paperas) causaba autismo. Era una afirmación tremendamente extraordinaria, porque multitud de grandes estudios anteriores no habían encontrado la más mínima relación. Sin embargo, parecía que Wakefield tenía evidencias extraordinarias: había realizado un pequeño estudio clínico en niños y se había publicado en una de las más prestigiosas revistas médicas, The Lancet.

Los medios de comunicación no tardaron en hacerse eco del estudio y el miedo y la desconfianza hacia las vacunas se desató entre la población. El resultado no tardó en llegar: Las tasas de vacunación en muchos países occidentales descendieron años después como nunca antes se había visto (hasta un 80 % en algunos países) y, así, reaparecieron enfermedades infecciosas totalmente prevenibles. ¿Cuántas enfermedades y muertes ha causado la extraordinaria afirmación de Wakefield? No podemos saberlo con certeza, porque existen muchas variables que influyen en las tasas de vacunación. Aun así, ha sido un factor que ha influido de forma determinante en los movimientos antivacunas y en el rechazo de una parte de la población hacia ellas.

Años más tarde, se supo que las “evidencias extraordinarias” de Wakefield habían resultado falsas. Había hecho lo peor y más rastrero que un médico y científico podía hacer: fabricar un estudio clínico con datos falsos para criticar un tratamiento preventivo que era efectivo y salvaba vidas, provocando así grandes daños a la salud pública. Este diminuto estudio, que contaba con tan solo 12 niños, estaba plagado de mentiras y malas prácticas: Solo uno de los niños había recibido realmente el diagnóstico de autismo, en lugar de los nueve que afirmaba Wakefield. Además, cinco de los niños ya habían mostrado problemas del desarrollo antes de comenzar el estudio, mientras que Wakefield sostenía que todos ellos estaban sanos previamente. La ética del médico tampoco resplandecía precisamente. El Consejo General Médico del Reino Unido detectó infracciones éticas: había sometido a los niños a pruebas probablemente innecesarias y sin el permiso de sus padres.

¿Por qué Wakefield hizo lo que hizo? Probablemente Wakefield creía de verdad en la relación entre vacunas y autismo y manipuló su estudio para que los resultados respaldaran sus creencias. Sin embargo, eso solo sería una parte de la historia. Wakefield recibió 400.000 libras esterlinas de abogados que querían probar que la vacuna era insegura y así ganar juicios de los colectivos antivacunas. De hecho, los niños que fueron seleccionados para el estudio eran de familias asociadas a grupos antivacunas. Wakefield no declaró este grave conflicto de interés.

Como establece el principio de Brandolini: La cantidad de energía necesaria para refutar una estupidez es de un orden de magnitud superior a la necesaria para crear dicha estupidez. La falsa relación entre vacunas y autismo es un caso de libro de dicho principio. Numerosos estudios clínicos a partir del año 1998 fueron incapaces de replicar los resultados del estudio de Wakefield. Por otra parte, en 2009 y tras un arduo trabajo, el periodista Brian Deer dejó al descubierto el fraude y las malas prácticas que se cometieron. A pesar de ello, la semilla de la duda ya se había sembrado. Hace tan solo unos días, salía publicado un gran estudio realizado en Dinamarca sobre más de 650.000 niños seguidos en 20 años que descartaba cualquier relación entre la vacuna triple vírica y el autismo.

Dicho estudio es el último, de las decenas de estudios que se han realizado a lo largo del mundo, para investigar la posible relación entre autismo y vacunas. Millones y millones de euros y de tiempo de médicos e investigadores invertidos en desacreditar una mentira extraordinaria. Esta ingente cantidad de dinero y tiempo se podría haber dedicado a investigar tratamientos contra el cáncer, contra las enfermedades cardiovasculares o en medidas de Salud Pública, pero se ha destinado a rebatir la existencia de un dragón en el garaje. ¿Y para qué? Más de la mitad de la gente en Reino Unido Francia e Italia todavía creen que existe una relación entre vacunas y autismo. Quizás ya va siendo hora de reconocer que no hay un dragón en el garaje y destinar el dinero en educación para que la gente se dé cuenta de ello, en lugar en tirar por la borda valiosos recursos médicos que habrían sido muy beneficiosos en cualquier otro asunto. Porque si inventarte que existe un dragón en el garaje, una tetera orbitando alrededor del Sol o un unicornio rosa invisible resulta muy fácil, demostrar su inexistencia puede ser una tarea eterna.

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