Hoy L&L habla con José Carlos Bouso (Madrid, 1970), doctor en Farmacología e investigador en psicofarmacología de las drogas. Es autor de ¿Qué son las drogas de síntesis? (2003) y fue director de la colección Psiconáutica de la editorial Amargord (2004-2008). Actualmente compagina su actividad profesional entre el IMIM (Institut Hospital del Mar d'Investigacions Mèdiques), un centro líder mundial en investigación farmacológica de las drogas, y la fundación holandesa ICEERS (International Center for Ethnobotanical Education, Research & Service), que busca integrar el conocimiento etnobotánico de los pueblos tradicionales en la práctica médica occidental. Su sueño, sin embargo, es dedicarse a la biología marina. Dice que nadie sabe qué ocurre cuando un mamífero marino enferma. ¿Busca en su ecosistema plantas para curarse? ¿Se droga para aliviar el dolor? ¿Y para divertirse? Sería feliz volviendo al trabajo de campo, pero esta vez en el mar. No tiene perro.
L&L: El caso de las drogas es muy curioso, porque en general se asocia únicamente a la salud pública y al ocio. Ni los medios ni la gente suelen interesarse por las aproximaciones científicas, olvidando que buena parte de las drogas tiene su origen en la investigación, ya sea casual (la LSD de Hofmann) o deliberada (el éxtasis y tantas otras de Shulgin). Hoy, de hecho, proliferan los llamados RC (Research Chemicals), que son creaciones muy sofisticadas, aunque no siempre seguras, de los químicos.
JCB: Todo esto es un efecto secundario de haber separado la recreación de la curación. Probablemente en tiempos prehistóricos esta separación no existía: lo que producía placer se entendía que era saludable y lo que curaba se entendía que podía ser recreativo. Así ocurre, de hecho, en culturas primitivas donde los saberes no están compartimentados y toda conducta tiene muchos sentidos a la vez. Otra razón menos especulativa es cómo se produjo una distinción radical entre drogas y medicamentos cuando medicamentos clásicos (principalmente opiáceos, coca, cocaína y derivados cannábicos) empezaron a considerarse cada vez más drogas y menos medicamentos, no porque carecieran de eficacia, sino porque empezó su uso recreativo. Estas razones históricas, que se remontan cien años atrás, se han ido manteniendo simplemente por inercia y vaguería mental; el estigma no ha dejado de alimentarse en los medios de comunicación, tan propensos al sensacionalismo con todo aquello que implica diversión. La proliferación de los RC, de hecho, no es más que un efecto secundario perverso de este fenómeno que prohíbe todo fármaco con potencial recreativo: para burlar la ley, los químicos lanzan al mercado nuevas sustancias aún no tipificadas cuyos efectos se desconocen totalmente, aumentando así los riesgos para los consumidores. Pero hay que rendirse a la evidencia; el caso del cannabis es paradigmático: un fármaco de propiedades médicas y recreativas conocidas desde hace milenios. Después de decenas de años de restricción por ser una droga recreativa, su potencial médico es tan evidente que hoy ya hay fármacos cannábicos en los hospitales para tratar enfermedades como la esclerosis múltiple.
L&L: También se olvida que muchísimas drogas fueron en principio herramientas terapéuticas, como el éxtasis, que hizo furor entre los psiquiatras de los 70. Existe la vieja discusión de si, al pasar a un uso recreativo, esa función terapéutica se mantiene o se tergiversa. ¿Crees que la gente, cuando toma drogas, se automedica, además de divertirse con ellas?
JCB: Hoy está muy de moda entre círculos psiquiátricos considerar que la gente toma drogas como forma de automedicación. Es posible que para una parte de la población de consumidores, no sé si minoritaria o no, esto pueda ser así. No lo discuto porque, entre otras cosas, no lo sé. Pero si fuera así la mayoría de la población estaría enferma, ya que toma al menos algo de alcohol, o de café o de té, bien para divertirse, bien para mantener su rendimiento laboral. La otra opción es que lo que esté enferma sea la sociedad, o más bien que vivamos en una sociedad que induce a la patología.
