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Y tú y yo, ¿de qué dependemos para votar?... Pues ya está

Andalucía dispone de cerca de 62 millones de papeletas impresas, un 20,9% menos que en abril

Garbiñe Biurrun Mancisidor

Escribo esto en la jornada de “reflexión”. Hemos avanzado mucho, vaya que sí, pues este año de 2019 hemos tenido ya tres de estas. Tres oportunidades que nos dan para reflexionar, así, por decreto. Pero ya basta, ya es suficiente, no vayamos a pasarnos de pensar y liarla. En todo caso, puestas a pensar, mejor hacerlo hoy que mañana, cuando la cosa no tiene arreglo –como si lo fuera a tener en otro caso–.

El problema estriba en el objeto de la reflexión. No, no es cosa fácil determinarlo, no se crean. Al margen de las reflexiones de cada cual sobre las cuestiones más diversas y que personalmente nos preocupan –sobre esto también conviene echar una pensada de vez en cuando, para lo que podríamos aprovechar la jornada oficialmente prevista para ello–, es claro que es el día para pensar en el “voto”. En el voto, de manera amplia, en si voto, por qué voto, qué tiene que mover mi voto y, en consecuencia, a quién voto.

Imaginarán que, a estas alturas, mi voto ya está decidido. Dependiendo de la hora en que lean estas líneas, también estará emitido –me revelo así como votante activa– y, puedo asegurarles, bien pensado. Pensado de tiempo atrás, pues no tengo la capacidad que se considera media para poder tomar tamaña decisión en un solo día o en una sola campaña. A mí me resulta totalmente imposible.

¿Saben ustedes a cuántas cuestiones tengo que responder antes de decidir mi voto? ¿Se imaginan qué cruces de ideas me surgen antes de resolver la incógnita? ¿Intuyen siquiera la responsabilidad que me atenaza por si me equivoco? ¿Se preguntan, acaso, como yo, si, a la hora de votar, dependen de algo o de alguien?

Tengo que responder a estas preguntas, alguna de las cuales –posiblemente, todas–, bien retórica y, desde luego, poco original. Aunque, no se crean. Si lo pienso bien, en realidad, cada vez que voto, respondo sinceramente a todo ello.

Creo, sin embargo, que no es lo que se espera de esta reflexión programada. Sé, más bien, que la mayoría de las fuerzas políticas que comparecen y hacen sus ofertas pretenden evitar el debate y el pensamiento. Y lo dicen, ya lo creo que sí, lo dicen expresamente, sin florituras ni tapujos. Al menos, eso es lo que yo escucho reiteradamente.

Me plantean que hay temas que no deben estar en el debate electoral. Y hasta parecería sensato, tal como pretenden venderlo. Me piden –casi me lo ofrecen gratuita y graciosamente– que no piense y que, por tanto, no busque, compare, no encuentre nada mejor y no compre-elija. Intentan que no piense ni dude sobre materias que casi todos aparentan rehuir. Me dicen que las pensiones, la política exterior, las cuestiones sobre extranjería y las personas migrantes, la defensa o, en su día, el terrorismo, por ejemplo, no deben formar parte de este debate. Lo que significa que consideran que deben estar al margen de nuestra reflexión y de nuestra decisión.

Así lo considera también el candidato Sánchez que, por lo que he leído estos días, habría dicho –oh, certera, pero nada original reflexión– que “el 10 de noviembre no se votan políticas, sino el Gobierno y el desbloqueo”. O sea, que elegimos, así, directamente, sin anestesia y sin más pensamiento, un Gobierno y desatascar la situación. Lo que decía, pero aumentado al máximo posible: no solo hay cuestiones que no deben debatirse en período electoral, sino que no debe serlo ninguna. No hay políticas que pensar, no hay futuro que entrever, sino solo quién y con quién queremos que gobierne.

No sé a ustedes, pero a mí esta regla de tres –o de dos o de uno, ya veremos–, se me hace incomprensible. Seguramente es una incapacidad personal, no lo dudo. Seguramente es que soy negada en esto de elegir gobiernos y desbloquear situaciones. Pero, si me pongo a reflexionar, las cuentas mentales no me salen. Me cuesta –qué quieren– elegir una candidatura en función de un Gobierno que no se elige directamente; me cuesta pensar qué Gobierno quiero si no sé qué políticas va a seguir –la propia Constitución dice que es el Gobierno el que dirige la política interior y exterior y la Administración civil y militar y la defensa del Estado, además de ejercer la función ejecutiva y la potestad reglamentaria, con el juego que esta última ha dado en estos tiempos recientes–. Me cuesta querer que gobierne A o B en el vacío, solo por no sé qué impulsos que, al parecer, me son negados. Con lo fácil y despreocupado que sería decidir el voto por razones ajenas a lo que influirá en mi vida y en la de la gente que quiero y en la de otra que no conozco siquiera pero a la que deseo lo mejor.

Pero no puedo. Ni quiero. Lo siento. Mi voto no puede tener tal arrogancia ni, al mismo tiempo, tal desidia. Mi voto será para hacer políticas, para decidir en todas las materias, en el Parlamento, incluso para determinar quién va a gobernar en función de qué planteamientos.

No estoy cansada, duermo relativamente bien y creo que dejo dormir. Me siento ágil y poderosa con dos sobres, uno blanco y otro sepia –dicen–, que he llenado después de llevar pensando y trabajando toda la vida, como casi todo el mundo. No puedo cambiar ahora. Porque, a diferencia de la Fiscalía, Sánchez dixit, nadie me nombra como ciudadana libre ni dependo de nadie. ¿No te ocurre lo mismo?

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