Nuestro diminuto mundo
Sí, no sabemos muy bien cómo vamos a continuar con lo que estábamos haciendo, aunque tampoco me acuerdo muy bien de qué estábamos haciendo. Vivíamos del cuento, creo, se nos daba bien. Pero qué sigue. Que si publico un libro ni idea de si podré presentarlo, viajarlo, firmarlo, venderlo, regalarlo. Ahora bien, de qué coño de libro hablo si aún no me lo publican, es más, si aún no lo escribo. Y para qué un libro que no tiene nada que ver con el coronavirus, o sea, ¿le va a importar a alguien? Bueno, no sé si antes le importaba a alguien. Antes teníamos una idea muy laxa de la relevancia. No diré presuntuosamente que lo que hacía ¿hago? es “patrimonio inmaterial”, patrimonio no, seguro; inmaterial sí, cada vez más inmaterial. Ya todo lo que sé hacer se puede mandar por un mail. Menos mal que no hago películas, que pesan mucho.
Aquí estamos, como dice una canción de Arnal y Bagés (dícese de los músicos que antes daban conciertos en sitios al aire libre llenos de gente, risas y primavera) “en la periferia brillante de una galaxia mediana, en medio de un mar oscuro donde flota nuestro diminuto mundo”, o sea, aquí estamos los no esenciales de la Cultura pensando qué coño quiere decir reinventarse, dándole vueltas al post de la fotógrafa que anuncia que venderá menús de gastronomía peruana a domicilio con todos los cuidados y salubridad del caso.
Nuestras vidas supeditadas a causas de fuerza mayor por depender del mainstream, de su goteo. Si me hubiera quedado haciendo fanzines en casa otro gallo cantaría. Mi amiga librera me ha dicho que lo más vendido de su tienda ahora exclusivamente online es Camus. Como siempre, los escritores esperando alguna pandemia póstuma para reír último y mejor. Salvo que seas Slavoj, que entonces sí te ríes antes que nadie. En fin, que esta no va a ser nuestra verbena. Y seguirán vendiendo los que venden, aunque menos. Una alegría pequeña en medio de todo. Pero es que tampoco están las cosas para lágrimas de blancos, de machos o de culturetas.
Queda muy bien decir: ay, tengo mil cancelaciones. Adiós a la girita americana, a mi adelanto millonario, a mi fichaje, al cartel con mi cara en la feria del libro, adiós a las cinco temporadas de la serie sobre mi vida en Netflix, adiós al estreno, adiós a las vacaciones de verano, adiós a la casa propia. Eso quiere decir que al menos tenías algo, cabrona, sueños, no sé. Qué bien suena todo lo que tenías. Suena bien, suena sospechoso, suena a márketing, pero otra cosa es comer. Justo cuando habíamos descubierto que lo presencial nos daba más dinero que el streaming, que todos queríamos ser estrellas del pop. Ahora somos todos youtubers primerizos.
Por el momento nadie me ha ofrecido dinero para aparecer en una entrevista, en un directo, en una charla, conversación o lo que sea online, pero sí me han ofrecido que los haga, a montones. Por el momento no es que no tenga nada que decir, es que me estoy haciendo la muerta. Todos en visto. Lo siento, no puedo acompañar tu aburrimiento, tu proyecto desinteresado, tu desolación con mi arte free porque estoy friendo pollo para mis hijos confinados. También hay psicólogos online, ¿sabes? Y también cobran. Lo cierto es que si tendremos que aprender cómo se vive con un virus latente, también tendremos que aprender a la larga de los influencers a vivir de Instagram. Pensar que nos parecían estúpidos. Y ahora podrían ser ministros de cultura.
Algunos me han dicho que grabe mi obra de teatro, la suba y cobre tres euros por descarga mientras llega el 2025, año oficial hipotético para la apertura de salas. Ni de coña, digo, bueno, ni de coña ahora que todavía tengo esperanzas, pero claro, si multiplico tres euros por cinco años entonces... Me han dicho que me ponga ya con los talleres online de escritura que si me tardo más todos ya van a ser Faulkner. Para colmo acabo de recordar que tengo un minilibro para descarga que me publicaron en 2012 cuando recién se hacían experimentos de libros descargables, cuando todo parecía irse a la mierda y sin embargo seguimos en el capitalismo, y que se titula visionariamente “Kit de supervivencia para el fin del mundo”. Igual y vivo de esa ocurrencia, de esa antigualla. A ver, cuánto son 90 céntimos si lo multiplico por… Dicen que ya demos por perdido el 2020. Hagamos lo que hagamos será olvidable, por lo menos eclipsable, por lo menos dadá.
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