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Condenar abiertamente la violencia sexual, la asignatura pendiente del fútbol

El futbolista madridista Raúl Asencio en un partido este noviembre

Víctor Cervantes

22 de noviembre de 2024 22:22 h

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La pasada jornada de liga, dos jóvenes futbolistas fueron noticia por debutar con el primer equipo de sus respectivos clubes: Raúl Asencio en el Real Madrid y Ferran Ruiz en el Girona FC. No solo ocuparon el foco mediático el mismo fin de semana, sino que también compartieron vestuario en la cantera madridista y, además, los dos tienen abierta una causa penal por un delito de revelación de secretos de índole sexual y pornografía infantil.

El caso se remonta a septiembre de 2023, cuando la Guardia Civil detuvo a tres canteranos del Real Madrid por grabar y difundir sin consentimiento un vídeo en el que mantenían una relación íntima con una menor de edad. A los acusados se les intervino el teléfono móvil y se descubrió que los jugadores en cuestión enviaron el vídeo a cinco compañeros y a otras 32 personas más.

A la espera del juicio, este suceso recuerda a otro que ocurrió en 2016, cuando dos futbolistas de la SD Eibar, Antonio Luna y Sergi Enrich, fueron detenidos y posteriormente condenados a dos años de cárcel por la difusión de un vídeo similar.

La sentencia llegó en 2021, cinco años después de los hechos, y ni antes ni después de dicha sentencia ninguno de los dos tuvo problemas para seguir jugando en distintos equipos. Ante estos casos cabe preguntarse acerca de los protocolos de los clubes.

Si hacemos un recuento rápido, podemos encontrar en España no menos de media docena de casos en los que clubes de fútbol actuaron de manera elusiva, cuando no cómplice, con jugadores acusados de algún tipo de violencia machista.

Esta misma temporada, el pasado mes de septiembre, el futbolista Rafa Mir fue detenido y acusado de dos agresiones sexuales pendientes de juicio. Su club, el Valencia CF, resolvió el asunto con una sanción económica y dos partidos sin jugar. Otro caso es el del Getafe CF, que no tuvo ningún reparo en fichar el año pasado a Mason Greenwood, jugador inglés acusado de violencia machista contra su pareja.

El FC Barcelona tampoco queda exento: retiró la condición de jugador leyenda a Dani Alves cuando se conoció la sentencia que le condenaba a cuatro años y seis meses de cárcel por agresión sexual. Pero se la volvió a conceder apenas unas horas después.

Por su parte, el RC Celta dilató la rescisión de su jugador Santi Mina hasta que el TSJ andaluz ratificara la condena por abuso sexual. El conjunto vigués tampoco emprendió ninguna medida en el caso contra su entonces capitán Hugo Mallo, acusado en 2019 de abuso sexual por unos tocamientos a una mujer que trabajaba como mascota animadora del RCD Espanyol en la previa del partido que enfrentaba a catalanes y gallegos.

El jugador no se disculpó ante la víctima ni mostró arrepentimiento; ni siquiera después de que la Audiencia Provincial de Barcelona ratificara la condena. Mientras que el Celta no llegó a tomar ninguna medida, el Espanyol sí acompañó a su empleada y le brindó apoyo legal durante los cinco años que duró el proceso judicial, tal como ella misma ha reconocido en diversas ocasiones ante los medios.

Remitidos a la causa judicial

“No me dedico a ser juez. Mientras haya presunción de inocencia, yo lo respeto”. Esto es lo que dijo en rueda de prensa Quique Cárcel, el director deportivo del Girona FC, ante el alud de críticas en redes de aficionados descontentos por el fichaje y la participación en el primer equipo de Ferran Ruiz.

El Valencia también se escudó en la presunción de inocencia en el caso de Rafa Mir. Y, además, también echó mano de la ley del deporte, en la que se recoge el derecho de ocupación efectiva, que estipula que los jugadores no pueden ser retirados del campo salvo caso de lesión o sanción.

El club se blindó ante las críticas y defendió su decisión de no despedir a Rafa Mir con la excusa de evitar problemas por incumplir la ley, como le ha pasado recientemente al Manchester City. A principios de noviembre, se hacía pública una sentencia del tribunal laboral de Manchester que obliga al club a pagar cerca de 13 millones a Benjamin Mendy.

Este jugador francés fue acusado de seis casos de violación en 2021, por lo que el City decidió congelarle el sueldo durante lo que quedaba de su relación contractual. Pero el defensa fue absuelto y llevó al club a los tribunales. Finalmente, Mendy ganó la batalla judicial y el Manchester debe pagarle todo lo que no le ingresó.

Por precedentes como este, los clubes suelen ser muy cuidadosos cuando las acusaciones se conocen una vez el contrato ya se ha firmado. Un caso distinto es el del Girona, que incorporó a Ferran Ruiz cuando el proceso judicial ya había empezado y ya pesaban acusaciones sobre el jugador. El club decidió contratarle igualmente, pero incluyó una cláusula en su contrato: podía romperse en caso de que hubiera una sentencia condenatoria.

Los códigos de conducta, una posible herramienta

Júlia Humet, abogada especializada en violencias machistas, reconoce que cuando se ha iniciado un procedimiento legal puede ser problemático para el club –o cualquier empresa– tomar decisiones drásticas hasta que haya sentencia. Pero asegura que “existen otras formas de posicionarse con firmeza. Puede haber una postura pública más contundente”.

