Empezamos a no depender de que ustedes nos crean, señores
Imaginen que una famosa directora de cine es acusada de abusar sexualmente del hijo de su pareja. Sé que es bastante peregrino, pero inténtenlo. Imaginen, además, que esa misma mujer, cuando cumple 56 años, empieza una relación con otro de los hijos de su (ya) ex, que sólo cuenta con 21.
¿Sospechan dónde habría ido a parar su carrera cinematográfica? Seguro que son capaces de imaginar cuál habría sido la respuesta del público. Ahora comparen con la siempre meteórica carrera de Woody Allen.
Imaginen que una famosa cantante golpea repetidamente la cabeza de su marido y lo deja agonizando durante horas. Imaginen que el hombre acaba muriendo en el hospital, y que la asesina sólo pasa 4 años en la cárcel. Vayan más allá y piense que, al salir de la cárcel, intenta sacar otro disco. ¿Creen que alguna discográfica la avalaría? Pues bien, comparen ese relato ficticio con la historia real de Bertrand Cantat, que acaba de ser portada de una revista porque saca su nuevo disco.
Imaginen ahora que una famosa actriz de Hollywood es acusada por dos hombres de acosarlos sexualmente mientras trabajaban para ella. Que ambos contaran que, haciendo uso del poder que tenía sobre ellos, los presionó para quedarse en su habitación de hotel y que posteriormente se restregó contra sus cuerpos. En realidad, sólo intentar imaginarlo ya cuesta. No tanto como las repercusiones que algo así habría tenido para ella, claro (y para ellos, porque el mismo patriarcado que nos tacha de “guarras” y “zorras” a nosotras, los hace creer a ellos que hay que aprovechar cualquier oportunidad de sexo con una mujer, por lo que quejarse no es una opción).
Vuelvan a comparar esas elucubraciones con Casey Affleck, quien posteriomente a esas mismas acusaciones fue oscarizado y se encargará de presentar este año en la gala de los Oscar la mejor película.
Imaginen que una icónica directora de cine se compinchara con la actriz protagonista de una de sus películas para engañar a uno de los actores. Que no le contaran de qué va a ir una escena, que le escondan el verdadero guion. Que dicho guion tratara, en realidad, de sodomizarlo frente a las cámaras.
Ahora recuerden a Bertolucci, a Brandon y a su víctima, María Schneider.
Podríamos seguir. Podríamos contar también cómo Ben Affleck, Russell Crowe y Matt Damon taparon a Weinstein, según cuenta Sharon Waxman, la periodista que ha investigado el caso durante 13 años.
O podríamos hablar de Polanski, acusado repetidamente de ser un depredador sexual, sin que haya pisado jamás la cárcel por ello. No sólo ha evitado los juicios, sino que ha seguido rodando películas.
También cabría recordar a Bill Cosby, quien drogó y violó (al menos) a 20 mujeres, y que a día de hoy sigue siendo miembro de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de los EE.UU .
Podríamos seguir pero no es necesario para poner de relieve cómo funciona el mundo; no sólo el de las estrellas, sino el mundo en general. Los hombres presionan, agreden y violan a las mujeres, y los hombres testigos, los conocedores, callan y encubren. Otros hombres se encargan luego de tachar de locas y exageradas a la minoría de mujeres que se atreven a denunciar.
Así funciona el patriarcado, que goza de una salud envidiable: una maquinaria perfecta donde agresores y encubridores están siempre bien engrasados para que el motor siga rugiendo feroz. Al otro lado estamos nosotras, las #MeToo.
Nosotras somos el saco de boxeo al que golpean impunemente mientras juran que jamás nos tocaron. No conozco a ninguna mujer a la que un hombre cualquiera no haya toqueteado, acosado por la calle o agredido sexualmente de alguna forma, y sin embargo, cuando denunciamos estamos mintiendo.
¿Cómo es posible que todas hayamos sufrido historias de acoso o agresiones sexuales pero, a la vez, estemos mintiendo las pocas veces que denunciamos? Es fácil: los agresores sexuales no saben que lo son. Casey Affleck no creerá que él sea un acosador, sino que sólo tonteaba. Weinstein no creerá que es un depredador sexual, sino que simplemente intentaba acostarse con mujeres. Tu vecino del cuarto no cree que viole a su mujer cada noche, sólo que ella se hace rogar. Tu amigo tampoco cree que sea un violador, sólo que su pareja es un poco frígida, y hay que insistirle para que diga que sí.
Sin embargo, a pesar de que no sienten ser parte del problema, cuando una noticia como la de Weinstein salta, lo primero que les sale es decir “habrá que esperar a la justicia” (esa justicia que ha dejado de lado a absolutamente todas las víctimas de los depredadores sexuales arriba mencionados). Eso mismo hizo Oliver Stone, declarar -cuando fue preguntado- que había que esperar a la justicia (desde luego, no se puede decir que no se las sepan todas). Unos días después de esas declaraciones, pasaba esto:
Ellos podrán creer que somos mentirosas, que estamos “locas”, que exageramos, que esto y aquello no es exactamente violar, que a saber qué paso en realidad, que es la versión de ella contra la de él, que dónde están las pruebas a ver que yo las vea... la gimnasia mental que hagan es cosa suya, y suyos los motivos para hacerla, pero tengan en cuenta estos mismos que el feminismo nos hace despertar, que la palabra de una agredida tiene para nosotras presunción de veracidad, y que la realidad que nos avala es que solo un 0,005% de las denuncias por violencia son falsas.
En resumen, que empezamos a no depender de que ustedes nos crean, señores agresores, encubridores, testigos y defensores, porque comenzamos a ser multitud las que sí creemos en las mujeres que denuncian. El feminismo es imparable en este sentido, seguro que ustedes también pueden sentirlo.