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De la inconveniente legitimidad

Carlos González Peón

UNO

30 de noviembre. Llueve. Ignacio Echevarría: “Basta de monsergas sobre la corruptibilidad de los reseñistas, sobre su ignorancia, sobre su mansedumbre y sus anteojeras”. A ver, un momentito, orden en la sala: las monsergas sobre la corruptibilidad de los reseñistas son la sal de vida. Como exreseñista Ignacio debería saber que no podemos renunciar a ellas, porque si renunciamos a ellas corremos el riesgo de dormirnos en los laureles y entonces puede llegar el lobo y comernos todito todito lo que no nos tiene que comer. Que los reseñistas son unos vendidos hay que decirlo siempre y dudar de ellos o directamente no creerse ni una palabra, también, siempre. Hemos llegado a un punto en que es una obviedad decir que los malos críticos son los culpables del bajísimo nivel de la crítica de los suplementos culturales de este país y que ya todos sabemos poco menos que, en el mejor de los casos y salvo honrosas excepciones, la crítica es decepcionante.

Pero no nos equivoquemos, esa crítica vaga, perezosa, poco o nada profesional; esa crítica que se prostituye por cuatro euros o que sólo atiende a intereses comerciales, esa crítica, digo, no es la peor crítica ni su perpetrador el peor de los críticos ya que, al fin y al cabo, es consciente de las “limitaciones” (entre comillas esto) de un público que sólo busca orientación y estar un poco al corriente de las novedades. Somos corderitos asustados. Pero hay otra crítica (otras, en realidad) que resulta mucho más despreciable que esa que, al fin y al cabo, hace lo que hace porque tiene una familia que mantener. Estoy hablando de la crítica que hacen los AMIGOS, esa banda de impresentables mentirosos y oportunistas, vagos y maleantes la mitad de las veces. Hoy hablaremos de un grupo de amigos muy concreto, porque en la concreción está el gusto. Pónganse cómodos; nos llevará un rato.

DOS

Miguel Espigado es escritor y, hasta donde yo sé (que tampoco es que sea mucho) ejerce de crítico literario en revistas como Quimera. Pues bien, Miguel Espigado publicó hace unos meses un artículo en su blog llamado ‘10 Consejos para ser un buen crítico literario’ en el que se incluía el siguiente punto: “No te hagas amigo de los escritores. Acabarás apoyando sus carreras con las laudatio más bochornosas, pelotas y cursis. Luego, cuando tu amistad no sea justamente correspondida, pondrás sus libros a caer de un burro en justo desagravio”.

Exacto. Aunque Miguel Espigado tenga algunos días malos, de vez en cuando también tiene momentos de extrema sensatez, es capaz de ver más allá de sí mismo y entender que la amistad está bien para según qué cosas pero fatal para según qué otras.

Además de estos arrebatos de sentido común, Espigado tiene un blog o dos o tres. El actual se llama “elespigado”. Antes de eso, mucho antes, abrió uno al que llamó Generación Nocilla cuya primera entrada, escrita en julio de 2007, servía para definir qué es y quién integraba La Generación Nocilla.[1] Sin querer hacer demasiada historia de un hecho sobradamente conocido, la generación Nocilla surge a raíz de la repercusión que tiene la novela de Agustín Fernandez Mallo[2], Nocilla Dream, de la que no hablaré si no es en presencia de mi abogado. Vicente Luis Mora[3] prefería llamar a esta generación “La luz nueva”, porque Vicente tiene estas cosas de buscarle nombres raros a todo. En cambio a Eloy Fernández Porta[4], socio de Spoken Words con Agustín Fernández Mallo, le gustaba mucho más la etiqueta de “Afterpop”, que por algo escribió un libro con ese nombre. Los Fernández siempre en la vanguardia.

Nota de interés: el tercer blog de Espigado al que hacía referencia más arriba se llamaba “Afterpost” y prestaba especial atención a la obra de los integrantes de la Generación Nocilla. Qué cosas, ¿eh? Esto no ayuda a entender a qué viene incluir en el segundo punto de los ‘10 consejos para ser buen crítico literario’ lo inconveniente o sospechoso de criticar libros de tus amigos si luego vas y casi no haces otra cosa en tu vida.

