Centralidad, desmesura y esperanza
Centralidad
A estas alturas, y a tenor del desarrollo de las últimas encuestas, ya podemos hablar del error Vistalegre. En los últimos meses Podemos no solo ha ralentizado su marcha demoscópica, sino que incluso ha empezado a retroceder. Andalucía, pese al buen resultado, fue una decepción. Hay un pinchazo en el ánimo colectivo, pero no viene de hoy. La hipótesis que toma fuerza es que lo dirimido en aquel Congreso fundacional nos puede ayudar a explicar lo que pasa ahora.
Vistalegre fue un jarro de agua fría sobre la ilusión de muchos en Podemos. Ese intangible, la ilusión, que se buscaba catalizar desde hacía meses para superar la fase indignada, había prendido desde la organización y participación popular que tentativamente se ensayaba en los círculos. Echando la vista atrás podemos afirmar una vez más que no eran las tertulias, eran las plazas.
Fue en Vistalegre donde se apeló taxativamente a ocupar la centralidad del tablero, donde se desempoderó a los círculos, se adoptó una estructura jerárquica de partido clásico y se recurrió a tretas de dudosa moralidad para arrasar internamente. Sí, puede ser agua pasada, pero conviene detenerse en su análisis a fin de saber dónde estamos y hacia dónde conviene avanzar. Y el qué no repetir.
No se pretendía cambiar el tablero sino que se buscó dominarlo. Aquí la cúpula de Podemos subestimó al Régimen del 78. Su movimiento transversal ha sido contenido con una jugada maestra impropia de los portavoces que se desgañitaban en las televisiones hablando de Irán, Venezuela y ETA. ¿Queríais centro? Pues toma centro. Siempre mejor el original a la copia. ¿O hay alguien que dude quién es más de centro, Rivera o Iglesias?
Sería interesante investigar los apoyos mediáticos y económicos de Ciudadanos estos meses de cara a conocer, si así ha sido, cómo se construye y protege un producto político desde el establishment. Pero por lo pronto, sea intencionado desde los silentes más peligrosos del poder, o sea producto de la coyuntura política –a la que ingenuamente se contribuyó desde Podemos–, el caso es que el tablero del Régimen no es tan fácil de manejar. Siempre ganarán, parece lógico, quienes llevan años trampeando un juego desigual.
No solo fueron sin embargo unos incautos desde Podemos, no solo se equivocaron al creer que en solitario podrían con todo, no solo pecaron de falta de audacia al no apostar por la senda transformadora de construir otro tablero —nueva política lo llamábamos—, sino que con su concepto de máquina de guerra electoral, dispuestos como estaban a ganar o morir al margen de cualquier remilgo ético, introdujeron la semilla de la discordia en su propia creación.
Era la guerra, decían, y los miles de amateurs y viejos activistas que se habían acercado a los círculos se vieron enseguida imbuidos, o violentados, por esta lógica competitiva. Vistalegre supuso la ratificación popular del modelo. Así llegaron las intrigas en las listas, los incomprensibles cierres de filas, las desavenencias entre propios y extraños. Descubrir al trepa, lograr el apoyo del oficialismo, cerrar el paso a la vieja izquierda. La desconfianza por doquier. Y hacia afuera triunfaba la ambigüedad calculada. La ilusión se desinflaba mientras la cansina tertulia del sábado noche seguía sonando en los televisores como intrascendente ruido de fondo.
Todo eso está ahí debajo, chupando fuerza a las riquezas y novedades que todavía se buscan erigir desde dentro. Peor aún: es una terrible enseñanza para todos aquellos jóvenes que saltaron a la primera línea imitando a sus mayores, porque la política –no nos cansaremos de repetirlo– siempre será otra cosa.
Desmesura
A estas alturas podemos decir ya que Izquierda Unida (IU), con epicentro en Madrid, ha estallado por los aires. La cuestión por dilucidar es si asistimos al inicio de lo que puede ser una renovación profunda o a su final.
Junto con el tsunami de Podemos, la guerra interna provocada por un reducido núcleo en Madrid amenaza con borrarla del mapa electoral. El último episodio, el robo de la marca Ganemos, muestra que hace mucho que se perdió cualquier mesura. Hay quienes han sobrepasado todas las líneas.
Aquello que más temían los antiguos griegos era la hybris, la desmesura. Solón de Atenas dejó escrito en su poesía la esencia que quiso trasladar a la creación democrática ateniense: la eunomía –las buenas leyes, el buen gobierno– dependía de aquellos límites invisibles que ponemos a nuestra voracidad primigenia. Así construimos ciudad y evitamos la guerra civil.
La dirección de IU hizo como en tantas ocasiones lo último que la situación necesitaba, contemporizar mientras los males salían de la jarra de Pandora. Presa de las rutinas asimiladas tras años equilibrando fuerzas en una formación que, en realidad, es una coalición de partidos, con sectores y familias diversas con las que negociar a cada rato, no se percataron de que ya no valían las recetas del pasado.
Las múltiples escisiones que ha sufrido IU los últimos años dan cuenta de que había una crisis de larga duración en su modelo organizativo. Pero no se afrontaba.
