Europelotas

DK

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La película Moneyball, de Bennett Miller, pasó sin pena ni gloria. Incluso la compra en versión DVD es una operación que reclama consultar al dependiente de turno porque no se encuentra a simple vista. Sin embargo, Moneyball contiene dos cosas interesantes. Una es el trabajo del protagonista, Brad Pitt. Puede que haya hecho incursiones interesantes en otras películas (El árbol de la vida, de Terrence Malick), pero aquí, deslumbra con una economía de gestos al servicio de una tensión cotidiana, utilizando recursos artísticos mínimos para parecer uno más y logrando construir algo grande (ya lo decía Billy Wilder: el Oscar se lo dan siempre al que hace de cojo o de majara; para la titánica tarea de interpretar a alguien normal no hay ni las gracias). El otro motivo que sorprende gratamente en la película es el móvil –bien resuelto– de la trama. La historia es muy simple: Pitt es el manager de un equipo de béisbol pequeño, una especie de director deportivo, como el cargo que ejercía Valdano en el Madrid o Zubizarreta en el Barça. Las cosas viene mal dadas ya que no hay un duro para armar una buena plantilla, y cuando surge alguien interesante en la cantera el club lo vende para ganar dinero. Así las cosas, se sucede una derrota detrás de la otra y Pitt solo tiene como consejeros a los viejos veteranos del club que le aportan informes previsibles.

A Pitt le abruma la situación pero a la vez le parece imposible que no haya un modo de revertir las reglas: el poder del dinero y el negocio que genera el deporte como espectáculo frente a la nada, la indigencia y la marginación de su equipo. Además, se sabe una pieza útil para la perversión del sistema ya que su debilidad fortalece a los demás. Pero hete aquí que Pitt le encuentra la vuelta por un camino inesperado y para nada ortodoxo, descubre una contradicción del mismo sistema y de ella se sirve: valorar lo que se desecha para convertirlo en herramienta eficiente. Y lo consigue pero sin aspavientos, otro logro de la película.

Después de verla, es imposible no pensar en, por ejemplo, Mourinho, quien ha convertido la sala de prensa en un campo donde ha decidido jugar los partidos. Y también en su presidente, quien da al palco todo tipo de utilidades menos la deportiva. Incluso, cómo no recordar a Valdano, el anterior valedor del presidente y que aunque haya sido víctima del propio sistema, no quita aquello que dijera Millás: iba para poeta pero se convirtió en jefe de personal. Así las cosas, pareciera que entre todos los que conforman el negocio del deporte se olvidan del sujeto esencial: el juego. Por eso los domingos, mejor ir al cine.