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Ayuso, anfitriona de la cumbre sociópata

Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, recibiendo al presidente de Argentina, Javier Milei, en una parodia de visita de Estado en el que la española le ha impuesto a su correligionario la Medalla Internacional de la Comunidad de Madrid,  EFE/ CAM EFE/ Daniel González

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Ofuscada por el odio y la ambición, Isabel Díaz Ayuso ha decidido dar un arriesgado paso en su carrera: enfrentarse a propios y ajenos para consolidarse como la líder de la ultraderecha española. Para ello, en su torpeza, ha elegido como padrino al delirante presidente argentino de la motosierra. El más botarate e histriónico dirigente entre sus correligionarios. Quizás porque comparte con ella montar broncas como medio de promoción. No ha calculado que los golpes que quería propinar al presidente del gobierno, Pedro Sánchez, y al de su partido pueden volverse contra ella como un boomerang e impactarle de lleno. Ni siquiera ha reaccionado a las lecciones que le dan quienes tienen criterio y representación.

El Rey le ha denegado a Milei su petición de recibirlo en audiencia –algo que ni pidió en su airada visita anterior–. La Casa Real ha explicado que “la política exterior es competencia exclusiva del gobierno de España”. Ayuso se ha erigido sin embargo en algo así como la presidenta de un gobierno en la sombra que nadie ha elegido para nuestro país. Lo ha explicado por boca de uno de sus emisarios, Alfonso Serrano, portavoz del PP en la Comunidad de Madrid: “Es que tenemos un presidente del Gobierno en España que ha creado un conflicto internacional con un país tan importante como es Argentina”.

Lejos de encomendarle tal misión, el jefe del Estado la ha desautorizado de facto, así como el Gobierno de España, que aporta otra lección a la soberbia presidenta de Madrid: cede a Milei el aeropuerto militar de Torrejón para que aterrice, autoriza que sus guardaespaldas porten armas –qué peligro– y le aporta las medidas de seguridad que España da a los mandatarios extranjeros, a nuestra costa. Aunque insulte al Gobierno.

Nadie de entidad va recibir a Milei en su nueva y costosa gira por Europa a cargo del erario de los empobrecidos argentinos. El canciller alemán, Olaf Scholz, ha cancelado su encuentro público y los honores militares de recibimiento que estaban previstos, por sus insultos al presidente Sánchez. En definitiva, Ayuso se ha quedado sola con su insolencia al aire, acompañada tan solo de ultras como ella. Al punto de entregar al mandatario argentino la Medalla de Oro de Madrid –a cuyo efecto modificó la ley en abril–. Es la medalla del Ayusato ultra, que no nos representa a millones de residentes en esta Comunidad.

Un acto plenamente político donde Milei ha soltado su discurso de propaganda con sus falsas ensoñaciones de lo bien que va a Argentina con sus medidas y ha vuelto a atacar al gobierno de Sánchez con una especie de indirectas sobre manos, parejas y hermanos, ignorando tal vez que quien más puede hablar de trapicheos personales de ese signo era su anfitriona. Ayuso ha lanzado también su mitin lleno de loas y autobombo. Una visita casi de Estado, saltando por encima de toda las instituciones al uso en estos casos y sin otro permiso que el de una presidenta de Comunidad con ganas de hacer daño a sus enemigos. Milei y Ayuso han salido también al balcon de la Puerta del Sol a saludar a simpatizantes y detractores.

Es cierto que 1.559.186 votantes dieron a Ayuso la mayoría absoluta en Madrid en las elecciones de 2023 (72.422 menos que dos años antes). Es una presidenta legítima de Comunidad, pero no de España. Además, como tantos otros políticos de su talante, no avisó explícitamente de sus planes, evidentes para cualquiera que observe quién es y cómo actúa. Es muy difícil de aceptar que un elevado número de personas le votaran después de sus protocolos de la vergüenza por el que murieron 7.291 ancianos sin asistencia médica, 4.000 de los cuales pudieron haberse salvado, según las conclusiones de la Comisión de la Verdad. Aunque la justicia española –a la medida del PP en tantos casos– se niegue a investigarlo e incluso no “vea” delito, está la conciencia de cualquier ser humano. La empatía incluso. 

