No la liemos, hermanas
Alguien me comentaba estos días que si algo está dejando claro el lío montado en torno al anteproyecto de ley de libertad sexual es que el feminismo es un movimiento político directamente ligado con la izquierda. Solo así, insistía mi rojo interlocutor, puede entenderse el bochinche, las disensiones y el enfrentamiento que se está viviendo, porque sólo la izquierda es tan buena para fragmentarse y darse de cabezazos entre ella por un puñado de ideas.
Así las cosas, no podemos sorprendernos de las tensiones que se han manifestado en el seno del Gobierno y que, es más, se han dado conscientemente a conocer a la opinión pública. Esas tensiones no son exclusivamente, como le gustaría pensar a la oposición, un indicativo de que a este Ejecutivo le tiran las costuras sino que apuntan a una tirantez mucho más amplia que enfrenta a sectores del feminismo y también del espectro ideológico de la izquierda y que, por ejemplo, se plasmó la pasada semana en la expulsión del histórico Partido Feminista de la coalición Izquierda Unida. Una división que también afecta a las convocatorias previstas para el 8 de marzo al que, esta vez sin máscaras, el feminismo llega con roces y con voces airadas.
Se trata pues de un enfrentamiento de fondo y que no sólo reside en un anteproyecto de ley concreto o de si una vicepresidenta está mohína porque le quitaron un cachito de su cartera. En absoluto se trata de eso. Es algo mucho más mollar y, por tanto, mucho más preocupante. Todo el mundo va a tener cuidado de que no estalle en las manos ni del Gobierno ni del feminismo ni de la izquierda en general, pero todos saben que hacen malabares con una bomba de relojería a la que, por cierto, es bastante ajena la sociedad en general. Es un problema difícil de explicar, que calará poco en la población y que, por tanto, no debe resultar un arma electoral importante, al menos en los términos teóricos e ideológicos con los que se presenta. Es más, es posible que acabe siendo un arma en manos de la oposición más ultra. Resumiendo, que la gran mayoría de las mujeres de este país, y con más motivo de los hombres, ni saben de qué hablamos ni van a entender nada del galimatías en el que se miden las disensiones.
Tengo que reconocer que cuando llegó a mis manos el primer borrador de anteproyecto de ley de igualdad, ese que la ministra Montero entregó a sus colegas, me quedé bien helada nada más llegar al artículo 2, en el que se plasmaba bajo el epígrafe “conceptos” algo que iba mucho más allá de lo admisible en una ley y que según ahora compruebo ha sido totalmente suprimido del borrador que presuntamente fue aprobado en el Consejo de Ministros. Nótese que he de decir presuntamente porque nadie es capaz de asegurar si ese texto es realmente el aprobado o si tiene otras modificaciones. ¿Qué contenía ese artículo? Contenía definiciones ideológicas que no son propiamente materia legislativa y que responden a una visión teórica que no puede imponerse por ley. Las ideas no admiten tratamiento legislativo. Sobre una idea no se legisla, se legisla sobre una acción práctica. No puede haber un ideario legal marcado por las normas. Por eso, cuando ese desaparecido artículo definía cosas como: “Identidad sexual o de género: vivencia interna e individual del sexo y/o el género tal y como cada persona lo vive y autodetermina, sin que deba ser definida por terceras personas, pudiendo corresponder o no con el sexo asignado al nacer y pudiendo involucrar la modificación de la apariencia o la función corporal”, estaba intentando sentar mediante la legislación una idea que no sólo responde a una teoría académica minoritaria sino que no tiene el respaldo mayoritario ni de la población en general ni del feminismo en particular y, cómo no, tampoco de los votantes que sustentan al Gobierno.
El debate académico lo aguanta todo, pero no así la plasmación de la acción legislativa a través de las leyes. En el debate académico se pueden sostener posiciones, ideas o planteamientos de forma abierta y sin restricción, pero en una norma de un país que ha suscrito el Acuerdo de Estambul no se puede colar, por ejemplo, un concepto de género que no coincide con esa norma supranacional.
En líneas generales tengo que decir que me parece muy pertinente toda la batería de indicaciones que se han realizado desde el Ministerio de Justicia que lidera Campo. Espero que decir esto no lleve aparejado que el vicepresidente segundo me quite el título de feminista o me considere machista frustrada. No, las cuestiones técnicas son muy necesarias y el resultado de considerarlas hará que el texto se parezca más a una ley que a un documento académico, un fallo que saltaba a la vista. Es importante comprender que si se pretende sustraer al exceso de interpretación de los jueces una norma, lo mejor es que esta sea clara y esté bien elaborada, algo que para nada se daba en el caso que nos ocupa. No obstante, Iglesias lleva razón en una cosa, no hacía ninguna falta ni que las correcciones se realizaran con un tono sangrante, que puede resultar ofensivo para las redactoras, ni que éstas se hayan aireado como se ha hecho. No somos tontos. Bastaba con conocer el primer borrador salido de Igualdad para que muchos de sus defectos y riesgos se hicieran evidentes. No hacía falta ser un experto en el arte de redactar leyes ni restregar los errores a los compañeros de órgano colegiado en público.
No creo que esta tensión vaya a desaparecer fácilmente, incluso si la ley de libertad sexual es aprobada al final con un limado muy importante de los motivos de tropiezo. Quedan después sobre la mesa otros proyectos de ley que exacerbarán aún más los encontronazos.
Yo, entre tanto, propongo hermanas que no nos liemos con discursos teóricos o con entelequias académicas y que aseguremos aquello en lo que existe un amplio consenso no sólo feminista sino social. En una lucha, y el feminismo lo es, es importante avanzar con tiento y sólo cuando luego sea posible afianzar el terreno conquistado, lo contrario es una táctica que no puede acabar con la victoria. Y las mujeres queremos ganar esta guerra por la igualdad. No la liemos ahora que es posible dar muchas y fructíferas batallas.
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