Sí, perdón, México
Claro que una institución como la Casa Real Española debería pedir perdón a un país como México. Es una evidencia y no una locura de López Obrador. Para muestra tres botones: que el PP sigue creyendo que conquistar es civilizar, un restaurante de Barcelona en cuyos manteles ponía hasta hace muy poco algo así como: “alegra la cara, no todo es tan malo, nosotros conquistamos América” (lo denunciamos en Twitter y cambiaron los manteles) y que se sigue celebrando el día de la hispanidad aunque en América Latina se llame el día de la raza.
He escuchado argumentos que podrían parecer válidos excepto por una salvedad. Me explico. He leído que quienes conquistaron América fueron los abuelos de las personas que han nacido allá, que si Obrador también piensa pedir perdón a las comunidades indias que se unieron en la conquista a los españoles o si el actual rey español no es culpable directo de algo que ocurrió hace 500 años. Las tres son ideas que hay que pensar. Pero nadie le está pidiendo al ciudadano Felipe que pida perdón por una matanza, una falta de respeto por una cultura y una humillación y expolio sistemático que no ha cometido él directamente; se le está pidiendo al representante de la Corona del Reino de España que pida perdón por un acto que cometió el Reino de España. ¿Por qué no debería ser así? ¿En qué momento prescriben los delitos de las instituciones? Muchos gobiernos han pedido perdón muchos años después: Alemania por Hitler, Europa por permitir el franquismo, España por… ah no. España no. España no pide perdón, por sistema. Este país, el segundo con más fosas comunes, el país hispanohablante que peor ha hecho una revisión histórica y un mea culpa, el que no ha tenido la dignidad de perseguir a los responsables de una dictadura cuyos estragos seguimos padeciendo, el que ha mantenido estatuas de Franco de pie y sigue conviviendo con naturalidad con signos de la Falange, no. Este país no pide perdón aunque sus instituciones se perpetúen en los siglos.
Pero debería. O dejar de asumir la conquista como un triunfo o una amistad y asumir que la masacre que cometió en América y en otros lugares del mundo en nombre de una Corona que hoy sigue gozando de privilegios es necesario. Mi argumento final: recuerdo cuando se cumplieron 500 años de la Conquista Española y el padre del actual Rey fue a “celebrarlo” a México. Hagamos un paréntesis: percatémonos de lo humillante y soberbio que es ir a un país que ha sido colonizado, que es algo que se sigue pagando durante muchos, muchísimos años que una dictadura; un país que ha sido expoliado (como decía Neruda: se llevaron el oro y nos dejaron las palabras); un país en el que miles de mujeres fueron violadas y tuvieron hijos mestizos; un país en el que hay comunidades indígenas en cuyo imaginario social la conquista sigue estando presente… en este país que acogió a los republicanos españoles y que fue el último en cerrar la embajada de la República Española en todo el mundo, este país al que le debemos la vida de miles de familias del Estado Español y del que salieron centenares de jóvenes que vinieron como brigadistas a apoyar el legítimo gobierno republicano en el 36… en este país digno, que no se deja (que es un sentir latinoamericano del que tenemos muchísimo que aprender)… en este país el padre del rey fue a “celebrar” los 500 años de la Conquista y dijo en un auditorio esta frase: Vengo a celebrar el encuentro de dos culturas. Y un mexicano del público se levantó y le respondió: “Encontronazo, su majestad. Encontronazo”. Tal cual. Es cierto que muchos de los españoles que fueron a conquistar murieron allá y sus familias han crecido allá, pero nadie le está pidiendo a las familias que pidan perdón. Es obviamente cierto que hay comunidades indígenas que apoyaron a los conquistadores españoles (porque la guerra muchas veces es matar o morir, porque tenían rencillas internas, porque nosotros no somos quien para dar ejemplo de lo que es no tener guerras civiles) y es cierto que este rey no fue con su propio pie a matar a nadie. Pero desde que se hizo en nombre de la institución que representa, sigue viviendo de los réditos de aquella matanza. Aquel oro, este poder.