“Se enseña a las niñas un concepto de igualdad que incluye llevar falda en el colegio”
Inés Herreros (Barcelona, 1974) es muchas cosas, pero le gusta definirse entre risas como “la jurista que habla de uniformes escolares”. Trabaja en la Fiscalía Provincial de las Palmas de Gran Canarias, una labor que compagina con su implicación en la Asociación Gafas Lilas contra las Violencias Machistas, de la que es presidenta.
En su faceta como activista, Herreros prepara charlas para públicos muy diversos –“casi siempre mujeres, para ser sincera”– a los que intenta, entre otras cosas, hacer llegar el mensaje con el que su hija la colocó a ella y a todo su entorno frente al espejo. Con ocho años, decidió dejar de ponerse el uniforme de falda que le imponía el colegio. “No la voy a llevar más porque sé que tengo derecho”, dijo Sina. Su acción ha servido de semilla para que una veintena de asociaciones firmen un manifiesto a favor del “uniforme único” en las escuelas.
¿Cómo le planteó Sina su decisión de abandonar la falda?
Un viernes, mientras íbamos en el coche a un partido de baloncesto, me dijo que había tomado una decisión y que, además, ya lo había hablado con otra amiga para hacerlo las dos. Lo primero que me preguntó es si yo se lo permitía. Le dije que sí, aunque también le avisé de que no iba a ser algo sencillo, que tenía que pensarlo. Ella lo tenía muy claro: quería hacer valer su derecho a ser igual que los chicos y, además, que no fuera una cosa que quedara solo en ella, sino que el resto de niñas pudieran adherirse si querían.
¿Cuál fue su reacción, qué le dijo?
Yo desde el principio le mostré mi apoyo, pero le sugerí que, si le parecía, podíamos pedir permiso al centro. Ella me dijo que no con mucha rotundidad: “Mamá, ¿tú te acuerdas de cuando tu abuela tenía que pedir permiso a tu abuelo para salir de casa? Yo no voy a pedir permiso porque creo que tengo derecho”. Ante esta respuesta, yo solo podía acompañarla en el camino, tratarla con respeto y, sobre todo, no mentirle, decirle que no iba a ser algo fácil.
La madre de Menchu, la otra niña, y yo nos reunimos porque estábamos muy nerviosas. Era una ruptura no exenta de ciertos riesgos. Hay que tener en cuenta que tienen ocho años. Así que, en esa situación, pensamos que lo mejor era darles herramientas: nos pusimos en todas las cosas que podían pasar para que ellas estuvieran prevenidas. Todo camino hacia la igualdad genera conflicto. También lo comenté en el chat de padres y madres. Bueno, en el de madres, porque solo hay mujeres.
¿Y cómo se lo tomó el colegio?
En el colegio no hubo problemas, la respuesta fue buena y el acto generó debate en las familias de las niñas y niños del centro. Las compañeras y compañeros acogieron muy bien su decisión, pero tuvo que explicarlo muchas veces. Le preguntaban mucho y Sina me transmitió que las niñas de su clase entendían que el colegio era un lugar en el que tenían que llevar falda.
Desde la asociación Gafas Lilas valoramos positivamente el reconocimiento que el centro hizo al derecho de las niñas y que todo transcurriese del modo más educativo posible, pero a la vez asistimos muy perplejamente a que en la nota de final de curso con las normas para el siguiente se siguiera incluyendo que el uniforme para las niñas era de falda y para niños de pantalón. Sina y Menchu son las únicas niñas del colegio que incumplen esto.
¿Por qué cree que no se ha abierto el debate sobre la discriminación por razón de sexo a cuenta del uniforme escolar?
El melón no se ha abierto porque seguimos teniendo una losa encima que es la de lo femenino y lo masculino. En el colegio de Sina hemos escuchado a muchas madres dándonos la enhorabuena, pero también comentarios del tipo: “Es que las niñas están monas con falda, a lo mejor un pantalón con otras pinzas cambiaría las cosas”. Lo que pesa la belleza, la finura y la feminidad está por encima de la igualdad. Estamos enseñando a nuestras hijas a ser guapas antes que felices, y eso está tan profundamente enraizado en nuestros cuerpos y nuestras mentes que va a ser difícil de conquistar.
