No vamos a caer en la trampa
“La mejor forma de resistir es seguir avanzando”. La frase la encuentro en el muro de Facebook de la feminista Justa Montero. Así es. No vamos a avanzar si cada vez que rebatamos las provocaciones, insidias y ataques de Vox, Pablo Casado y, ahora también, Hazte Oír entramos en un bucle de emociones sin salida que nos desgastan y debilitan. No podemos perder de vista que estos discursos negacionistas, machistas y racistas son (usando la metáfora de Wendy Brown) como las termitas: viven de nuestra energía mientras la devoran; energía que, por otra parte, es la que sostiene la estructura de aquello que quieren destruir: la democracia, el feminismo, la diversidad, la ternura y la solidaridad.
La ultraderecha (en España y fuera de aquí) necesita de la movilización permanente de nuestras emociones si estas nos conectan con la ira y la crispación. Sin ellas, no son nadie. Nuestra respuesta reactiva es parte de su botín. Pero ¿cómo no caer en su trampa, en su juego perverso? ¿Cómo parar esa maquinaria posfascista global que está pensada y diseñada para cuestionar y distorsionar derechos haciendo creer que son privilegios y por ello nos hace saltar? Avanzando… juntas, sin egos y en formato comunidad, en modo democracia entendida como formula para gobernar(nos).
Los Casados, Abascales y Riveras, precisamente, tienen una visión muy particular y sesgada de lo que es una democracia. Para ellos (y sus formaciones políticas) en esta no tiene cabida ni el bien común ni un modelo de gobernanza en igualdad que respete la diversidad, las diferencias, la disidencia, la pluralidad y las discrepancias. Todo lo que no venga de ellos y sus ‘empresas’ está mal. Desde su prisma, la democracia es hacer lo que ellos dicen, pensar cómo ellos piensan, sonreír cuando ellos pasan y agradecer que ellos gobiernan. Hagan lo que hagan, no solo estará bien, sino que será por nuestro bien. No puede haber definición más clara de lo que es ser “patriarcal”.
Ante esto, los feminismos no podemos caer en la trampa de la indefensión aprendida que nos lleva al pesimismo, a seguir aguantando y a aflojar en ritmo, convicción y constancia. Tenemos demandas y metas que –antes de que irrumpieran en la escena estos discursos políticos y comportamientos retrógrados– ya estaban en agenda (de hecho, estas conductas sexistas y retóricas clasistas no son nuevas para miles de mujeres, y otras disidencias, que desde los márgenes y las periferias llevan décadas sufriendo la precarización, discriminación, desprecio y maltrato verbal, físico e institucional de ese discurso sexista, racista y clasista).
Es cierto que no podemos caer en la trampa de las derechas, pero esto no significa que cada provocación quede sin respuesta. Más bien lo contrario, significa que hay que redoblarla con alternativas que desarmen los discursos no solo con palabras, sino también con hechos, y no me refiero a salir a las calles (que también), me refiero a salir a la vida. Estoy hablando de potenciar entre nosotras los consensos cuando buscan que nos agotemos en la disputa con ellos; significa que habitemos zonas comunes de apoyo y cuidados cuando quieran dibujar fronteras y levantar vallas; que escuchemos voces diferentes que dialogan cuando se quiera impone el silencio a base de ruido en los grandes medios; que hagamos de la diversidad y las periferias una bandera diaria cuando digan que solo hay una, grande y centralista; dejar de ocuparnos de repartir carnets y tocar techos de cristal para comprometernos con las preocupaciones y los problemas de las racializadas, las disidentes sexuales y de género, las precarizadas, las migrantes, las “otras”… Significa ser “nosotras”.
No caer en la trampa implica abrazarnos a un feminismo interseccional donde hay hueco para todas, a esos feminismos que incorporan en su discurso lo que pasa en los márgenes y no solo en las redes sociales o la academia, que asume su acción pedagógica de argumentar sin estigmatizar, que cultiva la escucha, la corresponsabilidad y los cuidados frente a quienes se nutren de privilegios, blanquitud y egos. Un feminismo que es referente en reinventar la sociedad desde el respeto y el coraje, que va a borrar el machismo no para tener privilegios sino para que disfrutemos de nuestros derechos; un feminismo que denuncia el patriarcado que vulnera otros derechos humanos, que no caerá en la trampa porque ante este posfascismo y el neoliberalismo encontrarán sororidad y comunidad. Esto no es una premonición, esto está empezando a pasar ya.