L&L: Yo creo que en Occidente estamos todos tarados. Pero al mismo tiempo no creo que tengamos que estar psiquiatrizados.
JCB: Yo creo que en los espacios de ocio, al menos en algunos donde el consumo de drogas es habitual, se produce una vuelta a etapas ancestrales donde divertirse es a la vez curarse y donde curarse es divertirse. Creo que un ejemplo prototípico de esto es el uso del éxtasis (MDMA) en espacios de baile: el trinomio música rítmica, baile y drogas es una constante transcultural y transtemporal. La razón es obvia: es el mecanismo más natural que tiene el ser humano para lograr la cohesión grupal y la integración comunal. Como seres sociales, muchos de nuestros problemas médicos y sobre todo psicológicos tienen como causa cierto desajuste entre el individuo y la comunidad. Las sociedades modernas tienden a producir aislamiento social y esto va en contra de la naturaleza humana. La prueba es que las principales causas de muerte en el mundo occidental de hoy no existían en el pasado y tienen que ver exclusivamente con el modelo social actual. Cuanto mayor sea el aislamiento que experimenta un individuo más se drogará para automedicarse, y cuanto menor sea más se drogará para divertirse. Entre los dos polos anda meciéndose el resto.
L&L: Entre 1999 y 2002 fuiste pionero con un ensayo clínico de administración de MDMA a mujeres con estrés postráumatico a raíz de una agresión sexual. El ensayo contaba con todos los permisos de Comité Ético del Hospital de la Paz y de la Agencia Española del Medicamento, pero un día la Comunidad de Madrid lo cerró. ¿Cómo se desarrolló este estudio y qué pasó?
JCB: Efectivamente, en los años 70-80 la MDMA fue ampliamente utilizada como coadyuvante de la psicoterapia, pero, cuando saltó al mercado recreativo, cumpliendo la máxima histórica de la que hablaba antes, la MDMA se prohibió y su uso terapéutico fue relegado a la práctica psicoterapéutica underground. Desde entonces, Estados Unidos dejó de conceder permisos gubernamentales para seguir investigando. Como no había pruebas basadas en ensayos clínicos de la eficacia de la MDMA como coadyuvante terapéutico y como es un fármaco muy prometedor en ese sentido, en mi época de estudiante de doctorado planteé como mi tesis doctoral un ensayo clínico y se me autorizó. Cuando el estudio estaba en marcha murieron dos jóvenes en una fiesta en Málaga y entonces se produjo la mayor criminalización y estigmatización de la MDMA vista en España. A la vez, se publicó un estudio en monos en el que parecía demostrarse que la MDMA, a dosis bajas, producía Parkinson. Un año después los investigadores se retractaron porque no era MDMA lo que habían dado a los monos, sino un fármaco dopaminérgico y a dosis extremas. Así que cuando salió la noticia de mi estudio en los medios se produjo una reacción de pánico en cadena entre ciertos políticos que consiguieron cerrarlo. Esto es historia pasada y está ya en un lugar muy remoto de mi cerebro. Posteriormente se autorizaron estudios parecidos en Estados Unidos y en otros países y hoy se está tratando experimentalmente a excombatientes de Irak y Afganistán con MDMA con resultados prometedores.
L&L: El psicoanálisis y buena parte de la psicología son acérrimos enemigos de la terapia con fármacos. Me imagino lo que dirán si los fármacos son además ilegales...
JCB: Si pensara en cada momento en lo que otros colegas van a pensar de mi trabajo nunca haría nada. Hay que tener siempre presente que, a pesar de que la civilización se haya tecnologizado al máximo y de que vivamos en una aldea global, seguimos moviéndonos dentro de tribus. Muchas veces las tribus perpetúan su identidad de tribu reafirmando sus valores con la crítica a los valores de las otras tribus. Las críticas tienen que hacerse a las pruebas, no a las ideas.