Así es como estallan las cosas. Se permitió además, sin atisbo de buen gobierno, el cultivo de los odios, la destrucción del adversario interno. Recordemos dónde están ahora los triunfadores de aquellas primarias en Madrid. Se dio alas a la injusticia. Tras filtraciones y acusaciones enormes imagino que, de no mediar las leyes civiles del Estado, en los pasillos de la sede de IUCM la cosa no se habría quedado en insultos y maldiciones. Tal era el desorden de la rabia.
Poner límites, mostrarse firmes ante quienes amenazan la convivencia, esto también es gobernar. Llevamos el fratricidio político en los orígenes y así se ha marcado desde las grandes epopeyas del pasado. Pensémoslo pues, y evitémoslo.
No bastará sin embargo con la resolución urgente de la crisis madrileña. Se precisa una reforma radical del modelo IU en clave democrática. Si no, como tantas otras veces, este instrumento tampoco servirá y habrá que inventar.
Esperanza
Contra todo lo escrito hasta aquí, a estas alturas aún podemos afirmar que soplan nuevos vientos para la política española.
Las primarias se multiplican mientras nuevos actores logran poder interno en sus formaciones. Los pactos de pasillo salen cada vez más caros. Parece insostenible seguir manteniendo el discurso de los revocatorios, las rotaciones, la participación y no hacer nada. Es cierto que las tertulias ya cansan, que las calles han perdido su pulso, pero también hay que reconocer que los minutos de prime time acaparados han servido para difundir críticas y discursos hasta hace pocos años marginales. Algo ha calado.
En Madrid y Barcelona, las dos grandes ciudades del Estado, había que inventar y se ha inventado. Allí se presentan candidaturas atípicas. Manuela Carmena parece libre de las ataduras y obediencias que salieron del esquema de Vistalegre, ajena también a la artillería pesada de IUCM. Capaz de introducir nuevas formas de pensar y de decir, tiene desconcertada a la cúpula de Podemos con su renuncia a mítines y argumentarios. Propone la escucha e incluso elogia a los rivales. Ada Colau, por su parte, es otra figura ejemplar cuyo ethos se presenta en la arena pública y nos dice mucho antes siquiera de empezar a hablar. Es además, algo importante, de quienes reconoce que no sabe de todo. Ambas no participan de la adulación ni del servilismo de partido.
Falta articular una participación ciudadana real, sí, y muchas cosas más. Pero como comienzo es prometedor. Si ganan, aquello que pueden generar está lejos de nuestra presente imaginación política. Por lo pronto encabezan candidaturas donde gentes hace apenas unos meses encuadradas en sectores muy diversos de la izquierda están ahora trabajando en común. A pesar de tantos vaivenes, uno lee los nombres y no puede más que volver a confiar.
Por último no perdamos de vista, a escala nacional, la capacidad de leer la situación –y salir así de su particular lecho de Procusto– que puedan tener líderes como Pablo Iglesias o Íñigo Errejón. Saben que han de reinventarse, ofrecer un giro decisivo a escasos meses de las elecciones generales, o habrán sido tan solo una etapa más, agotada, en el camino hacia el cambio, como sugería Emmanuel Rodríguez. No vale con cruzar los dedos y a ver qué pasa en mayo. Aún están arriba pero la época sigue acelerada. Una mala foto, una declaración, otro gran traspiés como en la gestión del asunto Monedero, y puede venir la cuesta abajo sin frenos. Este 14 de abril coquetearon con ello. Memento mori, advertía en esta ocasión Isaac Rosa.
El 15M tenía unas bases teóricas democráticas antagónicas a las puestas en marcha desde Podemos. ¿Se echará la vista atrás para reaprender? ¿Se sabrá leer de nuevo el partido, tal y como en un principio hicieron Iglesias y compañía hace un año?
No descarto la posibilidad de que antes o después la contingencia política nos traiga el salto a primer plano, liberado de ataduras y fuego amigo, de aquello que propone Alberto Garzón en los ámbitos económico, ético y político. No solo es una apuesta de profundización democrática sino que, junto a Carmena y Colau, su carácter y planteamientos son los que mejor conectan con los reclamos de la presente coyuntura. Coherencia, veracidad y ruptura sin estridencias.
De este modo, con la inteligencia política y determinación de unos, con la convicción ética y democrática de otros, más el protagonismo de todos los que llevan meses construyendo alternativas en sus ciudades y ahora suspiran con cierta desilusión por las esquinas del país, hay mimbres más que suficientes para una plataforma unitaria de transformación democrática que recupere la iniciativa política con un nuevo rumbo. Falta la voluntad de parte.
Algunos dijimos hace tiempo que era desde la amistad política entre los diversos como esto saldría adelante, no desde la guerra en cada esquina. No es por tanto tiempo de seguir estirando una inercia política en franco declive. Recordemos que entre las enseñanzas de Niccolò Machiavelli en torno a Fortuna destacaba la virtud de saber adaptarse al tiempo político. A todas luces estamos ante un momento propicio para una nueva ruptura de ciclo.
Ahí queda la esperanza.