Ya no es necesario, para conseguir dinero, tener un buen proyecto, un magnífico producto, una cabeza prodigiosa o una eficacia incontestable. Ahora, para conseguir unos euros, lo que hace falta es saber emocionar, sencillamente.
Ty Morin, un joven norteamericano, pensó un buen día: “Hey, tengo casi ochocientos amigos en Facebook y apenas conozco a la mitad. Tengo una idea, voy a conocerlos a todos y haré una fotografía a cada uno. Grabaré mi viaje. Ya tengo un proyecto”. Ahora necesitaba el dinero, y expuso su plan en una página de crowdfunding para encontrar patrocinadores. Aquí puedes verlo. La maquinaria sensiblera se puso en marcha. “Vamos a reconectar con las personas”, “basta de ocultarse tras las pantallas de las redes sociales”, “vamos a salir y recordar cómo es entablar una conversación cara a cara con alguien”. Ese fue el discurso de Ty. Resultado: pedía 5000 dólares y recaudó (hasta la fecha) 14 000. Si hubiera expuesto un proyecto para diseñar un programa que ayudara al país a salir de la crisis no hubiera tenido tanto gancho.
La intervención de Ty More es una vuelta de tuerca al individualismo radical sin salida ni trascendencia, ya que el emprendimiento en sí solo colma el deseo de More. Es él quien conocerá a esa gente de la que nos devolverá una foto y un par de imágenes grabadas. No mucho más de lo que ofrece Facebook. La operación en sí, finalmente, es una retribución que recibe, a cambio de nada, para financiar su propia exhibición. Y su puesta en marcha confirma la ideología dominante: si manejas los códigos del sistema, tu emprendimiento será recompensado, más allá de la utilidad o los atributos del mismo. Antes los llamaban trileros.