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Sobre este blog

El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

9 de cada 10 gallinas mueren en España sin haber visto el sol

Gallinas cautivas en jaulas en batería. Las gallinas viven hasta 10 años, pero se consideran improductivas a los 18 meses. Investigación llevada a cabo en Madrid, España, en 2017.

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“¡O morimos libres, o sólo morimos!”, grita Ginger, hasta los huevos de vivir en la cárcel a cielo abierto de la señora y el señor Tweedy. “¿Sólo hay dos opciones?”, responde otra gallina, y toda la sale ríe. La maravillosa película Chicken Run [Evasión en la granja] retrata una pequeña explotación avícola inglesa de los años 50 de la que las gallinas intentan escapar, una y otra vez, sin éxito. Y pese a ser sometidas a un implacable régimen de terror –recuento de huevos con estética Auschwitz, exterminio de las compañeras menos productivas y la solución final: convertirlas a todas en pastel de pollo– las gallinas de la granja de los Tweedy son, con muchas comillas, unas afortunadas.

En el Estado español, 9 de cada 10 gallinas mueren sin haber visto nunca el cielo, sin que el sol les haya tocado en la vida y sin que la lluvia les haya mojado jamás las plumas. Dicho de otra forma, mientras leen estas líneas, tenemos 42 millones de gallinas encerradas día y noche en naves industriales, a la espera de que su producción de huevos deje de ser económicamente rentable para un empresario que las matará cuando tengan entre 12 y 18 meses de vida y hayan puesto entre 300 y 500 huevos.

Si no se las mata, estas aves viven entre siete y diez años, pero como una granja, por pequeña que sea, es una empresa –cabe señalar que a menudo deficitaria: “¡Ya estoy harta de ganar poca pasta!”, grita la señora Tweedy–, cuando las gallinas dejan de ser productivas las “despiden”, es decir, las mandan al matadero para que mueran electrocutadas, asfixiadas y/o decapitadas.

Gallinas encerradas en jaulas

La Comisión Europea decidió a finales de 2023 sacrificar la reforma de la normativa de bienestar animal que debía, entre otras cuestiones de mínimos, prohibir las jaulas en la ganadería. El previsible encarecimiento de los huevos –entre otros productos– avivaría la inflación y añadiría otro motivo al campo para salir con todo contra Bruselas. Los tienen, si me lo permiten, cogidos por los huevos. Sin embargo, el 84% de las personas europeas cree que el bienestar de los “animales de granja” debe protegerse mejor en su país, y hasta un 60% estaría dispuesto a pagar más, según el último eurobarómetro, de 2023. Y la industria del huevo –que en España genera 1.500 millones de euros al año– sabe cómo sacar tajada de esto.

Volviendo a los últimos datos del Ministerio, ahora mismo tenemos a más de 32 millones de gallinas –el 70% del total– malviviendo en diminutas jaulas de alambre y plástico. Así, los huevos que etiquetamos con un 3 –los de las gallinas enjauladas– representan la inmensa mayoría de los huevos que se comercializan en España, e insisto en esta idea porque unos y otros nos hacen creer lo contrario: las gallinas que salen en los anuncios y en las cajas de huevos del súper campan libres y parecen felices; en la radio han hecho el programa desde una granja escuela ecológica de una pareja joven majísima, y en el telediario ha salido una mujer mayor, Teresa, que tiene una docena de gallinas y un zorro le ha devorado una, pobre —pobre Teresa, se entiende–.

El engaño y autoengaño son enormes, porque nos resistimos a creer que los huevos vienen de gallinas hacinadas, confinadas y sacrificadas cuando cae la producción, como una máquina expendedora de huevos que se oxida. Un último dato para convencidos y no convencidos: la normativa europea de “protección” de las gallinas da derecho a las gallinas a un espacio entre barrotes de entre 550 y 750 centímetros cuadrados o, lo que es lo mismo, a malvivir un año y pico en el área de un folio DIN-A4. No lo llamaría protección, precisamente, del mismo modo que “poder recortar el pico de los pollitos de menos de diez días de vida (…) para evitar prácticas caníbales” tampoco lo llamaría “bienestar animal”.

“Son muchos los supermercados que están eliminando los huevos de gallinas enjauladas de los lineales”, explica Julia Elizalde, mánager de campañas del Observatorio de Bienestar Animal. “Pero seguimos denunciando la presencia de certificados Animal Welfair en huevos del 3 y en ningún caso puede existir bienestar animal en una gallina enjaulada”. Del circo de los certificados hablaremos otro día.

Gallinas encerradas en naves

Para seguir exportando más de 200.000 toneladas de huevos y para satisfacer la demanda interna –consumimos 140 huevos por persona al año, como indican los datos del INE–, en España hay otros métodos alternativos a las jaulas. El 20% que nos falta para llegar al titular de que 9 de cada 10 gallinas mueren sin que les haya tocado el sol, también están criadas en condiciones de hacinamiento en naves industriales, pero en este caso están en el suelo, no amontonadas en jaulas.