En el manifiesto que firma su asociación se reclama el uniforme de prenda única, y no la posibilidad de que los menores elijan si prefieren la falda o el pantalón. ¿Por qué?
Queremos niñas y niños que jueguen de forma cómoda y que la ropa los diferencie lo menos posible. Los menores aprenden a tratarse de forma más igualitaria cuando tienen menos instrumentos que les recuerden que hay toda una sociedad intentando diferenciarles.
Solo hace falta pensar en qué ropa se ponen las niñas cuando salen al parque. ¿Cuántas niñas eligen ir al cumpleaños de un compañero con falda? La libre elección es una trampa porque se manda el mensaje de algún modo de que, aunque lo normal es la falda, se puede llevar pantalón si quieren. Pero, ¿tú crees que una niña de nueve años, o de seis o de cinco puede cargar a sus espaldas la decisión de romper con lo establecido? Es una locura. Y esta tesis se puede demostrar echando un vistazo a los colegios en los que se permite elegir, donde un porcentaje altísimo sigue llevando falda.
En Canarias, como hace buen tiempo, está instaurado que las niñas lleven un pantaloncito negro encima de las bragas y lo llevan la mayoría porque les permite jugar. A muchas les resulta incómodo, pero lo hacen, porque a las niñas y también a los niños les gusta mucho seguir las reglas. Los adultos les decimos que son mejores personas si lo hacen. A mi hija y a su amiga les encantaría seguir la norma, pero quieren que la norma sea igualitaria y constitucional. Ellas son privilegiadas en ese sentido, en el de conocer cuáles son sus derechos y tener otros modelos de referencia. Todo esto empodera a la hora de tomar decisiones.
¿Estamos lejos de alcanzar la igualdad entre niñas y niños en el colegio?
Estamos en el camino y me parece que los centros escolares les engañan al decirles que son iguales. Sería mucho más honesto plantearles que estamos trabajando en que sean iguales. Somos machistas, incluso las mujeres feministas y activas. Vivimos en unas estructuras absolutamente patriarcales de las que nos vamos despojando cada día de una cosita, y al siguiente de otra. Si se planteara así en el aula, todos y todas se les sumaría a este camino, podríamos caminar con ellos propiciando la reflexión y el debate. Además, esto tiene un riesgo, y es que nuestras hijas e hijos tienen una configuración de la igualdad que pasa por estos parámetros.
¿En qué acciones cotidianas se refleja la desigualdad entre sexos en estas edades tempranas?
Hay muchas. Por ejemplo, ellas tienen asumido que entran en el genérico masculino, pero cuando a ellos se les incluye en un femenino genérico se enfadan y se indignan. En la igualdad que les decimos que hemos alcanzado cabe esto o cabe que las niñas lleven falda y los niños pantalón. Eso me preocupa mucho, cómo están dotando de significado nuestros menores al concepto “igualdad”.
¿Cómo contribuye una vestimenta diferenciada por sexo en el uniforme a perpetuar los roles de género?
Detrás de la falda hay mucho más que un símbolo. La falda es un instrumento que reproduce y visibiliza el modelo de cómo queremos que sean nuestras niñas: las queremos finas, educadas, guapas, tranquilas, con las piernas cerradas... A los niños, sin embargo, se les educa para que sean fuertes, intrépidos, líderes... Esas construcciones y etiquetas se ven en todos los colegios. Solo hace falta mirar la distribución del espacio en los patios, una reproducción a escala de lo que la sociedad, donde el espacio central público está vetado a las mujeres. Si los adultos no somos capaces de propiciar que los espacios sean repartidos de forma igualitaria, es que estamos perpetuando los modelos que condenamos.
En la asociación nos encanta poner un ejemplo con el que todo esto se entiende muy bien: ¿alguien entendería que los niños de raza blanca estuvieran obligados en el cole a llevar pantalones de cuadros y los de raza negra, por ejemplo, pantalones de círculos? Nos parecería una salvajada, ¿no? Y, entonces, ¿por qué toleramos que eso pase por una diferencia de sexo?