TRES

Por otro lado, hace unos días, el jueves 29 de noviembre, Antonio J. Gil daba la réplica a mi artículo de Autopsia Crítica de hace un par de semanas que versaba sobre el trato que recibe Agustín Fernández Mallo de parte de cierto sector de la crítica. Venía a ser algo así como la crítica al crítico que critica la crítica y ciertamente era una crítica ejemplar, al menos en términos absolutos, es decir, obviando el contenido que realmente escondía y que no era otro que meterse conmigo. Pero, ¿por qué iba este señor, a quien no tenía hasta entonces el placer, a hacer semejante cosa? Entonces no tenía yo la más remota idea. En cambio Jordi Carrión, sí. Solo dos horas después de publicarse el artículo, Carrión[5] sube a su muro de Facebook un comentario en el que me etiqueta y que viene a decir algo así como que Antonio Gil disecciona brillantemente mi post. A Daniel Arjona, joven periodista de El Cultural (el mismo suplemento que en su momento, de la mano de Nuria Azancot, dio el pistoletazo de salida a la Generación Nocilla) también le parece excelente. A mucha gente le parece excelente. ¡A mí me parece excelente! Tanto le había gustado a Jordi, tanto tantísimo, que dijo muchas más cosas, todas ellas muy interesantes: decía que el artículo de Gil era útil para demostrar para qué servía estudiar literatura, retórica y semiótica y destacaba un tema de fondo que le parecía muy interesante: la LEGITIMIDAD. Legitimidad que, en el caso de los críticos y del propio Agustín Fernández Mallo, se sustentaba en libros en tanto que el del autor del post original (esto es, yo) lo hacía en posts. Tanto Antonio J. Gil como Túa Blesa eran catedráticos de literatura comparada y, atención, decía que sus currículums, sus publicaciones y sus libros tenían un sentido sobre el que merecía la pena reflexionar. También hacía una llamada a la reflexión sobre las formas de autoridad actuales. No puedo estar más de acuerdo con él y por eso, para reflexionar, es por lo que hoy escribo esto. Terminaba, Carrión, pidiendo serenidad y argumentos para hablar de estos temas que estaban afectando significativamente al sistema literario español. Todo un discurso, ya ven.

CUATRO

La cosa quedó con todos más contentos que unas castañuelas de saberse tan listos y tan fuertes y tan preeminentes y tan influyentes y tan llenos de razón que era cada poro de su piel una verdad incontestable. Hasta que al día siguiente las chicas de La Patrulla de Salvación, el conocido blog de denuncia del mundo editorial, llamaron la atención sobre un curso que en otoño impartió Vicente Luis Mora en la Universidad de Brown (EEUU) –la misma en la que imparte clases Juan Francisco Ferré[6]—. El nombre del curso era “Postmodern Spain: New narratives and New Technologies” y trabajaba sobre los siguientes libros: Los muertos[7], de Jordi Carrión, Intente usar otras palabras, de Germán Sierra[8] y Nocilla Experience, de Agustín Fernández Mallo. Entre las Lecturas Críticas Obligatorias se encontraba el texto ‘Facebook y la circulación de la literatura’, también de Jordi Carrión y ‘Hacia una postnovela postnacional’, de Antonio J. Gil González[9]. Por otro lado entre las Lecturas Críticas Recomendadas estaban: El lectoespectador, el último ensayo del propio Vicente Luis Mora y La Luz Nueva, también del mismo autor. Por último Afterpop, de Eloy Fernández Porta y, supongo que por nivelar, E Unibus Pluram de David Foster Wallace.[10]

Uno o dos días después de la publicación de este post en el blog de La patrulla de salvación, la conversación que Jordi Carrión había tenido en su muro sobre lo absolutamente maravillosa que había sido la contracrítica de Antonio J. Gil desapareció. Se esfumó. Se volatilizó. Literalmente: Jordi Carrión hizo algo así como tragarse sus palabras (y por extensión las de todos los demás). En la teoría y en la práctica: donde dije digo, mejor no digo nada.

