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Negacionismo pardirrojo

Imagen de archivo del reparto de mascarillas en Canarias. EFE/Miguel Barreto

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La alineación planetaria de las aventuras de Koldo y sus alegres comisionistas, el aniversario de la declaración del Estado de alarma pandémico y los imputados delitos fiscales del particular Alberto González Amador, el presunto defraudador antes conocido como “el novio de Isabel Díaz Ayuso” y -en la mejor tradición del neoliberalismo hispánico- como esforzado emprendedor con el esfuerzo ajeno, ha creado las circunstancias perfectas para devolver a la vida el monstruo del negacionismo que había florecido tan esplendorosamente durante la pandemia. 

De nuevo la pandemia es una ilusión. Todo fue un gran engaño colectivo para nutrir los balances de las malvadas farmacéuticas y, de paso, una oportunidad para rellenar las cuentas en paraísos fiscales de desalmados y codiciosos comisionistas de tres al cuarto; una conspiración de las élites extractivas para depredar con mayor comodidad y sin tener que dar explicaciones a una sufrida clase trabajadora privada de sus derechos constitucionales más básicos para que los ricos disfrutaran en sus piscinas mientras los pobres se morían en sus pisos de dos o tres habitaciones. 

Eso en la versión más intelectual. En la castiza vuelve a ser una cosa de los chinos, que eran lo que tenían que haberse jodido, no nosotros, y de Pedro Sánchez, que ya sabemos que tiene un pacto con Satán para seguir en la Moncloa a cambio de nuestras almas y la de España.

Ya durante la pandemia hubo que esforzarse a fondo para explicar la diferencia entre el método inductivo y el método deductivo para el avance de la ciencia. Tal vez no compense el esfuerzo de ponerse otra vez a rebatir a todos los profetas del pasado que hoy ya sabían que no había que desinfectar superficies, o desinfectar la compra, o compartir coche. Los virólogos y epidemiólogos del mundo tardaron meses en saberlo. Pero ellos ya lo sabían porque lo han visto en Youtube. Dicen que la ignorancia es la felicidad así que ¿por qué arruinársela? 

Tampoco vamos a volver a enredarnos otra vez en las cifras y cómo manejarlas. La estadística conforma una ciencia compleja y la sanitaria aún más. En cuanto a los efectos de las vacunas o su eficacia, en mitad de una pandemia ya parecía mal momento para ponerse a explicar la diferencia entre correlación y causalidad; pero ahora ya es que no tiene uno ni ganas de perder el tiempo con gente convencida de que fue el paso del tiempo aquello que doblegó al virus.

Sí merece la pena, en cambio, no permitir que se imponga este relato de una España llena de Lazarillos-de-Tormes-pero-sin-gracia intentando llenarse los bolsillos. Si algo sobraba en este país aquellos días era gente anónima dando todo cuanto tenían y más para tratar de salvar a la mayor cantidad de amigos, vecinos y desconocidos. Puede que muchos hayan olvidado los aplausos de las ocho. Pero yo me niego. Lo mismo que me niego a aceptar que daba igual porque no había nada que hacer y los que tenían que morir se iban a morir igual; la ciencia nos dice y demuestra exactamente lo contrario.

En cuanto a este populismo pardirrojo en defensa de las clases populares y nuestros derechos civiles, no sé ustedes, pero yo recuerdo a los señoritos protestando porque no les dejaban tomar sus gintonics y porque no permitían a sus empleados domésticos acudir a trabajar a sus casas en metros y buses abarrotados. Falta constancia de movilizaciones masivas de la clase trabajadora reclamando su derecho a trabajar y que el virus decidiese libremente a quién le tocaba. Sobran ejemplos de esas mismas élites reclamando libertad para que los demás se expusieran a riesgos de cuyo alcance se sabían a salvo. En la próxima pandemia que no se confine ni al servicio doméstico, ni a los camareros; ellos merecen ser libres y nosotros necesitamos que alguien nos pille la comanda.

Este negacionismo pardirrojo, de apariencia radical pero corazón profundamente reaccionario, se parece demasiado al negacionismo jurídico de los valientes magistrados conservadores de anterior Tribunal Constitucional, que corrieron a sus casas a confinarse al día siguiente de la declaración de la alarma, suspendieron sus plenos y toda la actividad menos la virtual y tardaron más de tres meses en volver a dictar una sentencia; pero, al año siguiente, nos explicaron que el estado de alarma había sido inconstitucional, un acto de control político que había supuesto una violación de nuestros derechos. Y después se fueron a tomar una caña, vivos y en libertad.

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