Piedras de papel es un blog en el que un grupo de sociólogos y politólogos tratamos de dar una visión rigurosa sobre las cuestiones de actualidad. Nuestras herramientas son el análisis de datos, los hechos contrastados y los argumentos abiertos a la crítica.
A estas alturas, decir que en España hay una alta desafección política y que la democracia española está en crisis es una obviedad. Pero, ¿cuál es la magnitud del fenómeno? ¿es la desafección un rasgo común en otros países de nuestro entorno? La recientemente publicada Encuesta Social Europea (en su oleada 6) nos permite poner a España en perspectiva comparada. Aunque la encuesta no proporciona datos para todos los países europeos (Grecia, por ejemplo, no está en esta última ola y los datos de otros países aún no se han publicado), podemos encontrar multitud de indicadores de valoración y percepción de la democracia y el sistema político para 24 países[1]. El más representativo de estos indicadores es el grado de satisfacción con la democracia. Esta pregunta pide a los ciudadanos que en una escala del 0 al 10 valoren su satisfacción con cómo funciona la democracia en su país. Los resultados son desalentadores. España se encuentra a la cola de Europa. El siguiente gráfico muestra que la satisfacción media no alcanza el 4, estando en los niveles de países como Bulgaria, Eslovenia, Portugal o Hungría y muy lejos de los países escandinavos o Suiza donde la satisfacción media ronda el 7.
A la hora de explicar esta insatisfacción, el sospechoso inmediato es la crisis económica. De hecho, si analizamos los datos en perspectiva temporal, España es el país de la Encuesta Social Europea donde más ha caído la satisfacción con el funcionamiento de la democracia desde 2002 (cuando la media era un 5,46). Por tanto, es indiscutible que la crisis ha tenido un impacto en la desafección con el sistema político en España. La pregunta que surge, no obstante, es por qué la crisis ha tenido tanto impacto en España y no ha deslegitimado tanto el sistema democrático en otros países. En Portugal, por ejemplo, la caída es bastante menor. En Irlanda, donde la crisis ha tenido parecidas proporciones, la satisfacción es incluso mayor hoy que hace diez años. Por tanto, han de existir causas concretas dentro del funcionamiento del sistema político que, durante la crisis económica, han socavado la satisfacción con el sistema.
Cuando analizamos causas concretas, encontramos que los españoles no tienen peores percepciones que el resto de europeos en múltiples elementos del sistema político. Comparativamente con el resto de europeos, los españoles no sienten que sus medios sean menos libres para criticar al gobierno, las elecciones se perciben como libres y competidas y los niveles de confianza en la mayoría de las instituciones, como la justicia, no son muy distintos.
En cambio, existe un aspecto esencial para la democracia en que los ciudadanos españoles manifiestan que el sistema político no cumple sus expectativas: la representación. En aquellas preguntas de la encuesta que tienen que ver con la calidad de la representación política, España puntúa siempre muy bajo. Por ejemplo, España es el país europeo donde más ciudadanos sienten que su gobierno no les escucha. En una escala del 1 al 10, los encuestados valoran hasta qué punto el gobierno de su país cambia sus políticas en concordancia con lo que la mayoría de la ciudadanía prefiere. Somos el único país donde la media no alcanza el 3 (2,97). Si analizamos la confianza en los políticos, los resultados son parecidos. España es el tercer país por la cola en confianza en su clase política, con niveles absolutamente preocupantes.
Estos datos, por tanto, apuntan a que el problema fundamental de la democracia española, más allá de las instituciones, es la crisis del vínculo representativo. El lema del “no nos representan” manifiesta un sentimiento muy extendido en el conjunto de la población. Alguien puede argumentar que la representación no implica necesariamente que el representante haga siempre lo que el representado desea. Podemos defender que el político, dado su mejor conocimiento de las circunstancias a las que el país se enfrenta, debe poder optar por políticas distintas a las que los ciudadanos le demandan si considera que estas son necesarias para el país. Este es un debate muy interesante. Aún defendiendo esta postura, lo que sí me parece es que el mandato representativo solo puede sustentarse en una relación transparente entre el político y el ciudadano. El ciudadano debe tener la confianza de que si el político se desvía de la voluntad popular, ha de ser capaz de persuadirle de por qué lo hace y rendir cuentas por ello. Este requisito de la representación está lejano de ocurrir en España. Solo por detrás de Bulgaria, los españoles son los ciudadanos europeos que más perciben que su gobierno no explica las políticas que adopta. Sin la rendición de cuentas, el margen de maniobra del mandato representativo se ve muy mermado.
Otro ejemplo de cómo el vínculo representativo se está rompiendo lo encontramos en la demanda por la celebración de referéndums. Nuestro país es hoy el segundo país europeo donde más gente apoya que “los ciudadanos han de tener la última palabra en asunto políticos importantes a través de referéndums”. Las diferencias no son muy grandes, pero no deja de ser llamativo que en España el apoyo medio a este enunciado sea incluso ligeramente mayor que en Suiza.
En conclusión, el debilitamiento del vínculo representativo está en el centro del problema de desafección con el funcionamiento de la democracia en España. Si consideramos que la representación un el elemento fundamental de esta, los políticos debería tomarse muy en serio la regeneración su relación con los representados. Y el primer paso en este camino es que, si un gobierno considera que ha de tomar medidas que la ciudadanía no apoya, ha de ser capaz de explicarlo (sin plasmas, por favor).
[1] En los gráficos de este post no incluimos ni a Rusia ni Kosovo porque no cumplen todos los requisitos de una democracia.
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