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12 de octubre: PáVox Casado

Mitin de Vox en Vistalegre

Carlos Hernández

Quizás yo sea el único ciudadano progresista de este país que me he alegrado de la irrupción de Vox en el panorama político español. No crean que me he vuelto loco, déjenme que me explique; de hecho ya lo argumenté hace meses en este mismo diario. Obviamente me gustaría que no existieran neonazis, fascistas, racistas, machistas, ni homófobos. Dicho de otra forma, daría una pierna y algo más para que nadie en mi país abrazara una ideología tan letal como es la de la ultraderecha.

El mundo, sin embargo, es como es y ese deseo no parece que esté cerca de poder cumplirse. Permítanme que, aunque sea una vez, exprese un punto de especial pesimismo de cara al futuro. Hace solo un par de días escuché decir lo siguiente a una mujer, inmigrante latinoamericana, que se dedica a cuidar ancianos: «Hay que votar a los de Vox. Esto está todo lleno de negros». Tampoco es que me sorprendiera. Soy consciente de que no pocos inmigrantes se convierten en racistas al día siguiente de legalizar su situación. Sin embargo, oírlo esta semana especial me impactó más de lo razonablemente sensato.

Sabemos, pues, que vamos a tener que convivir y también que combatir, con cultura y mucha pedagogía, el crecimiento de la extrema derecha. Y en ese escenario inevitable yo prefiero que exista Vox o cualquier otro partido que aglutine el pensamiento ultra. La formación de Santiago Abascal no engaña a nadie ni lo pretende, aunque también se ha maquillado para los nuevos tiempos retirando de sus banderas su queridísimo pollo, como diría Rufián, sustituyéndolo por el escudo constitucional. Sabemos quiénes son. Sabemos que son racistas, machistas, homófobos, totalitarios y neofascistas. Quienes les voten no tendrán excusa. Quienes pacten con ellos en los ayuntamientos o donde sea se convertirán en sus cómplices y podremos señalarlos con el dedo. Lo mismo que ya ocurre en naciones como Alemania con AfD o en Francia con el Frente Nacional.

¿Vivíamos hasta ahora en un paraíso sin ultras? ¿Qué pasaba en España antes de Vox y qué sigue ocurriendo ahora? Lo que ocurría es que la extrema derecha no solo ha formado parte de la política de este país, sino que también, de una u otra manera, ha gobernado nuestras vidas. Los ultras y franquistas estaban en el Partido Popular y el Partido Popular quería mantenerlos ahí, integrándolos en puestos de responsabilidad y realizándoles todo tipo de guiños y concesiones. ¿Cómo podemos decir que en España no había ultraderecha antes de Vox si el puñetero dictador sigue enterrado con honores en el Valle de los Caídos? ¿Cómo mantener ese argumento cuando tras 40 años de democracia sigue habiendo más de 100.000 demócratas tirados en las cunetas?

No. El PP no servía para apaciguar a la extrema derecha como decían algunos. El PP ha llevado de la mano a la extrema derecha a los ayuntamientos, comunidades autónomas y al mismísimo Gobierno central. Aquí hemos tenido ministros que se iban de retiro espiritual al Valle de los Caídos, portavoces parlamentarios que se mofaban de las víctimas del franquismo, diputados que llamaban “Caudillo que ganó la guerra” a Franco. Este miércoles, sin ir más lejos, el portavoz popular en el Ayuntamiento de Gijón se negó a homenajear a las víctimas españolas del nazismo porque, según dijo, lo que pasó en los campos de concentración de Hitler «no interesa nada a nuestra generación y menos a la de nuestros hijos». A estas horas ni Pablo Casado ni nadie de la dirección popular le ha desautorizado. Es lógico, porque declaraciones como esa o defendiendo a la División Azul o alabando a Franco han sido más que frecuentes en las filas populares. Es lógico, porque primero Fraga, luego Aznar, después Rajoy y ahora Casado decían y dicen barbaridades muy parecidas.

El tema de la Memoria y de la Historia es importante, pero no es lo más relevante de este debate. El PP lleva desarrollando, desde hace muchos años, una estrategia ultra muy peligrosa. La forma en que ha agitado el odio interterritorial. Sus coqueteos constantes con la xenofobia, el machismo y la homofobia. ¿Tengo que recordar que el PP se opuso al divorcio, al matrimonio entre personas del mismo sexo y ni siquiera apoyó la Ley de Igualdad entre hombres y mujeres? ¿Hace falta recordar el «Pujol enano, habla castellano» o la recogida de firmas contra el Estatut? ¿Es necesario tirar de hemeroteca para ver a Rajoy utilizar, como ahora hace Casado, la bandera y el 12 de octubre para avivar el peor nacionalismo español?

La puesta de largo de Vox debería servir para que caigan definitivamente las caretas. Pablo Casado se la quitó desde el principio, pero por si había dudas ya ha dicho públicamente que comparte muchas ideas con Vox. Ahora falta que concrete cuáles: ¿La supresión de las autonomías? ¿Derogar la Ley de Violencia de Género? ¿Derogar el matrimonio homosexual? ¿Cerrar las fronteras y expulsar a los inmigrantes? Sorprendentemente Rivera también parece decidido a competir por los votos de los camisas azules, dejando huérfano el centro político de este país. ¿Dónde está el centro derecha español? ¿A quién votarán esos cientos de miles de personas conservadoras sensatas y demócratas?

Creo, en cualquier caso, que estamos en una fase más de la reorganización del tablero político de la derecha española que surgió con la aparición de Ciudadanos, y que la presencia de Vox ayudará a clarificar la situación. Los partidos que decidan competir en radicalidad con los de Santiago Abascal se situarán en la senda de Le Pen, Trump o Bolsonaro. Ahí me temo que estará el PP, quizás porque Casado ha decidido que es el único discurso que le permite no hablar de másteres ni de “gúrteles”. Aun así, creo o quiero creer que alguien, no solo por honestidad sino también por inteligencia política, se decidirá en algún momento no muy lejano a ocupar el centro derecha español. Ese día estaremos más cerca de convertirnos en un país normal. Un país en el que exista una extrema derecha y una derecha 100% democrática y sin vínculos con el fascismo como ocurre en Francia o en Alemania.

Sueño con que llegue ese día. Mientras tanto no me rasgaré tanto las vestiduras por lo que diga un fascista reconocido como Abascal, como por lo que sigan haciendo los ultras que se han infiltrado en nuestras instituciones disfrazados de demócratas.

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