L&L: Has ido cuatro veces a Israel para reunirte con autoridades civiles, militares y religiosas, muy interesadas en la terapia con éxtasis con personas con estrés postraumático (TEPT). ¿Cómo fue la experiencia?
JCB: Sí, de hecho uno de los estudios con MDMA para tratar el TEPT se está desarrollando allí. Me llevaban como experto. Después de todo, por aquel entonces mi equipo era el único en el mundo que había trabajado oficialmente con MDMA. La experiencia israelí siempre fue excelente. Israel me encanta. Lástima que una tierra tan bonita esté tan rehogada en sangre. Había poca gente dispuesta a viajar a Israel, concretamente justo recién iniciada la segunda Intifada, cosa que a mí me atraía. Me pareció una oportunidad única para contrastar la situación en la calle con las épocas de paz. En esta ocasión concreta, al poco de llegar estaba en el hotel con mis colegas norteamericanos y de repente se tiraron todos al suelo. Yo no sabía qué pasaba. Resultó que estaban disparando al aire tras la puesta de sol y yo no reconocí el ruido como disparos de armas pero ellos sí. Me quedé impactado. La peor experiencia que se puede infligir a un ser humano es someterlo a vivir atemorizado. Es la peor forma de tortura que se ha inventado el ingenio humano. La anécdota más curiosa fue cuando me preguntaron en una reunión con las autoridades antidroga qué podían hacer con los jóvenes que celebraban en el mar Muerto raves donde se consumía MDMA. Les expliqué que lo mejor que podían hacer era garantizar que las fiestas fueran buenas, con espacios adecuados para quien tuviera experiencias más introspectivas, que nunca fuera la policía a cerrarlas y que facilitaran servicios de análisis para evitar intoxicaciones evitables. Esas fiestas son en buena medida una reacción al militarismo israelí y, si reprimes con más violencia y militarismo algo que se hace precisamente para huir de eso, no estás de parte de los ciudadanos, sino en contra. Si las autoridades quieren proteger a los jóvenes, o bien les permiten espacios de libertad protegidos o bien el efecto que se consigue es el contrario: incrementar aún más los riesgos. Obviamente no entendieron lo que quería transmitirles, me tomaron por una especie de excéntrico loco y se acabó la conversación. Pero yo siempre estoy deseando volver a ver el brillo de la Cúpula de la Roca cuando se pone el sol.
L&L: En julio pasado estuviste en el Parlamento vasco, convocado para informar sobre el consumo de cannabis. ¿Qué tal fue? ¿Ves en ello una incipiente voluntad política de legalización de esta droga… y de otras?
JCB: En el País Vasco y Catalunya han proliferado las asociaciones de consumidores de cannabis que se organizan para cultivar y consumir sin alimentar a las mafias. Casi en cada pueblo del País Vasco y Catalunya hay una asociación de este tipo. Solamente en el barrio de Gràcia, donde yo vivo, hay al menos dos. De nuevo, los gobiernos pueden aceptarlo y regular, o rechazarlo y reprimirlo. La opción inteligente es la que han elegido el País Vasco y Catalunya: regular este tipo de actividad de tal forma que cese la persecución policial y judicial, ya que consumir no es delito y además así no se benefician las mafias. Con una normalización, la propia dinámica interna de estas asociaciones minimiza los consumos extremos. Así que me llamaron a comparecer como experto y les expliqué algunas de estas cosas. Fue una experiencia que me marcó: los políticos se habían humanizado, estaban realmente preocupados por el bienestar social y sanitario de su población y no por mantener sus pequeñas parcelas de poder. Había unanimidad entre partidos para regularizar y lo que cuentas en otros contextos, como el israelí, y te toman por loco, allí se escuchó con interés e incluso creo que con aceptación y entendimiento. Imagínate a toda esta gente, joven y no tanto, que tiene sus plantaciones, un lugar de reunión, socialización y apoyo mutuo, de repente otra vez en la calle deambulando para conseguir su sustancia y mezclándose con delincuentes. A los eventuales problemas de salud que puede inducir el cannabis se le sumarían todos los problemas socio-legales asociados con el mercado negro.
