La prostitución no es un trabajo
Que nueve tíos penetren a una mujer que no les conoce de nada por donde les de la gana un mismo día y pagando, no puede ser considerado en ningún caso un trabajo 'tan normal como cualquier otro'.
El debate que se ha abierto a raíz del ‘gol por la escuadra’ que, con sinceridad inédita en la política española, reconoce la ministra Magadalena Valerio que le han colado al permitir la inscripción de un sindicato de ‘trabajadoras del sexo’, es especialmente complejo.
Hay una idea clave, de saque, que nos puede ayudar a enfocar la cuestión: la mujer prostituida en contra de su voluntad está en una posición de inferioridad económica respecto del tío que paga por hacer con ella lo que quiera y como quiera. Cuanto más pague, más lo que quiera.
Hay un documental que les recomiendo que vean desde ya, se titula Evelyn, es de la directora Isabel de Ocampo y en él se narra de manera contundente la historia de una mujer inmigrante y engañada que sintetiza todas las historias de las mujeres obligadas a prostituirse por redes de secuestro y explotación, que antes se llamaban ‘trata de blancas’.
Ahora el epíteto no sirve y se puede decir que la inmensa mayoría de las mujeres que ejercen la prostitución en España -según algunos datos, más del ochenta por ciento-, son nacidas en otros países distintos a España: Senegal, Rumanía, Brasil, Liberia… En los ochenta había prostitutas españolas, yonkis, enganchadas a la droga, en una mala suerte de doble dependencia: se prostituían para sacar unas pesetas con las que drogarse.
La clave de las múltiples historias que se cuentan en ese documental es esta: alguien con dinero consigue algo que no obtendría de no tener el dinero que necesita la mujer explotada. Tengo dinero y tu me das a cambio lo que no me darías de no tener yo más dinero que tu. Lo sabíamos, pero en Evelyn se cuenta de manera desgarradora.
Es cierto que hay un sector, muy minoritario, de mujeres, y hombres, que ejercen la prostitución por voluntad propia, porque les da la gana y porque ganan mucho más dinero que, pongamos por caso, como camareros. Algunas/os de ellos lo hacen para completar un salario existente y poderse dar caprichos a los que de otra forma no tendrían acceso. Pero las conclusiones de esa minoría no pueden arrastrar a una mayoría explotada, engañada, secuestrada y sometida a un tipo de agresión sexual que puede ser considerada violencia machista. De hecho, para algunas lo es.
Considerar la prostitución como ‘un trabajo cualquiera’ es otorgar a los proxenetas rango de empresarios, un punto más y emprendedores. Algo que no puede ser aceptado de ninguna de las maneras, ni ética ni conceptualmente.
La prostitución en España está en tierra de nadie. No es legal, pero tampoco es ilegal, se ejerce a la vista de la propia policía, véase calle Montera, en Madrid, en clubes de carretera con luces parpadeantes y bien visible y en lugares de lujo aparentemente escondidos. Lo que se pena es la trata de mujeres por parte de proxenetas, algunos verdaderos criminales y explotadores, sujetos brutales que mantienen un régimen de terror sobre las explotadas y que han sido detenidos gracias a la valentía de las mujeres que logran salir en medio de extraordinarias dificultades de esas tramas mafiosas.
En Francia se planteó un debate también especialmente arisco cuando se trató de prohibir la prostitución y un grupo de supuestos intelectuales abajo firmantes salieron a decir algo parecido a no sin mis putas. Hay países que han puesto la carga en la persecución de los consumidores, léase puteros.
En España es un debate que aparece y desaparece sin encontrar vía de arreglo.
Cuando conducía el debate de CNN+ había dos temas que provocaban una elevadísima tensión entre las invitadas. Uno era Cuba y el otro la prostitución.
Esta claro que, años después, el segundo da lugar a una controversia enconada.
Para abordarlo mejor, elijamos bien las palabras: no lo llamemos trabajo, cuando es violencia.