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Quien tenga legitimidad para derrocar a Maduro que tire la primera piedra

Nicolás Maduro.

Carlos Hernández

En Venezuela se detiene a periodistas; en Arabia Saudí se les asesina y se les corta en trocitos. En Venezuela se persigue a los disidentes y se les envía a prisión; en Guinea Ecuatorial “desaparecen”, mientras que en China, Arabia Saudí (otra vez) o en los Emiratos se les persigue, ejecuta y encarcela. En Venezuela se violan los derechos humanos; en Israel se asesina a los palestinos y se les echa de su tierra incumpliendo, una vez tras otra, las resoluciones de la ONU. En Venezuela una buena parte de la sociedad denuncia la falta de libertad, en las naciones mencionadas y en muchas otras no pueden hacer ni siquiera eso… denunciar.

No es mi objetivo comparar grados de tiranía y de injusticia. Una dictadura o un régimen que vulnera la legalidad internacional y los derechos humanos debe ser condenado sí o sí, independientemente de cuál sea su grado de letalidad. Quienes así pensamos, tenemos legitimidad hoy para criticar a Nicolás Maduro y exigirle la convocatoria de unas elecciones urgentes. Yo lo hago desde esta humilde tribuna. ¿Tienen la misma legitimidad Estados Unidos, la Unión Europea y el resto de países que tratan de derrocar al presidente venezolano?

Les dejo a ustedes la repuesta después de leer no solo los ejemplos antes mencionados, sino remontándonos en el tiempo. Quien tenga el defecto de ser un apasionado de la Historia se sentirá tan escéptico como yo ante el derroche de “fervor democrático” que en estas últimas horas se exhibe desde Washington o Bruselas. Si algo aprendimos antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial es que la democracia, los ideales y la libertad importan un huevo frente a los únicos intereses verdaderos: el dinero y el poder. Acumulemos algunos hechos poco publicitados de aquellos años treinta y cuarenta del siglo pasado: las democracias europeas y EEUU permitieron que Franco, con la ayuda de Hitler y Mussolini, acabara con las libertades en España e instaurara una dictadura de corte fascista; Stalin se alió con Hitler para repartirse Polonia y permaneció impasible mientras el Führer arrasaba Europa occidental, iniciaba el exterminio judío y liquidaba a los comunistas alemanes o austriacos en los campos de concentración; Estados Unidos miró para otro lado mientras todo esto ocurría, durante dos largos años de guerra en los que tampoco detuvo a sus multinacionales que suministraban combustible y vehículos al Ejército nazi; ya tras la derrota alemana los “libertadores” estadounidenses, británicos y franceses decidieron que la democracia no cruzara los Pirineos porque les interesaba más tener un dictador anticomunista en España que abrir paso a una democracia menos dócil. Los españoles fuimos víctimas dos veces, ¡dos!, de esa arbitraria forma de defender, o no, la libertad.

Necesitaría una enciclopedia y no un artículo para seguir con el repaso histórico de lo ocurrido después de 1945. Occidente, especialmente EEUU, derrocó regímenes democráticos y/o impuso dictadores en América Latina, África o Asia mientras enviaba a sus jóvenes a morir “por la libertad” en Corea o Vietnam. Quizás el mejor resumen de aquel periodo hipócrita, un periodo que no ha terminado, se escribiría viajando en el tiempo hasta el Chile y el Vietnam de septiembre de 1973. En el país sudamericano la CIA derrocaba al presidente constitucional Salvador Allende y entronizaba al sanguinario general Pinochet; en la nación del sudeste asiático, pese a haber retirado teóricamente sus tropas, el Tío Sam mantenía la guerra y una tiranía en Vietnam del Sur para “defender la democracia”. En ambos casos los únicos móviles eran económicos y geoestratégicos. Allende perjudicó con sus decisiones y sus nacionalizaciones a empresas estadounidenses; entre la cartera y la libertad de los chilenos, se eligió la cartera. En Vietnam se luchó por el control de un país de alto valor estratégico en el tablero de la guerra fría que se libraba contra la URSS; el bienestar de sus habitantes estaba el último en la lista de prioridades y por eso se les fumigó con napalm.

Poco ha cambiado desde entonces. España, eso sí, recuperó la libertad y enseguida se subió al carro de la geopolítica, de la geoestrategia y de la geohipocresía. Felipe González y Aznar, que hoy tanto braman contra Maduro, agasajaban en Moncloa a Gadafi, a Obiang o a Hassan II, mientras el rey Juan Carlos se besuqueaba con el príncipe saudí de turno. Ayer Pablo Casado, Albert Rivera y Pedro Sánchez, en la línea seguida por Bruselas y Washington, protestaron muy bajito, para que no les oyeran, cuando se descuartizó a un periodista en un consulado de Estambul. Ayer y hoy ninguno de los tres, ni el rey Felipe VI, se preocupa por lo que ocurre en las cárceles de esa Guinea Ecuatorial en la que se habla español, ni por la situación que viven las mujeres en Arabia Saudí, ni por la persecución de disidentes en china, ni por la situación vergonzosa en ese gigantesco campo de concentración llamado Gaza.

La historia se repite y si no he mencionado la guerra de Irak es porque el enorme paralelismo con la situación de Venezuela merece ocupar el final de este texto. Sadam Husein era otro dictador más. Puede que más, puede que menos… pero repugnante y tan merecedor de ser depuesto como Obiang, Somoza, Batista, Pinochet, Hassan II, Xi Jinping o Salman Bin Abdulaziz (espero que no me troceen por incluirle en este listado). La diferencia entre Sadam y el resto es que su figura era la única que molestaba a los intereses económicos occidentales. Lo que ocurrió después, todos lo sabemos: acusaciones falsas de que tenía armas de destrucción masiva y, a partir de ahí, la libertad como bandera para ocultar que el único y verdadero objetivo de aquella invasión era el petróleo. Si algún ingenuo aún cree que aquella guerra se libró pensando en el pueblo iraquí, que se dé una vuelta por ese país, que vea el infierno en que convertimos sus ciudades y pueblos, que hable con sus moradores y saque sus propias conclusiones.

Petróleo y un líder económicamente incómodo. Maduro es el nuevo Sadam. No importan los matices, los grises de la situación política en Venezuela que desarrollé en un artículo muy anterior. Toca asaltar Venezuela para repartirse sus riquezas. Hoy la libertad sirve como excusa, pero si mañana hay que poner un dictador al frente del país, como hicieron en tantas y tantas naciones, lo harán. Business is business y lo demás naderías democráticas.

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