El fascismo se construye con gente como Pablo Motos
Tuve que ver El Hormiguero por primera vez en muchos años. Ya lo había sufrido en alguna que otra ocasión por motivos profesionales. Representa todo lo que humanamente rechazo en los medios de comunicación: exaltación del machismo, superficialidad, una exhibición de testosterona anacrónica y una apelación sutil a esa cultura del esfuerzo liberal falaz y acientífica. El programa fue completamente prescindible en términos periodísticos, porque no es una entrevista, con risas y chanzas y momentos de apuros de Abascal al intentar definir su verdadera política en cuestiones delicadas, más por su incapacidad para expresarse que por las preguntas del presentador, que mostraban un miedo cerval a la reacción pública. La que había habido y la que pudiera haber después. Si algo logró la campaña de boicot a El Hormiguero fue limitar a Pablo Motos en su humor trasnochado hasta mostrarle superado y atemorizado.
La entrevista de Santiago Abascal en el Hormiguero fue para la extrema derecha la mejor noticia electoral desde que se conformó como partido. Mucho más que sus mítines repletos, que ya han demostrado un escaso rédito cuantitativo en las urnas. Pablo Motos se ha convertido en el mejor propagandista del fascismo patrio. No importa lo que él crea, importa lo que ha logrado. Será en parte responsable de cualquier éxito de este partido, de cualquier medida que a partir de ahora logre sacar adelante, del ambiente de miedo que rodea la vida de colectivos LGTBI por la presencia mediática acrítica de esta gente que pretender devolverlos al armario. Pero no lo reconocerá, porque montado en su soberbia solo mirará los excelentes resultados de audiencia.
Pablo Motos intentó excusarse por la entrevista y las reacciones de protesta por la presencia de Santiago Abascal diciendo que VOX existe, que tiene 530 concejales, 57 diputados autonómicos y 2 diputados en el Congreso [sic]. Aseguró que lo entrevistan porque en su programa no se casan con nadie. Ese, justo ese, es el problema. La actitud de los tibios y conniventes, los cobardes, liberales de saldillo, que creen que frente al fascismo no hay que tomar partido. La de aquellos que equiparan a partidos que representan la tolerancia y el respeto a la vida de todos los individuos, frente a discursos de odio que consideran que los gays o las personas migrantes son ciudadanos de segunda. Son estos personajes el aceite que permite al engranaje del odio funcionar y tomar velocidad hasta hacerse imparable.
La humanización salió en la entrevista. El propio Abascal se lo dijo a Pablo Motos entre risas, ¡sí, soy humano!, espetó el líder ultra con las risas corifeas de los muñecos de trapo. La humanización es ese rasgo imprescindible que aquellos que manejan discursos de odio necesitan para hacer aceptables sus postulados. Los que participan de ese ejercicio están dando vaselina en las medidas que buscan deshumanizar a otros colectivos para actuar contra ellos. A veces ese periodo lleva mucho tiempo, necesita de muchos partícipes ignorantes o convencidos durante el proceso de conformación del totalitarismo. Un Estado fascista se conforma piedra a piedra, paulatinamente, con silencios y ayudas; de hecho, en estos momentos, en octubre de 2019, podemos estar siendo testigos de cómo se construye. Los procesos de conformación de los regímenes fascistas son graduales. Nunca ocurren de un día para otro y precisan de diversos secuaces ejerciendo y actuando en diversas formas, más activos, mirando para otro lado, facilitadores y permisivos. Multitud de elementos que comparten un rasgo: son todos iguales porque no se enfrentan al odio. Son cómplices, actores necesarios en la construcción del fascismo.
En los años 20 en Alemania hubo multitud de personajes haciendo lo posible por hacer digerible a un personaje como Adolf Hitler, que a pesar de tener talento oratorio, era demasiado brusco para las costumbres y usos de las oligarquías y la alta sociedad alemana del momento. En esa actividad se empeñaron varios personajes del ámbito de la comunicación, uno de ellos fue Ernst Hanfstaengl, 'Putzi', para los amigos. Hanfstaengl fue un periodista nacido en Münich, que resultó vital como asesor de imagen en sus intentos para introducirlo suvizándolo en las altas esferas del momento. Consejero del genocida durante la república de Weimar, fue el encargado de editar Mein Kampf, de financiar los periódicos de propaganda nazi y de construir una imagen asimilable para la sociedad del momento. Despina Stratigakos escribió en el año 2015 un libro llamado Hitler at home, un perfecto retrato del proceso de construcción de un hombre gris, rudo, menudo, con poco atractivo, hasta alzarlo como icono de las masas. En la primavera de 1932, los nazis descubrieron el valor publicitario de la vida privada de Adolf Hitler y lo ejecutaron en todo su esplendor. Fue con el álbum fotográfico de Heinrich Hoffman El Hitler que nadie conoce (Hitler wie ihn keiner kennt, 1932) en la que aparecía como portada el Fuhrer, recostado sobre una ladera con su indumentaria Bávara y un precioso perro a su lado. Se renuevan los formatos, cambian los protagonistas y el resultado final del odio, pero la esencia en su conformación es la misma.
Solo existe una posición moral que permite ir con la cabeza alta cuando los discursos posfascistas alumbran en nuestra sociedad. Destruir el discurso del odio y enfrentarse frontalmente a aquellos que quieren matar nuestra democracia. Y para eso, claro que hay casarse con alguien: con el antifascismo. Por eso Pablo Motos tendría que haber asumido que El Hormiguero no es un programa de información, es puro show, entretenimiento que ha provocado que millones de españoles vean al líder de un partido posfascista como un hombre bueno, como un hombre cercano, equiparable a aquellos que piensan que la xenofobia, el racismo y el machismo son elementos a desterrar de nuestra sociedad.
La democracia se defiende de ideologías como las que propugna Santiago Abascal. Y para eso es preciso mancharse, tomar partido, no ser indiferente. Entender la comunicación y el periodismo como Gabriel Celaya entendía la poesía. Odiando a los que se lavan la manos y se desentienden y evaden a quien no toma partido hasta mancharse. Contra los neutrales. El fascismo se construye con personas como Pablo Motos.