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El trol 'ruso' del PP

Pegatina de la campaña #Yonovoto en un contenedor de la calle Princesa donde tiene la sede el PSOE / Héctor Castilla

María Ramírez

En 2016, la operación más exitosa de la agencia rusa de investigación de Internet, el brazo de propaganda del Kremlin, no fue su campaña de apoyo explícito a Donald Trump, sino la dirigida a que los afroamericanos, abrumadoramente demócratas, no votaran.

El informe de Robert Mueller documenta las cuentas de Facebook, Twitter y sobre todo Instagram con las que los rusos simulaban ser activistas negros indignados con Hillary Clinton y con la llamada al voto útil. Unos días antes de las elecciones, Woke Blacks, gestionada por la agencia rusa, decía que “el odio a Trump está manipulando a la gente y está forzando a los negros a votar a Hillary. No podemos recurrir al mal menor. Es mejor que no votemos en absoluto”. Otra cuenta llamada Blacktivist, también gestionada desde San Petersburgo, animaba a votar a Jill Stein, la candidata verde sin posibilidades de ganar en ningún estado por el sistema electoral de Estados Unidos y que en cambio podía arañar votos cruciales a Clinton. “Confiad en mí. No es un voto tirado a la basura”, decía Blacktivist, que no tenía nada de “black”.

Los propagandistas rusos no se conformaron con la campaña online, cuyos efectos aún se debaten, y llegaron a organizar protestas y manifestaciones en varias ciudades de Estados Unidos. También desplegaron carteles.

Trump ganó las elecciones, pese a haber obtenido unos tres millones de votos menos que Clinton gracias al sistema electoral de Estados Unidos, que premia a estados menos poblados. Fue una victoria por la mínima, entre otras cosas gracias a que los votantes demócratas de los suburbios negros de ciudades como Filadelfia no salieron a votar. En esas presidenciales de 2016, la participación entre los votantes afroamericanos bajó por primera vez en 20 años.

La campaña en España llamando a la abstención especialmente dirigida a los votantes de izquierda que ha destapado eldiario.es es un calco de las tácticas rusas, y esto ya dice mucho.

No se trata de una simple campaña de marketing poco ética, sino del uso de una estrategia pensada para dinamitar la democracia. Que un partido político o sus satélites estén copiando a un régimen dirigido por un líder autoritario no es solo una violación de las reglas de la Junta Electoral. Es una amenaza contra los principios básicos de la democracia.

La participación en las elecciones es una de las pocas herramientas que practican los españoles para influir en el debate público. Llamar a que se queden en casa y alentar el descontento con todos los partidos es intentar suprimir la voz de los ciudadanos y desgastar el ya magro interés nacional por los asuntos públicos. Lo que mueve este mensaje es especialmente grave.

El principal motor de la propaganda rusa hoy es la idea de que todos los líderes políticos son igual de malos y que la democracia no tiene tantas ventajas respecto a los regímenes autoritarios. Como si no hubiera diferencia entre las democracias, con sus defectos y limitaciones, y un régimen que controla los recursos económicos y políticos mientras alienta la persecución de periodistas y no castiga su asesinato.

Los agentes rusos se inspiran a menudo en la llamada “Doctrina Dulles”, que viene de una novela de 1971 y que retrata la disolución de la Unión Soviética como resultado de una campaña ideada por Allen Dulles, director de la CIA en los años 50 y 60, para desmoralizar a los rusos y hacerles dudar de su patrimonio cultural. El objetivo de Putin ahora es darle la vuelta y convencer a los ciudadanos de países democráticos en América y en Europa de que sus políticos son corruptos y cínicos y de que el sistema está amañado y no merece la pena participar. Es el caldo de cultivo donde florecen los extremos.

Pero en España no hacen falta rusos ni operaciones sofisticadas. La campaña nacional, ideada y practicada por españoles en plan casero contra todos los partidos que no son el PP y en algunos casos a favor de la abstención con sus mensajes anti-sistema (“no contéis conmigo”, “yo no voto”) es el escenario soñado por los trols rusos: que los locales, incluso de los partidos políticos más asentados, hagan el trabajo sucio para erosionar su propio país.

El efecto de fondo por intentar rascar un escaño más es pernicioso incluso para quienes han tenido la ocurrencia. Un puñado de votos no merece arriesgar el bien más preciado.

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