Este sistema, muy común en países como Alemania, Holanda, Austria –donde no hay gallinas en jaulas–, Suecia y el Reino Unido, es un poco más generoso con el espacio –lo contrario sería imposible– y limita la densidad a no más de nueve gallinas por metro cuadrado. Estas ponen los huevos que etiquetamos con el número 2, y para entender la absurdidad de llamar a esto “bienestar”, cito un ejemplo gráfico: con la ley en la mano, en un piso tipo de Barcelona de 78 metros cuadrados cabrían 700 gallinas. Por suerte para ellas y para nosotros, esto no es legal.

Este tipo de explotaciones ganaderas se ha convertido en el modelo de referencia de la Unión Europea. Tampoco es que sean muy populares entre los ciudadanos porque la industria y la mayoría de los medios prefieren, evidentemente, vendernos bucólicos corrales y no estas naves industriales en los que se podría jugar a ¿Dónde está Wally? versión ‘encuentra las gallinas muertas’. Tengamos siempre clarísimo qué es la norma y qué es la excepción.

Gallinas camperas y ecológicas

Las gallinas son animales curiosos por naturaleza, que disfrutan moviéndose en grupito arriba y abajo, aletear torpemente, picotear el suelo buscando gusanos y hormigas, revolcarse en la arena, cacarear desafiantes y desafinadas, y marcar territorio a golpe de pico. Insisto, esto no puede hacerlo el 90% de las gallinas en el Estado español. La excepción, y no la norma, son las gallinas, explotadas igualmente por sus huevos, pero con permiso para salir al aire libre, y cuyos huevos etiquetamos con un 1 –o con un 0 si, además, son alimentadas con comida ecológica–.

Si comemos tantos huevos es porque son baratos, y son baratos porque la producción es infame.

Tan importante es no negar la evidencia –es indiscutible que viven mejor estas gallinas que las que viven confinadas y hacinadas– como admitir que este sistema no puede formar parte de la solución: con los datos en la mano, estas gallinas proveerían a cada ciudadano de un huevo al mes, y no de los 12 que consume de media. La transición ordenada hacia este sistema, simplemente, es inviable: si comemos tantos huevos es porque son baratos, y son baratos porque la producción es infame.

Unas viven mejor y otras peor, pero a las gallinas, sean del 0 o del 3, se les provoca una muerte prematura cuando no han cumplido ni el 25% de su esperanza de vida. Y esto es así porque hasta la granja más pequeña y ecológica, como la de los Tweedy, concibe a los animales como inversiones de las que esperan un rendimiento económico. Una relación tóxica que podemos elegir no financiar. Un pequeño paso para la humanidad, y un gran paso para las gallinas.

Será por alternativas al huevo

Para salir de esta relación enfermiza, lo primero es reducir tanto como sea posible el consumo de huevos y, por supuesto, desterrar de la cesta de la compra los huevos del 3 y del 2, así como los procesados que contienen huevo, que no son pocos: mayonesas, pastas, galletas, postres, pasteles… No es fácil porque el huevo está en todas partes –que se lo digan a los alérgicos– pero también es cierto que si algo hace bien el activismo vegano es inundar las redes con recetas maravillosas, como las del reto de Veganuary para adoptar el veganismo.

De hecho, en la Europa del siglo XXI hay muchas formas de desanimalizar la dieta. En el caso de los huevos, tienen éxito las tortillas de patata ligadas con harina de garbanzo, los pasteles esponjados con plátano maduro y las semillas de lino para gelificar flanes, entre otras opciones que demuestran que, en la cocina, cuando una puerta se cierra, se abren muchas más. Hasta para las personas más vagas ya hay pequeñas empresas plant-based, como la catalana Uobo, que venden botellas con “el primer huevo batido de Europa 100% vegetal” y, entre la distopía y la utopía, compañías estadounidenses como Everyegg ya sintentizan huevo líquido en laboratorios sin gallinas de por medio. Hay alternativas para todos los gustos y bolsillos.

Y un último apunte de fan del estudio Aardman: la tenebrosa granja-cárcel de Chicken Run es una de estas explotaciones de gallinas al aire libre donde su felicidad termina cuando empiezan las pérdidas. El referente, para los que aborrecen de toda esta explotación, lo encontramos también en esta maravillosa película: Ginger y sus compañeras acaban escapando de la granja de los Tweedy y se instalan en un santuario para gallinas donde nadie las matará el día que dejen de poner huevos. A esto y a poco más sí podríamos llamarlo bienestar animal. El resto, marketing.

Este artículo es una adaptación y traducción hecha por el autor de este artículo del capítulo “No me toques los huevos: de gallinas y cárceles”, del libro Sedició a la granja (Ara Llibres).

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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

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