No ha sido el plástico, hemos sido nosotros
La culpa la tienen los chinos. Esta es la frase más repetida por el público que participa en mis charlas sobre la contaminación por plástico. Pero aunque sea cierto que media docena de ríos del sudeste asiático como el Amarillo, el Mekong o el Yangzé, están vertiendo más de la mitad del plástico que llega al mar, la culpa no es solo de ellos.
Que levante la mano quien no haya comprado nunca algo de plástico en un bazar asiático, pregunto entonces. Silencio en la sala. Ni una sola mano alzada. Luego, no: la culpa no es tan solo de los chinos.
Esa tendencia instantánea a señalar al otro no puede servirnos como excusa. Porque el verdadero culpable de la contaminación por plástico no es el plástico, sino nosotros: no es el material en sí, venga de donde venga, sino el mal uso que hacemos todos de él.
En el último siglo y medio, nuestra sociedad ha conseguido prosperar en todos los terrenos gracias al plástico: desde el transporte y la construcción, hasta los tejidos y la conservación de los alimentos; desde los avances en medicina e investigación, hasta el desarrollo de las nuevas tecnologías. El plástico ha sido el mayor aliado para nuestro progreso.
El problema del plástico es que nos pusimos a fabricar con él toda clase de productos sin atender al grave problema que iba a generarnos tras convertirse en residuo e ir amontonándose ahí fuera en forma de basuraleza, que es como llamamos a la basura que se acumula en la naturaleza.
Los plásticos son materiales seguros cuando se utilizan como es debido y son sometidos al debido control medioambiental durante todo su ciclo de vida: desde que los fabricamos hasta que los distribuimos, los usamos y los convertimos en residuo. Y es en este último paso donde cometimos el error fatal.
La peor decisión fue elaborar con plástico todo tipo de productos de un solo uso: es decir, de usar y tirar. Desde bolsas de supermercado a maquinillas de afeitar; desde cubiertos desechables a cañitas para sorber. El problema no es que el vaso sea de plástico, sino que es de usar y tirar. El “usar y tirar” es lo que nos está matando, porque desde un principio sabíamos que el plástico no se podía tirar porque no iba a desaparecer.
El primer vaso de plástico que se fabricó, se usó y se tiró en el entorno sigue ahí. Y lo peor es que sabíamos que eso iba a ser así.
Al despreciarlo como residuo y empezar a acumularlo ahí fuera, convertimos al plástico en nuestro mayor enemigo a sabiendas de que lo iba a ser. Hoy el plástico usado y tirado nos asedia. Nos hemos tendido tal emboscada que apenas tenemos escapatoria del enemigo. Estamos a punto de superar la capacidad de carga de plástico de nuestro entorno. Por eso debemos actuar de inmediato.
Hemos convertido al plástico en el gran culpable, pero la culpa ha sido nuestra. Por eso la primera parte de la solución al problema del plástico es asumir nuestro error y empezar a relacionarnos con él de una manera diferente. El usar y tirar debe acabar, y para ello hay que dejar de fabricar para usar y tirar.
Urge repensar los envases. Urge desarrollar alternativas viables y eficaces al uso del plástico como material de envasado, pero sin trampas y sin llevar a engaño al consumidor.
En los últimos meses están apareciendo oportunistas que, al rebufo de la criminalización del plástico, van de Houdinis del envasado: como los listos que han decidido envasar su agua mineral en tetrabrik con lemas del estilo “El agua en-caja mejor”. La ocurrencia sería graciosa si no fuera porque estamos ante un problema muy serio y no hace maldita la gracia.
La solución al botellín de plástico no puede ser el tetrabrik de cartón, aluminio… ¡y plástico! No necesitamos magos ni escapistas. Lo que necesitamos son marcas con compromiso, fabricantes con valores, empresas responsables que apuesten de manera decidida por el ecodiseño y fabriquen para reducir, para reutilizar, para reciclar, y que dejen de una vez por todas de fabricar con plástico de usar y tirar.