La ubicación del alma
Tras la matanza, llega la calma y el deseo de saber. ¿Por qué Adam Lanza entró en una escuela de Newtown y mató a 26 personas, 20 de ellos niños?
La policía, que ha encontrado dos ordenadores con los discos duros rotos, está intentando recuperar la información que contienen en busca de motivos que puedan explicar la masacre.
¿Qué más da? —esa podría ser otra reacción—, ¿qué más da por qué lo hizo? Esas 26 personas están muertas. Punto.
Y sin embargo queremos saber las causas, necesitamos aferrarnos a uno de nuestros asideros más sólidos para entender el mundo: las relaciones de causa y efecto. Necesitamos investigar para despejar la posibilidad de que Adam Lanza hiciera eso porque sí.
Lo que más horror nos produce, casi más que el hecho en sí, es que eso se haya producido por azar o porque la glándula X del cerebro de Adam Lanza segregó demasiada sustancia Y, lo que provocó la inhibición de la zona cerebral H. Necesitamos saber las causas para tener la sensación de que podemos controlar el acontecer.
Y otra cosa sin pizca de ironía: cada vez hay más evidencias de que el alma, ese ente insondable donde habita la verdad del ser humano, no se encuentra en el cerebro ni en el corazón, sino en el disco duro de nuestros ordenadores personales.