Ahora Ayuso se muestra adscrita al modelo de salvaje ultraliberalismo de Milei. ¿Se han enterado los entusiastas de Ayuso qué anda haciendo el presidente argentino? Ha restringido o suprimido las terapias para enfermedades graves, ha quitado hasta la quimioterapia a niños con cáncer, ha cerrado comedores sociales, ha rebajado las pensiones… Los ancianos “improductivos” que gastan, en el punto de mira de ambos. La ONU avisa de que algunas de las medidas de Milei ponen en riesgo los Derechos Humanos, pero a Ayuso es un tema, los Derechos Humanos, que solo le importa para que El Mundo le haga fotos compungida. De ahí que esta cumbre de Madrid sea más la de los sociópatas –como ya se ha definido– priorizando esa cualidad intrínseca de los fascismos y sus marcas blancas. La guinda al fiasco ha sido la medalla de desagravio a un “hambreador social”, en la genial definición del escritor y periodista Martín Caparrós.

Ayuso no ha invitado a su acto a Feijóo. El equipo del aún presidente del PP esquiva como puede la realidad a la que se enfrenta. Y, sin embargo, declara que encuentra “lógica” la condecoración a Milei ante el uso que hace el Gobierno de la política exterior. Queda tocado y también Ayuso. Ella va a por todas. Torpemente. Su carrera política nació como tuitera de un perro, el de Esperanza Aguirre. Ahora le mueven los hilos a ella: su mentor, el peligroso agitador José María Aznar, y el asesor de ambos: Miguel Ángel Rodríguez. Detrás, preocupantes indicios de involución antidemocrática y hasta de golpismo. Con el poderoso brazo judicial que se niegan a soltar no renovando el CGPJ y prohibiendo de facto a Feijóo que lo haga. El llamado “Partido Judicial” da muestras de estar encantado con la situación. Y Ayuso dice que si se actualiza de una vez el órgano de los jueces “la democracia tiene las horas contadas”, ¿recuerdan?

Pedro Sánchez sigue esperando y haciendonos esperar. A fin de este mes de junio, dijo. Y urge. Vitalmente para la democracia. Que se reactive otra causa, y nada menos que de traición a España, en un auto delirante, por una trama rusa contra Puigdemont, desestimada en su momento y sin ningún nuevo indicio en cuatro años, no es casual. Tampoco es imprevista la irrupción de Felipe González en medios de la derecha –este viernes, Onda Cero, Alsina– en momentos especialmente sensibles. Y es demasiado inquietante su insistencia actual. El ex presidente Gonzalez ha respondido al entrevistador que la culpa del ascenso de la ultraderecha la tiene el gobierno, que “hay que poner en valor la Italia de Meloni que ha dado estabilidad al país” y que “Abascal nos arreglaría el problema con Marine Le Pen”, ha dicho. Qué barbaridad, piensas. Aunque cada vez está todo más claro: Felipe González dejó intactas las estructuras clave del franquismo cuando era la hora de abordar su reforma llegada esta peculiar democracia y la alternancia en el poder. Pudieron hacerlo otros después pero la derecha oficial no lo acometió tampoco. Ahora lo pagamos, sin duda.

Porque Ayuso es una pieza en el tablero, un peón, un alfil, una torre, nada más. Quizás ni lo sabe. Mientras grandes aliados mediáticos como Pedro J. Ramírez ya empiezan a desautorizarla. Su soberbia infinita le ha jugado una mala pasada. A menudo me pregunto cómo acabará su carrera, si impune y forrada de dinero como Esperanza Aguirre o traicionada, apartada y abucheada como Cristina Cifuentes. Es un peón magnífico para los planes del clan, eso sí. Perversa de por sí y sin escrúpulos, ejecuta lo que haga falta, pero ella no mueve los hilos clave y decisiones tan torpes como la medalla de la vergüenza le pueden pasar factura.

    

 

 

 

 

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