CINCOLEGITIMIDAD

Convendría ahora recordar uno de los comentarios borrados de Carrión, concretamente en el que decía que habría que reflexionar en torno a la LEGITIMIDAD (supongo que entendida como la “capacidad y derecho para ejercer una labor o una función”). Legitimidad de autores, que se sustentan en libros, y legitimidad de los no-autores que lo hacen blogs. Convendría recordar, también, la recomendación nada gratuita de Espigado acerca de lo conveniente de no tener amigos escritores que puedan hacernos sentir obligados a corresponder a esa amistad con recomendaciones bochornosas y laudatorias.

No seré yo quien cuestione la valía de gente como Vicente Luis Mora o Antonio J. Gil a la hora de emitir juicios críticos sobre literatura. Ni seré yo quien diga NO a la crítica académica. Lo que sí cuestiono es la capacidad de todos los críticos y escritores antes mencionados (y otros de los que ya hablaremos en otra ocasión) a la hora de emitir juicios sobre la obra de los diferentes miembros de esa Generación Nocilla a la que muchos se adscribieron fingiendo incomodidad pero que tan buenos resultados les ha dado y, en algunos casos, sigue dando. Que una novela de la categoría de Los muertos de Carrión o Intente usar otras palabras de Germán Sierra —que cuando las leí me parecieron de una mediocridad palpable— sean de lectura obligatoria en la universidad de Brown, es cuando menos preocupante —por no decir vergonzoso, que también— pero sobre todo sospechoso. Altamente sospechoso.

La crítica y por extensión el crítico, además de contar con un aparato teórico, estudios de literatura, conocimientos de retórica y dominio de la semiótica (Carrión dixit) necesitaría, en mi opinión, de un poco —un poco solamente— de independencia. La independencia suficiente, al menos, para dotarle de un mínimo de credibilidad a su argumentación porque de otro modo todo ese discurso y esa verborrea pueden parecer una forma un tanto rastrera de mantener un estatus que de otro modo estaría permanentemente amenazado por la duda razonable. Existe otra posibilidad que me lleva a terminar como empecé, con una cita de Ignacio Echevarría: “Lo que justifica no solo la incompetencia manifiesta y el estilo pésimo de tantos reseñistas, sino también, mucho más frecuentemente, su desconcertante mal gusto, sería la incesante rebaja de su listón que entraña el trato constante con textos de escasa calidad. […] la lectura continuada de libros mediocres […] tiene en no pocos casos efectos narcóticos sobre el gusto e incluso sobre la inteligencia […]”. (El Cultural 30/11/2012).

NOTAS

1. [Cita textual:] La lista total (y provisional) de la (provisionalmente) llamada Generación Nocilla es la siguiente: Vicente Luis Mora, Jorge Carrión, Eloy Fernández Porta, Javier Fernández, Milo Krmpotic, Mario Cuenca Sandoval, Lolita Bosch, Javier Calvo, Domenico Chiappe, Gabi Martínez, Álvaro Colomer, Harkaitz Cano, Juan Francisco Ferré, Germán Sierra, Fernández Mallo, Diego Doncel, Mercedes Cebrián, Salvador Gutiérrez Solís, Manuel Vilas, Robert Juan-Cantavella y Vicente Muñoz Álvarez. [Confeccionada con los datos ofrecidos por Nuria Azancot en su artículo de 2007 para El Cultural y otros incorporados por Vicente Luis Mora y Eloy Fernández Porta].

2. V. supra. n. 1

3. V. supra. n. 1

4. V. supra. n. 1

5. V. supra. n. 1

6. V. supra. n. 1

7. Los muertos (Mondadori, 2010) es la primera parte de una trilogía cuya continuación parece haber caído en el olvido.

8. V. supra. n. 1

9. También autor de ‘Microrrelatos para una exposición... Analogías para pensar Nocilla Dream’.

10. Observaciones: Eloy Fernández Porta es un viejo conocido de la universidad Brown: la visitó en primavera en una gira del Dúo Afterpop Fernández & Fernández (con la perfomance ‘Personificación’) y que les llevó también al Instituto Cervantes de Chicago. Cabría señalar, a modo de anécdota y aunque seguramente no tenga nada que ver una cosa con la otra, que Vicente Luis Mora compagina su labor como crítico con un trabajo en el Instituto Cervantes.

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