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Contra el Día de la Niña en la Ciencia

Un grupo de niños y niñas en el parque.

Ana Requena Aguilar

10 de febrero de 2020 21:21 h

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Estos días se me ha llenado la bandeja de entrada de notas de prensa que hablan de empoderar a las niñas en la ciencia, de proyectos para inspirarlas y que decidan encaminar sus pasos profesionales hacia los sectores STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas), de mesas redondas que hablan de la ciencia y las niñas y los estereotipos y los obstáculos. Y es que este martes 11 de febrero es el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia. No voy a detenerme en todos los motivos que hay para que se conmemore un día así, porque hay muchos y hay otros artículos que se dedican a ello. Pero sí hay algo detrás de todo esto que me hace pensar: esta insistencia por cambiar todo el rato un lado de la ecuación, el de las mujeres, e ignorar el otro.

Entre las razones para celebrar este día y animar las vocaciones STEM de las niñas está la ruptura de estereotipos de género, que tradicionalmente han hecho que estas disciplinas estén fuertemente masculinizadas. Pero también está la inclusión profesional de las mujeres en sectores pujantes de la economía, algunos de ellos con mucho futuro y donde, además, se pagan buenos salarios. Al fin y al cabo, la brecha salarial también tiene que ver con que hay ciertos sectores productivos con remuneraciones más altas y otros que las tienen mucho más bajas. Los primeros tienden a estar masculinizados y los segundos, feminizados, y esta división no es casual.

Pero si buscamos transformar la sociedad- y el feminismo entre otras cosas es eso, un proyecto transformador de la sociedad-, ¿no deberíamos cambiar las dos partes de la ecuación? Está muy bien que impulsemos vocaciones STEM en las niñas, pero teniendo en cuenta que uno de los meollos actuales de la desigualdad de género son los cuidados, sería deseable que actuáramos también sobre la socialización de los niños. Podríamos animar las vocaciones cuidadoras de los niños, enseñarles que dedicarse a cuidar es igualmente digno y profesional como lo son otras tareas. Niños enfermeros, niños maestros, niños auxiliares de escuelas infantiles, niños trabajadores de residencias de ancianos, niños que saben hacerse cargo de sus necesidades materiales y emocionales y de atender las de otros.

Quizá el meollo es también otro. Quizá hay unos sectores que nos parecen más dignos, mejores, más elevados. Quizá los cuidados están tan denostados que no queremos que nuestros hijos se dediquen a ello, no está especialmente bien considerado y desde luego nada bien pagado. Así que volvamos a actuar sobre la socialización de las niñas, vamos a animarlas a ocupar otros espacios y a romper estereotipos, mientras no tocamos nada más.

Las niñas podrán estudiar STEM más de lo que lo hacen. Pero alguien va a tener que seguir cuidando. En casa, en las escuelas infantiles, en los colegios, en las residencias, en los centros de día, en los hospitales. Y no veo el mismo ahínco por actuar sobre los estereotipos que alejan a los hombres de los cuidados y de la atención emocional que tanto necesitamos en lo personal y en lo social. Las niñas podrán estudiar STEM más de lo que lo hacen y sentirse tremendamente empoderadas, pero si no cambia nada más, cuando lleguen al prometido mercado laboral se encontrarán lo de siempre. Las mismas barreras, las mismas discriminaciones, los mismos compañeros que las miran con desdén y que no cogen una sola reducción de jornada o ponen las reuniones a las siete, la misma cultura del trabajo que vive de espaldas a los cuidados, el mismo mercado laboral que premia lo masculinizado y desvaloriza las tareas de cuidados.

Me gustaría acabar con esta idea de que son las niñas las que tienen que cambiar todo el rato. Qué terrible ya desde niña recibir el mensaje de que eres tú sola la que tienes que cambiar y empoderarte. Me gustaría que dejáramos de pensar que solo hay que actuar sobre la socialización de las niñas, sobre los estereotipos de género que las aplastan, mientras ignoramos la forma en que se construye la masculinidad y los mensajes que reciben los niños. Actuar así es seguir perpetuando ese mensaje de que hay algo mal en nosotras o de que somos nosotras las que tenemos que cambiar constantemente para adaptarnos a un modelo ideal que, como siempre, está representando por lo masculino o lo masculinizado. Transformar es cambiarlo todo, a ellas, a ellos, y también nuestra idea de lo importante, lo valioso y lo necesario.

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