La psicóloga especializada en violencias Núria Iturbe apunta al código de conducta, una herramienta con la que los equipos podrían ser mucho más estrictos si quisieran. “El deporte cada vez está más sensibilizado en la lucha contra el racismo y a nadie le sorprende que un club expulse del campo a un aficionado cuando tiene indicios de que este ha proferido insultos racistas”, expone Iturbe.

Esta experta asegura que las empresas tienen la capacidad de imponer ciertas normas de conducta y que, cuando se recurre a excusas legales, “en el fondo quiere decir que se busca un lapso de dos o tres años para hacer ver que no ha pasado nada”.

Además, Humet recuerda que “los contratos se pueden rescindir siempre y cuando se esté dispuesto a pagar una indemnización. Otra cosa es que el club no quiera gastarse ese dinero pero, igual que lo invierten en campañas de publicidad ¿no quieren usarlo para desvincularse de causas de violencia machista?”, se pregunta.

Y es que la imagen que proyectan los clubes es importante, en tanto que actores que ejercen mucha influencia en la sociedad. Además, las acusaciones de violencias relacionadas con futbolistas siempre tienen mucha proyección, lo que hace que, según apunta Iturbe, los clubes tengan una responsabilidad hacia las víctimas.

“La repercusión mediática hace que la victimización sea permanente. Sobre todo porque en los casos mediáticos existe un doble juicio”, asegura la psicóloga. Si bien la versión de las mujeres suele ser cuestionada, en casos en los que ella –normalmente anónima– denuncia a un hombre famoso y admirado, el cuestionamiento se intensifica.

El ejemplo más claro en este sentido es el del futbolista Rubén Castro, acusado en 2013 de violencia machista contra su expareja. El entonces jugador del Real Betis recibió un apoyo amplio de su afición. Tanto, que parte de la grada creó un cántico que le coreaban durante los partidos: 'Rubén Castro alé, Rubén Castro alé. No fue tu culpa. Era una puta, lo hiciste bien'.

El club no actúo con contundencia y, de hecho, llegó a escoger a Castro como uno de los protagonistas de una iniciativa consistente en cambiar el blanco de la camiseta del Betis por el color rosa con motivo de la 'Semana de la Mujer Bética'. Si bien es cierto que tachó los cánticos de “repugnantes”, criticó la sanción que impuso La Liga y la Comisión Nacional Antiviolencia, calificándola de “injusta, oportunista y discriminatoria”.

“Existe un pacto intragénero de complicidad entre hombres para legitimar su poder. Y en parte tiene que ver con la falta de consecuencias por parte de los clubes”, asegura Laura Castells, miembro del observatorio sobre violencias sexuales Noctàmbules.

Y es que hay casos en los que los clubes no solo guardan silencio, sino que toman partido abiertamente por sus futbolistas, como ocurre con el jugador del Paris Saint-Germain, Achraf Hakimi. Cuando en marzo de 2023 la Fiscalía francesa acusó formalmente de violación al hispanomarroquí, el que fuera entrenador del conjunto parisino, Christophe Galtier, dijo en rueda de prensa en nombre del club que “el PSG apoya a Hakimi y confía en la justicia”. Desde entonces y mientras sigue la causa abierta, ni el club ni su actual entrenador, Luis Enrique Martínez, han cambiado su postura.

El resultado de este silencio por parte de los equipos deriva en que la culpa recaiga en la denunciante, “como si fuera ella la que podría haber hecho algo para evitarlo”, apunta Castells, que insiste en que la responsabilidad no es sólo de los clubes. “También de medios o aficionados que deciden apartar ‘lo otro’ de lo realmente importante, que es el fútbol, como dijeron los jugadores de la Selección española en aquel comunicado sobre Rubiales”.

La proliferación de casos en el fútbol masculino

Diversos estudios han constatado que, en parte, el aumento del número de denuncias se explica por las tareas de sensibilización y las herramientas de las que disponen las víctimas para alzar la voz ante este tipo de situaciones. Por lo tanto, no es de extrañar que cada vez salgan a la palestra más casos de futbolistas acusados de algún tipo de violencia machista.

La semana pasada se hizo pública la condena a dos años de prisión por agresión sexual para el exfutbolista del Sevilla FC, Wissam Ben Yedder; también la semana pasada la BBC desveló que hay un futbolista de la Premier League, cuya identidad no ha trascendido, que está siendo investigado por la denuncia de cinco mujeres por agresión sexual.

Ante este aumento de casos ¿se puede concluir que el fútbol es un lugar especialmente propicio para la violencia machista? Castells está de acuerdo sólo a medias: “Es cierto que tradicionalmente el fútbol ha sido un mundo muy masculino y masculinizado. Pero no deja de reproducir los patrones que se dan en otras esferas de la sociedad. Aun así, es cierto que hay algo que destaca en el fútbol y es la sensación de impunidad”.

En esto coincide plenamente Núria Iturbe: “Las violencias sexuales tienen que ver con las desigualdades de poder social y ser futbolista, joven, rico y famoso es una forma de poder social”.

Ya sea por convencimiento o por simple estrategia comercial, los clubes de fútbol han ido dando pequeños pasos para sumarse al avance de la sociedad en materia de igualdad, feminismo o antirracismo. No obstante, las expertas consultadas subrayan que falta voluntad para acabar con la impunidad en lo que a violencias machistas se refiere. De momento, la mayoría de clubes –por lo menos en España– se remiten a los procesos judiciales como baremo para dirimir hasta donde deben implicarse.

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