L&L: Si se legalizaran las drogas que hoy son ilegales, ¿qué crees que pasaría? Algunos creen que dejarlas en manos del Estado no sería garantía de nada, no solo porque no disminuiría el riesgo de dependencia sino porque tampoco se aseguraría la pureza del producto (el Estado hace la vista gorda con productos adulterados en la alimentación, por ejemplo). Las drogas ¿deberían medicalizarse? ¿O venderse en los bares, las discotecas, los chinos?
JCB: La cuestión de la legalización es secundaria. Aquí la cuestión principal es la regulación de su comercio. Es cierto que las dos cosas van unidas, pero centrar el debate en legalización o no lo confunde, porque lo ideologiza. El debate, en mi opinión, debe centrarse en manos de quién se deja la regulación. El mercado de las drogas ya está regulado. Ahora hay que debatir si la regulación se deja en manos del crimen organizado como ahora, o si los Estados toman el control. Yo no tengo la solución, no sé qué modelo regulatorio hay que seguir. Pero sí estoy convencido de que hay que quitársela al crimen organizado. Las políticas deben basarse en pruebas, y no en la ideología. Dejar el mercado de las drogas en manos del crimen organizado implica que no solo sufren eventualmente los daños de las drogas quienes las consumen, sino toda la sociedad en su conjunto: se debilitan democracias por corrupción, no hay control sobre los vertidos contaminantes fruto de la elaboración de drogas, se producen desplazamientos humanos y marginación en los países productores, se dedican recursos policiales y judiciales desorbitados para perseguir a las mafias que derivan en disminución de recursos para educación e investigación… La situación actual es insostenible. Imagínate cualquier mercado en manos de las mafias. En España tenemos un ejemplo claro con el dramático incidente del aceite de colza. Eduardo Hidalgo, en su libro Hedonismo sostenible, dibuja algunos posibles escenarios regulatorios. Cualquiera de ellos será mejor para todos que el actual.
L&L: Últimamente parece que las drogas ilegales han perdido protagonismo en el sensacionalismo mediático. Es cierto que han vuelto a salir a colación en el caso del Madrid Arena, pero no en primer plano. En cambio, hace unos años, las portadas de los periódicos se llenaban con catástrofes de todo tipo: un joven moría en una fiesta o en una discoteca, un policía municipal decía que era porque se había tomado ocho “pastillas”, y el seguimiento de la prensa acababa aquí, porque la investigación posterior (¿cuántas pastillas realmente tomó? ¿Qué contenían? ¿En qué cantidad? ¿Cómo sabía el policía municipal lo que decía?) nunca interesaba. Ahora este tipo de “noticias” escasean. ¿Crees que ha habido un cambio de mentalidad en la visión general de las drogas?
JCB: No es que lo crea, es que es así. Si miramos los datos del CIS, la percepción de las drogas como un problema para la sociedad española ha ido descendiendo progresivamente y ahora es un problema solo para el 0,3% de los encuestados. Los tres principales problemas han pasado a ser el paro (80,8%), la economía (42,7%) y los políticos en general (30,2%). Se diría que por la crisis se consumen menos drogas, pero éste no parece ser el caso según las encuestas. ¿Por qué este cambio en la percepción de un fenómeno que objetivamente sigue siendo el mismo, ya que el consumo no ha disminuido? La respuesta seguramente sea poliédrica y una de las caras quizá sea que ha sido siempre algo magnificado por los medios porque es fácil imprimirle sensacionalismo, y que, cuando la gente tiene preocupaciones verdaderamente amenazantes, lo exagerado pasa a un segundo plano. Y no me malinterpretes, no estoy minusvalorando el problema de las drogas: estoy simplemente exponiendo cómo percibe la sociedad española la magnitud de su gravedad.
L&L: ¿Alguna palabra sobre la Navidad?
JCB: Sí, Papá Noel es en realidad una Amanita muscaria, la droga chamánica más europea ;).